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SOCIEDAD

Tucumanos junto a Belgrano en la Batalla de Salta

Recordamos junto a nuestros lectores uno de los hechos históricos más importantes

Recordamos junto a nuestros lectores uno de los hechos históricos más importantes

Luego de la victoria en Tucumán, el general Manuel Belgrano se abocó a la reorganización, instrucción y reclutamiento de nuevos efectivos. Las armas, cañones y municiones tomadas en la referida batalla habían podido reequipar su pequeño ejército. La intención era avanzar hacia el norte en una contradanza que permitiera recuperar las provincias dejadas a los españoles el año anterior.

A ese fin, reforzaba sus tropas con premura y en forma constante enviaba comunicaciones al Gobierno Central, para darle cuenta de sus medidas y solicitarle mayores refuerzos. 
En una carta fechada el 24 de noviembre de 1812, en Tucumán; Belgrano enumeraba una serie de problemas que afrontaba su fuerza, entre ellos la falta de armamento y la poca instrucción de los reclutas. Al nombrar al frente de las milicias tucumanas a Bernabé Aráoz y otorgarle grado militar (coronel mayor), le confería una responsabilidad mayúscula, pues debía asimismo sumar las milicias salteñas y jujeñas bajo un mando local. Todavía el general porteño seguía despertando desconfianzas, no por su persona, sino por el descrédito del Cabildo de Buenos Aires en las provincias arribeñas. 

Belgrano era conocedor de ello y confió en Bernabé Aráoz para organizar esa tropa gaucha que ya había probado su bravura, pero también había mostrado su poca disciplina al arremeter contra la élite del ejército realista, a la que desarticuló, para luego dedicarse a saquear el contingente de carretas de la vanguardia. Esto le costó una grave reprimenda a Juan Ramón Balcarce, a pesar del éxito de la arremetida. 

Era lógico que Manuel Belgrano desconfiara; él mismo había sido víctima de la estampida de un grupo de milicianos montados que en su arremetida, lo había sacado del campo de batalla aquel 24 de septiembre. 
Pero esos mismos gauchos habían demostrado ser muy eficaces en la guerra de guerrilla posterior en los montes, lo que sería tomado en cuenta en adelante.

Por tanto, cavilaba los pasos a seguir. A Tristán ya no lograría sorprenderlo y la siguiente, sería una lucha a muerte entre ejércitos en un campo de batalla diferente. El profesionalismo de los realistas era muy superior al de sus tropas bisoñas. 
El general porteño ya había visto demasiada sangre de hermanos derramada; por ello se dirigió al general realista José Manuel de Goyeneche, invitándolo a encontrar una solución pacífica entre americanos. Éste le contestó el 29 de octubre, expresando sus deseos de paz y enviándole un ejemplar de la nueva Constitución liberal española. Pero desde Buenos Aires se opusieron a un arreglo pacífico ya que no aprobaban la actitud de tratar con el enemigo .

Por su parte el general Pío Tristán y Moscoso se había acantonado en Salta con 2500 hombres, a los que se podían agregar 500 que ocupaban Jujuy y efectivos menores en ciudades del Alto Perú (hoy Bolivia).- 
En sí, la ciudad de Salta constituía un fuerte bastión realista, ya que mucha de su clase dirigente era afecta al Rey. Por entonces, quién años más tarde sería su caudillo emblemático, Martín Miguel de Güemes, se encontraba separado del ejército por orden de Belgrano, quién en junio de 1812 lo había enviado confinado a Buenos Aires “por actos de su vida privada”. 

La situación social y política entre la población era distinta a la encontrada en Tucumán el año anterior. Asimismo, el de Tristán no era ya un ejército en marcha, sino una fuerza que podía fortificarse en la ciudad salteña y no se tenía certeza sobre cómo reaccionarían sus pobladores ante ello. 

