SALTA (Ricardo Mena-Martínez Castro) – Aquella mañana de agosto, la voz resonó con sus ecos más dolientes: murió Enzo Mendilhárzu, y su partida expresó ese destino salvaje pero inexorable, que conlleva la expresión del dolor.
Pertenecía a distinguidas y tradicionales familias de la ciudad de Tucumán, siendo sus padres don Antero Mendilharzu- Mendilharzu y doña Luisa Aparicio, y sus abuelos don Mateo Mendilhárzu Taboada y doña Josefa Mendilharzu Saravia y Saravia.
La voz se hace aún más lamentable cuando se trata de un entrañable amigo de tantos años en nuestro jamás olvidado Tucumán natal, donde la amistad y el afecto sincero se entretejió de lejanas urdimbres familiares y parentales.
Este día aciago, la ciudad comenzó a estremecerse con su partida, hundiendo en la desolación a su familia y a sus amigos que le han respetado y querido.
Vuelve permanentemente a la memoria, el recuerdo latente de su música y de su canto, constituyendo las flor que hacía vibrar el alma en supremas palpitaciones, donde su voz melodiosa, plena de asombrosos falsetes y disonantes, le otorgaban un sorprendente realce, haciéndola brillar con sus mejores luces, casi diría, que su resplandor semejaba una plegaria llena de fervor.
Enzo Mendilhárzu, fue amigo de sus amigos y gozó de un alto prestigio social y personal de entre quienes le trataron y le amaron con la sinceridad de quienes conocen a los hombres sensibles. Puede decirse sin dudarlo, que fue una vida iluminada.
Estas prendas nos hacen pensar que no será un extraño en el Paraíso que con justicia le estaba destinado. Fue lo que se dice un elegante gentleman de los tiempos que ya fueron, y como tal, fue a recibir al Nazareno con sus mejores galas de hombre piadoso y colmado de fe.
Enzo Mendilhárzu supo adaptarse a las complejas épocas del devenir actual, pero debido a ese fenómeno que obedece a una inapelable ley biológica, comprendió con claridad los tiempos del pasado aunque lamentablemente no pudo palpar los del futuro que sus hijos sí lo harán: Hernán, Enzo Abel, Elsa María, Inés y Sebastián, pues la savia de su impronta estará siempre presente en ellos.
Quién le conociera puede aseverar que fue un triunfador en esta vida, celebrándola con amor, y generosidad, latiendo siempre el mismo ensueño que orgullosamente legara a su descendencia, fundida en una sola y magnífica claridad.
Constituyó un hogar feliz, digno de imitar en estos tiempos de fárragos inciertos, con Elsa Michel Torino, su inseparable compañera en la vida, y para quién acaso ese adiós fuera excesivo tratándose de un hombre que deja tanto de sí mismo.
La sala de la muerte se pobló de numerosas pupilas enrojecidas de tristeza y de dolor hondo, pero su memoria pervivirá como si fuera una iluminación generosa que nos haga pensar que, a través de él, casi como un susurro, Dios se estará asomando a nuestro mundo.
Brille para él en ondas misericordiosas, el recuerdo inmutable del tiempo, y quizá algún día pueda evaporarse la lágrima que hiere.
RICARDO MENA-MARTÍNEZ CASTRO