CULTURA

Los usos del idioma y lo social, por Liliana Bellone

Liliana Bellone - Salta4400.com

Estos tiempos extraños remiten a un mundo atravesado por algo que proviene de lo que los psicoanalistas llaman lo real, instancia imposible de ser puesta en palabras y que a veces los poetas y los artistas atisban, instancia que exige la presencia indiscutible del discurso científico para dar respuesta. El discurso científico sitúa, define y  evita el desplazamiento  ilimitado de los medios, las interpretaciones y las ideologías. No dejamos de asombrarnos ante la actitud y comportamiento de  algunos periodistas de los medio audiovisuales (los medios escritos siempre se muestran más prudentes  por cierto). Existe un programa en la televisión porteña donde un locutor sale a  caminar por las calles desiertas de Buenos Aires, hace piruetas como un pierrot,  saluda a la gente de los balcones como si todos estuvieran en una fiesta, se ríe y canta ¿Qué festeja? ¿De qué se ríe? ¿De la cuarentena?¿De los enfermos?¿De los muertos? ¿Cómo es posible semejante comportamiento cuando hay millones de personas en aislamiento, miles de muertos en el mundo, desazón, dolor, cientos de infectados, médicos y enfermeros contagiados, incertidumbre, hambre, necesidades de todo tipo? Sin duda esto muestra no solamente frivolidad sino la firme convicción de impunidad que proporciona un lugar de privilegio (“a mí no me pasará”).  

Por otra parte, el maltrato del idioma, el uso soez del vocabulario, también en un canal de Buenos Aires por un conocidísimo periodista, no sólo nos asombra por el mal gusto sino porque advertimos que cada palabra está dicha para herir y ofender, aunque podamos afirmar académicamente que las malas y buenas palabras no existen, la intencionalidad y el entorno del signo lingüístico determinan  el peso de cada una. Usar todas las expresiones  vulgares y ofensivas del léxico conlleva una repudiable actitud que puede considerarse VIOLENCIA VERBAL.

DESCUIDOS IDIOMATICOS

Periodistas, locutores, artistas y políticos nos asombran constantemente a causa de su habla descuidada y, en muchos casos, violenta e irrespetuosa. Si bien es cierto que existen vacilaciones en el uso, no podemos dejar de señalar solecismos y vulgarismos que nos endilgan diariamente los comunicadores, sobre todo en los medios audiovisuales. 

En nuestros días, cuando las mujeres pueden ocupar cargos y ejercer profesiones, se impone el femenino. Por esta razón se dice: la presidenta, la ministra, la diputada, la senadora, la gobernadora, la médica, la abogada, la arquitecta, la catedrática, al lado de las antiguas jerarquías como la reina, la emperatriz, la duquesa, la princesa, la condesa, la virreina y también la coronela, la  generala, la sargenta y la varona. Y aunque nos parezca raro se debe decir: la practicanta, la cacica, la diabla, la individua, la asistenta, la parienta, la giganta, la jabalina (hembra del jabalí), la principianta, la postulanta, la priora, la tigra (tigresa es galicismo)…O caballeresa (como llamó el general San Martín a las damas que recibieron de sus manos la condecoración de la Orden del Sol de Perú que él había creado).

El loísmo y el laísmo han invadido los medios orales: dicen lo pegó, lo robó, en lugar de le pegó  o le robó. El pronombre “le” es objeto indirecto siempre, no puede ser reemplazado por lo/s- la/s que son objetos directos.

Es también común el “dequeísmo”, por ejemplo: “dijo de que”, “estableció de que”, en lugar de “dijo que” o “estableció que” (estableció eso), en confusión con el uso de la preposición en las subordinadas término, donde debe llevarla: “se dio cuenta de que”, “el hecho de que”, “está seguro de que” (de eso). El uso de las preposiciones es altamente conflictivo: en lugar de” luchar contra”, dicen “luchar con” o en lugar de “sentarse a la mesa” para discutir, conversar o comer, dicen “sentarse en la mesa”, lo que resultaría bastante incómodo, ¿verdad?