Para la movilización de las tropas, nuevamente Belgrano echó mano de los recursos de Tucumán, especialmente el de las tropas de carretas. Al decir de Julo P. Avila: “Desde que principió la guerra de la independencia, las tropas de carretas y carretillas fueron acaparadas para satisfacer sus urgentes e impostergables necesidades. El armamento, municiones, cañones, fierro, plomo, cabos de lanza, prisioneros, heridos, todo se transportaba en carretas, y por las postas. Para dar la batalla del 20 de febrero, en Salta, el general Belgrano ocupó todas las tropas de carretas de Tucumán, para cuyo efecto fue también preciso arrear todos los bueyes (y animales de tiro y de carga), en especial de Burruyacu y Trancas…” 

El 13 de enero de 1813 empezó a moverse, desde Tucumán y en forma escalonada el Ejército del Norte, con 3.000 hombres, dispuestos a caer sobre Tristán. Primero partió el regimiento de Cazadores, luego todos los de Infantería y por último la caballería de los Dragones, así como las milicias gauchas tucumanas al mando del recientemente designado coronel mayor Bernabé Aráoz. 

La marcha se hizo por divisiones, con grandes intervalos de tiempo. Los días 9, 10 y 11 de febrero se emplearon en vadear el río Pasaje. 
Antes de salir, Belgrano había hecho rezar funerales por los caídos el 24 de septiembre. Cada oficial y cada soldado recibieron uno de los escapularios de La Merced, enviados por las religiosas de Buenos Aires. «Vinieron a ser -dice Bartolomé Mitre- una divisa de guerra en la campaña que iba a abrirse». Con todo ello, Manuel Belgrano afirmaba el sesgo de un ejército temeroso de Dios, a diferencia de aquél, acaudillado por su primo Castelli, que tantos desatinos había cometido en el Alto Perú. 

Había que trabajar mucho para cambiar la imagen que habían dejado las huestes porteñas, al que el pueblo llano altoperuano tenía como el ejército del diablo .
La Campaña que se iniciaba tenía ya un buen auspicio, con el triunfo del general José Rondeau en el Cerrito de Montevideo, el 31 de diciembre de 1812. Y muy pronto tendría otro, con la pequeña pero contundente victoria del coronel José de San Martín sobre los realistas, el 3 de febrero, en las barrancas de San Lorenzo, sobre el Paraná. 

Las fuerzas de Belgrano arribaron al río Pasaje. Estaba crecido, pero pudieron cruzarlo en dos o tres días de maniobras, dice Gregorio Aráoz de la Madrid en sus memorias. Narra que, con ese fin, se construyeron balsas, botes o grandes canoas y se colocó una gran cuerda por una y otra banda del río, asegurada por grandes maderas que se fijaron al efecto. Según corrige el realista Mendizábal, el cruce demandó ocho días. De cualquier manera, el Ejército de Norte atravesó las torrentosas aguas del río con todos sus soldados, sus caballos, sus 10 piezas de artillería y sus 50 carretas, sin que apareciera un solo explorador de Tristán en sus inmediaciones.

Juramento en el Río Pasaje

Cumplido el cruce, el 13 de febrero de 1813, Belgrano dispuso realizar, sobre la margen norte, la ceremonia de juramento a la Asamblea General Constituyente, que el 31 de enero se había instalado, con toda solemnidad en Buenos Aires. 
La tropa formó en cuadro y, tras una corta alocución, se leyó la circular del Triunvirato que ordenaba jurar obediencia a La Asamblea como órgano supremo. 
Acto seguido, Eustaquio Díaz Vélez se presentó trayendo la bandera celeste y blanca, seguido por una escolta y al son de tambores. 

Desenvainando su espada, el general prestó el juramento; lo tomó luego a los jefes de cuerpo (a los cuales se incorporó, recién llegado de Buenos Aires, el coronel Martín Rodríguez) y finalmente a la tropa, que respondió con un cerrado «Sí, juro». Luego, narra Mitre, «colocando su espada horizontalmente sobre la asta de la bandera, desfilaron sucesivamente todos los soldados y besaron, uno por uno, aquella cruz militar, sellando con su beso el juramento que acababan de prestar». 

