SALTA (Diego Nofal).– El mapa político argentino experimentó un nuevo y fuerte temblor ayer. La noticia de la condena a seis años de prisión de Cristina Fernández de Kirchner, expresidenta, actual presidenta del Partido Justicialista nacional y figura central del peronismo, en la causa Vialidad, resonó en cada rincón del país. Era un fallo esperado, discutido, polémico. No obstante, hasta ahora Gustavo Sáenz no se pronunció.
Un evento de tal magnitud normalmente desata ríos de tinta, declaraciones apresuradas y posicionamientos públicos inmediatos, especialmente en provincias con gobiernos de similar signo político. Sin embargo, en la Salta de Gustavo Sáenz, algo peculiar ocurrió. O mejor dicho, no ocurrió. El sonido predominante fue el vacío.
Desde la cúpula del gobierno provincial, encabezada por Gustavo Sáenz, se desplegó un silencio absoluto, de esos que resuenan más que un grito pelado. Ni el gobernador, ni un solo ministro de su gabinete, emitió palabra alguna sobre el histórico veredicto judicial. Ni apoyo, ni crítica, ni siquiera un tibio comentario sobre el respeto a las instituciones o el estado de derecho. Fue como si un velo de invisibilidad retórica hubiera cubierto la Casa de Gobierno salteña, aislando a sus ocupantes del terremoto político nacional. Un mutismo tan denso que casi se podía palpar.
Gustavo Sáenz se mantiene al margen
Esta ausencia de voz resulta particularmente llamativa si se observa el recorrido político del propio Sáenz. No hace tanto tiempo, el gobernador se alineaba con claridad detrás del kirchnerismo, una conexión facilitada en buena medida por su cercanía con Sergio Massa, entonces una figura clave dentro de ese espacio y ahora candidato presidencial derrotado.
Esa afinidad no era un secreto, formaba parte de la cartografía política conocida de Salta. Ver a ese mismo gobernador ahora en un estado de mudez absoluta frente al golpe judicial a la máxima referente de aquella fuerza genera una extrañeza difícil de disimular.
El contraste con la reacción del peronismo a nivel nacional no puede ser más marcado. Mientras el conjunto del Partido Justicialista, con una rapidez digna de mejor causa, se movilizó para cerrar filas en torno a CFK, denunciando persecución y llamando a la unidad, en Salta el partido hermano parecía haber desconectado sus teléfonos, apagado sus computadoras y olvidado el camino a los micrófonos.
Ni siquiera los diputados nacionales que responden directamente al gobernador Sáenz consideraron pertinente romper el hielo con una declaración, por breve o ambigua que fuera. El silencio era la consigna, y se cumplió al pie de la letra.
El que calla, otorga
¿Qué explica entonces este peculiar aislamiento acústico salteño? El análisis apunta a un dilema político casi circense, un verdadero ejercicio de equilibrio sobre la cuerda floja. Por un lado, el corazón peronista del gobernador, su historia y probablemente sus simpatías, parecen atarle las manos para sumarse al coro que celebra la condena o incluso para emitir un tibio respaldo a la justicia.
Criticar abiertamente a Cristina Kirchner dentro de su espacio sigue siendo un tabú con consecuencias imprevisibles. Pero por otro lado, su pragmático giro hacia una alianza con el gobierno nacional de Javier Milei, conocido por su feroz oposición al kirchnerismo y su celebración de la condena, le impide con la misma fuerza cualquier gesto de solidaridad o crítica al fallo. Apoyar a CFK sería incendiar el puente recién construido hacia La Rosada.
El resultado de este cálculo es un silencio elocuente, una no declaración que habla más fuerte que mil palabras. Es una capa de invisibilidad política que envidiaría hasta el mismísimo Harry Potter. Sáenz y su equipo optaron por el agujero negro comunicacional, esperando quizás que la tormenta pase sin salpicarlos, que su mutismo sea interpretado como prudencia o simple neutralidad administrativa.
Silencio sospechoso
Una estrategia arriesgada, porque en política el vacío suele ser llenado por las interpretaciones, a menudo las menos generosas. El silencio puede entenderse como cobardía, oportunismo o una desconcertante falta de posición ante un hecho crucial.
El tiempo dirá si esta táctica del avestruz fue acertada. Mientras tanto, Salta ofrece al país un curioso espectáculo. Una provincia gobernada por el peronismo que, frente al terremoto judicial que sacude a su principal referente nacional, eligió refugiarse en un silencio tan profundo que casi se convierte en un grito.
Un silencio que dice mucho sobre las complejidades del poder provincial, los giros de las alianzas y los difíciles equilibrios que deben mantener los líderes en la Argentina fragmentada de hoy. El ruido nacional fue atronador, más que aquel escarmiento del que hablaba Perón. La respuesta salteña, un susurro tan tenue que resultó imperceptible. Un verdadero ejercicio de ventriloquia política donde nadie parece mover los labios.