Si bien es cierto que se usa el artículo masculino “el” para evitar el sonido cacofónico entre el artículo femenino y sustantivos que comienzan con “a” o “ha”  acentuadas (se debe decir: el águila, el hacha, el hada o el acta), no ocurre lo mismo con los demostrativos: esta hacha, esta acta, esta águila, porque el acento recae en la primera sílaba del pronombre y no se produce choque de vocal.  Un destacado periodista de Buenos Aires comentaba acerca de “este acta” en lugar de  “esta acta”. Del mismo modo nos endilgan: “este área”, “este especie”… Una famosa actriz y conductora televisiva comete errores  propios de un habla descuidada cuando dice “mi primer película” en lugar de “mi primera  película”. Hemos escuchado hasta el cansancio “primer caída” en lugar de “primera caída”, ya que adjetivos como primero y tercero apocopan el masculino (primer hijo, primer premio, tercer hombre), pero no el femenino (primera novia, primera fila, tercera película, tercera  hija). También la misma comunicadora aseveró que “hubieron muertos”, en lugar de “hubo muertos”, puesto que estamos ante el uso del impersonal haber. Un  diplomático escribió “emparenta” por “emparienta”, error que encontramos en entrevistas a escritores, supuestamente realizadas por periodistas especializados en áreas de la cultura. Una política muy mediática repite enfática “más nada”, “más nadie”, expresiones propias del habla caribeña o canaria, en lugar de usar el español general que recomienda decir “nada más”, “nadie más”, “nunca más”. Un doctor en filosofía de Buenos Aires también nos asombró con la expresión “primer parte” en lugar de primera parte, tercera parte… mientras presentaba un valioso documental sobre Sartre. En otras oportunidades este especialista cometió el mismo error: “primer melodía”, “primer metáfora”, etc., en lugar de decir “primera parte”, “primera melodía”, “primera metáfora”, etc. Un conductor televisivo se refirió al artículo de Freud “El malestar en la cultura” como un libro “antigüísimo” en lugar de decir “antiquísimo”, un adjetivo por otra parte poco feliz para aludir a una obra que pese a haber sido publicada en la década del 1920 posee una actualidad indiscutible. Los subtitulados pecan de un descuido total, con vulgarismos como “apreto” en lugar de “aprieto”, “tragiversa en lugar de tergiversa, “dijieron” en lugar de dijeron, “puedamos” en lugar de podamos, “evacúo” en lugar de evacuo, “adeacúo” en lugar de adecuo  (como en muchos otros verbos terminados en cuar y guar) y feos neologismos como “salvajedad” en lugar de salvajismo.

Y qué decir de los verbos irregulares terminados en ucir como deducir, seducir, traducir, conducir. Escuchamos deducí, traducí, seducí o sedució, condució, produció en lugar de seduje, sedujo, deduje, dedujo, traduje, tradujo, conduje, condujo, produjo, etc. O con futuro sincopado: poneré en lugar de pondré, poderé en lugar de podré, saliré en lugar de saldré, veniré en lugar de vendré, satisfaceré en lugar de satisfaré, caberé en lugar de cabré…En los participios irregulares se puede escuchar cubrido por cubierto, por ejemplo…

El cuidado del idioma es imprescindible en los trabajadores de la palabra y la indiferencia que muestran los medios hacia este aspecto refleja la pobre visión que poseen acerca de la comunicación y los bienes culturales.

Es notable el descuido por el buen decir, no solamente en lo que tiene que ver con la coherencia lógica y sintáctica sino con el léxico, ya que a menudo se puede comprobar una marcada pobreza de vocabulario. Hay políticos que hacen alarde del color regional (la tonada) y del uso soez de formas vulgares e incorrectas, pensando que de este modo resultan más populares; maltratan y degradan el buen castellano, como es el caso de algunos cuya expresión es un verdadero muestrario de vulgaridad. Lo que ocurre es que confunden lo popular con lo grosero. Pensemos en el vigor expresivo y poético de lo popular en el decir de Martín Fierro, por ejemplo, o la gracia y el donaire de lo popular en Cervantes. No se debe olvidar que el idioma es un bien común y que el no respetarlo implica no respetar al interlocutor, al público, en suma, implica una actitud de desprecio hacia los destinatarios del mensaje, o sea  desprecio y escasa estima por la comunidad hablante que nos otorga el instrumento compartido de la lengua.

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