El general José María Paz recordaba que, dado lo largo del trámite, Belgrano fue reemplazado en el sostén de la espada, primero por Rodríguez y luego por otros oficiales superiores. 
Al terminar el acto, el general hizo grabar con un escoplo, sobre el gran árbol que se alzaba en la margen, la inscripción «Río del Juramento». Fue el nombre que desde entonces reemplazó al antiguo de Pasaje. 

El coronel mayor Bernabé Aráoz y sus “Decididos de Tucumán” fueron de aquellos privilegiados que juraron su fidelidad a la Enseña Patria en aquél día de hondas emociones, cargado de significación y patriotismo exacerbado.
Quiero destacar la importancia de que ya para entonces, el ejército poseía una divisa propia. Los soldados de Belgrano, durante la batalla del 24 de septiembre lucieron la escarapela celeste y blanca, pero su pabellón aún no era aquél bajo el cual marchaban por entonces ya rumbo a Salta. 
Marchar bajo una misma bandera, fue un golpe psicológico mayúsculo para aquellos hombres quienes ya se sentían forjadores de una germinal idea de nacionalidad. Aunque el concepto de Patria aún no estaba arraigado; el quitarse el yugo de España hermanaba a porteños con todos los habitantes de todas las regiones de las antiguas provincias virreinales. 

El 14 de febrero de 1813: Belgrano envía una partida del ejército patriota al mando del salteño Apolinario Saravia, que derrota en las inmediaciones del fuerte de Cobos a una avanzada de la vanguardia del ejército realista, en las cercanías de la ciudad de Salta.

DESENLACE EN CASTAÑARES

El 16 de febrero, la avanzada patriota bajo el mando de Eustaquio Díaz Vélez, chocó con las del general realista Pío Tristán que ocupaban las alturas detrás de un riachuelo llamado Zanjón de Sosa. Allí este bravo militar (como ya vimos, hijo de una tucumana de la familia de Aráoz) y héroe de La Batalla de Tucumán, sufrió una grave herida de bala; aunque terminó la carga de manera eficaz, tuvo que ser asistido casi desangrado, perdiéndose para el resto de la batalla.
Detrás de la vanguardia, Belgrano ordenó efectuar un movimiento envolvente con el grueso del ejército por caminos de montaña, marchando 17 km en una jornada, guiado por el capitán salteño Apolinario “chocolate” Saravia. Tras efectuar un rodeo a través de la quebrada de Chachapoyas, acamparon a 5 km de la ciudad, bajo una copiosa lluvia. 

Los tucumanos formaron en la sexta columna del regimiento I al mando del teniente coronel Gregorio Pedriel, y su segundo el sargento mayor Francisco Tollo, dividido en cuatro secciones al mando de los capitanes Silvestre Álvarez, Mariano Díaz, Vicente Silva y Luciano Cuenca, que formaba el cuerpo de reserva e infantería y de caballería , lo componían dos cuerpos de Dragones al mando, uno del comandante y sargento mayor interino Diego González Balcarce y de sus secciones al mando de Gabino Ibáñez, Juan Manuel Mallán y el alférez Lorenzo Lugones, el otro al mando del capitán Domingo Arévalo, y sus secciones: 1) al mando del teniente Juan Paz, 2) del capitán Alejandro Heredia, y la 3) del alférez Juan José Jiménez, Belgrano anota: agregué para la acción a los escuadrones de milicias de Tucumán del mando del coronel mayor D. Bernabé Aráoz y de Jerónimo Zelarayán, con quienes estuvo el capitán de Dragones Diego de Valderrama.

La vanguardia atacó frontalmente, para luego replegarse y así accionar juntamente con el grueso de las tropas que el día 19, a las 11 de la mañana, avanzó por la pampa de Castañares, y atacó la posición realista por la retaguardia bajando de los cerros. 

