Por Diego Nofal
Soñé que murió El Diego. Que sueño raro, es inconcebible un mundo sin él. Sin la controversia entre los que le rinden culto y los ateos de fútbol. Intenté volar como siempre hago cuando me doy cuenta que estoy soñando, no pude. La muerte de Diego Maradona es demasiado pesada para levantarme del suelo.
Yo, lo confieso, siempre fui un poco ateo. Si no soy de creer que Dios es Dios, mucho menos voy a resignarme a que El D10s sea nuestra deidad más humana. Pero confieso haberle rezado varias veces, haberme arrodillado agradeciendo el milagro de tenerlo predicando sobre el césped. Lo llamé en silencio en el 93, lo apostaté a gritos en el 94.
¡Que sueño feo carajo! La gente lloraba en las calles. La tele no hablaba de otra cosa. Canal, tras canal, cada diario, cada web, en Tucumán, Salta, Buenos Aires, Madrid, Pekín y Singapur nos contaba que la lanza le había atravesado el corazón para ponerle fin a su larga crucifixión y que esta vez no habría resurrección a los tres días.
Empecé a respirar rápido como cuando quiero despertarme, como esa vez que lo vi, con el uniforme azul pintado en el pecho, encarando a la poderosa Inglaterra, yendo al frente con el fusil en la punta del botín, dejando enemigos caídos a sus espaldas. Quise despertarme de un grito, uno igual al que pegué cuando lo vi hundir la bayoneta número cinco en el arco del Ejército de la Reina. Qué difícil salir de este estado alfa de este irreal abrazo de Morfeo.
¿Habrá forma de despertar? Voy a salir a la calle con el corazón desnudo, como en esas pesadillas que tenía cuando recién entraba a la adolescencia allá por el año 90. En esa época soñaba que caminaba sin ropa entre el hambre que la hiperinflación le había legado a mi barrio. Ese año este semidios pequeño y humano convirtió en caviar el arroz hervido de mis vecinos de la Ciudadela. La pisó, amagó para un lado, salió para el otro y se la puso en los pies al “Hijo del Viento” a ese apóstol maradoniano que esquivó, casi por obligación, a Tafarel y le lleno la panza de gol a la Argentina. Si eso no es repartir panes y peces, no sé que será.
En mi estado de ensoñación me acordaba de las caídas del 10, de la falopa, de las mujeres, del llanto fingido. Pensaba en sus discípulos que lo alejaron de la prédica y sus milagros futboleros para tentarlo en el desierto de la merca y el alcohol. ¡Qué es feo el mundo cuando los sueños nos traen recuerdos que preferimos tener enterrados!
Pero soñar es proyectar y recordar, será por eso que mi cabeza me traía imágenes del uso de su imagen para los fines más bajos, de un velorio rodeado del putrefacto olor de la política en lugar del aroma del césped húmedo que te llena los pulmones cuando rueda el cuero, cuando se pone a andar esa que “no se mancha”.
Soñé que murió El Diego, por favor, ya quiero despertarme.