Allí, la caballería gaucha volvió a demostrar su destreza para maniobrar en esos montes que los criollos sabían encarar como nadie, con una temeridad rayana en la locura.
Belgrano se encontraba seriamente enfermo, por lo cual había preparado un carro para efectuar en él los desplazamientos, pero a último momento se repuso y pudo montar a caballo.
Al mediodía del 20, el ataque se generalizó desde distintas direcciones. Tristán desplazó su dispositivo, improvisando una posición defensiva hacia el norte. 

Actos de bravura y coraje se multiplicaron por doquier y la tierra bramaba ante las cargas de caballería y estallidos producidos por fusiles, tercerolas y cañones de diferentes calibres. Primero los flancos realistas y luego el centro comenzaron a ceder ante el ataque arrollador de los patriotas, quienes cargaban una y otra vez ignorando la lluvia de plomo con la que eran repelidos. 
En el cerro de San Bernardo, un destacamento español resistía el ataque patriota, obligando a Belgrano a emplear sus reservas para lograr su rendición. Continuó el ataque a través del Tagarete, en momentos en que los realistas, ya al límite de sus resistencias se replegaron al recinto fortificado de La Plaza Mayor. Finalmente, el abrumado Pío Tristán se vio obligado a ofrecer la capitulación que fue aceptada por Belgrano, quién incluso les permitió retirarse desarmados, prestando previamente juramento de no tomar las armas contra las Provincias Unidas del Plata hasta el límite del Desaguadero, que era el objetivo a alcanzar y que le había fijado el gobierno a Belgrano. 

En el parte respectivo, el general Manuel Belgrano decía al poder central que «la acción duró tres horas y media, y que ha sido muy sangrienta tanto en el campo como en las calles de la ciudad. Los enemigos se han comportado con mucha energía y valor, pero tuvieron que ceder al ardor, fuego y entusiasmo patriótico del ejército de mi mando, que sin desordenarse llevaba la destrucción y la muerte por doquiera que acometía».
Agregaba: «No hallo, Excelentísimo, expresión bastante para elogiar a los jefes, oficiales, soldados, tambores y milicia que nos acompañó del Tucumán al mando de su coronel don Bernabé Aráoz». 

Es tradición que el coronel mayor don Bernabé Aráoz, solicitó a Manuel Belgrano el honor de encabezar la carga junto a sus “Decididos”. Hemos visto el reconocimiento oficial que tuvieron por su valerosa participación. 
Así fue como el 20 de febrero de 1813, las armas patriotas, venidas desde Tucumán, triunfaron de manera contundente sobre los realistas en La Batalla de Salta. 
Como escribió Julio P. Avila: “El coronel don Bernabé Aráoz, al frente de la Milicia Patriótica de Tucumán, ocupó un puesto de honor bajo el mando de Belgrano, compartiendo con éste la gloria de haber vencido al general Tristán el 20 de febrero en Salta”.

La caballería gaucha, con más experiencia y disciplina, fue decisiva en la acción. Quedó así demostrado que los milicianos criollos eran la reserva indispensable del ejército patriota. Sin sus baqueanos, sus jóvenes lanceros y el coraje inaudito de los gauchos de Jujuy, Salta y Tucumán, la gesta independentista no podría haberse desarrollado. 

El general San Martín tomó debidamente nota de estas acciones, y al hacerse cargo del Ejército, designó a don Martín Miguel de Güemes, como comandante de esas tropas a las que disciplinó hasta convertirlas en una falange invencible de las armas de la Revolución. En Jujuy, el coronel Manuel Eduardo Arias se convirtió en la primera lanza de la patria, acometiendo hazañas inauditas, como fue la toma del baluarte realista de Humahuaca. En Tucumán, el coronel mayor Bernabé Aráoz desde el fuerte de la Ciudadela, consolidaba a la provincia como un bastión inexpugnable de la Revolución.

José María Posse

 

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