CULTURA

Estación Desamparados

Mientras caminaba meditaba: ¿qué diferencia existía entre “guerrilla” y “terrorismo”? ¿o entre “revolución” y “guerra civil

SALTA (Jorge Armando Dragone) – César Zañartu atravesó el puente caminando y se internó en el barrio del Rimac, en el este de Lima, dirigiéndose a su alojamiento. Atrás dejaba la estación Desamparados. La palabra seguía resonando en su mente. “Desamparados, desamparados…” ¿Qué relación tenía esta palabra con sus sentimientos actuales? No encontró respuesta. Continuó su marcha, pasando frente a la iglesia de Santo Toribio de Mogrovejo. Mientras caminaba meditaba: ¿qué diferencia existía entre “guerrilla” y “terrorismo”? ¿o entre “revolución” y “guerra civil”? ¿Había diferencias reales o eran solamente artilugios semánticos? ¿por qué se hablaba de la “guerrilla” peruana y del “terrorismo” islámico? ¿o de la “revolución” rusa y de la “guerra civil” española? ¿Acaso no se trataba de fenómenos parecidos, por no decir iguales? Hacía mucho tiempo que estas preguntas lo acosaban, sin encontrar tampoco respuestas satisfactorias. La situación política del Perú, sobre todo por la actuación de Sendero Luminoso, estaba siempre presente en sus pensamientos.

Esa mañana lo había llamado a su despacho el profesor de la cátedra de Ginecología del Hospital Obrero, donde trabajaba hacía ya casi cinco años. El profesor era hombre de pocas palabras. Más o menos, le había dicho lo siguiente: “Doctor Zañartu: el doctor Aguirre ha viajado a un congreso de la especialidad en Bogotá. Hasta que regrese, usted se hará cargo de su grupo de estudiantes”-

A César le gustaba su especialidad y también le agradaba la docencia. Pero el grupo de residentes a su cargo era ya bastante numeroso como para duplicar su número y, a pesar de ello, continuar su formación en forma correcta. Además, hacía poco tiempo que había nacido su primera hija, y no le seducía la posibilidad de no poder dedicarle la atención que deseaba, por estar demasiado cansado. Encontraba un tanto injusta la decisión del profesor, teniendo en cuenta que hacía poco él también le había solicitado autorización para asistir a un congreso en Rio de Janeiro, y el profesor se la había negado. Él era amigo de Honorio Aguirre, pero no compartía sus ideas políticas, aunque, por una especie de acuerdo tácito, evitaban el tema. Era evidente que el profesor simpatizaba con la posición de Aguirre. Era un secreto a voces. ¿Tendría la política alguna relación con las decisiones del profesor?

            César desechó inmediatamente la idea, teniendo en cuenta que Aguirre era un médico competente, y que el profesor tenía una bien ganada fama de imparcial y justo. A la mañana siguiente, César anunció a sus nuevos alumnos que, desde ese momento, él se haría cargo de su formación hasta que el doctor Aguirre regresara. Pasada la primera sensación de desagrado que le produjera la decisión del profesor, continuó la tarea docente con la misma dedicación de siempre. De todos modos, la ausencia de su amigo Aguirre no podía ser muy prolongada. Quince días, a lo sumo…

            Los días fueron pasando, sin que se produjeran novedades de importancia. Después de un tiempo, César cayó en la cuenta que ya había transcurrido un mes desde la partida de Aguirre. Seguramente –pensó-, su amigo había aprovechado la ocasión para hacer una escala en Quito, donde residía una hermana suya a quien quería mucho.

Un mes, dos meses, tres meses, y el doctor Aguirre no regresaba del congreso de Ginecología. César comenzó a inquietarse. Nadie sabía nada del paradero de Aguirre, ni de la causa de su retraso. El profesor daba la impresión de querer evitar el tema en sus conversaciones con el cuerpo médico. A veces se lo encontraba hablando a solas, en su escritorio, con el doctor Delgado, con quien –según se decía-, compartían las mismas ideas políticas. Cuando algún otro médico entraba en el despacho, ambos callaban, o bien cambiaban ostensiblemente de tema.

            Corría el año 1995. Los diarios de Lima informaban acerca de las actividades del grupo terrorista “Sendero Luminoso”, liderado por Abimael Guzmán. Un día de marzo de ese año, los diarios informaron que una columna de 30 terroristas al mando de Margie Clavo Peralta, había sido desbaratada por el ejército peruano. Abimael Guzmán ya había sido detenido el 13 de septiembre de 1992. La predicción de Guzmán, basada en la expresión de José Carlos Mariátegui (“El marxismo-leninismo abrirá el sendero luminoso de la revolución”), parecía cada vez menos probable que se cumpliera alguna vez. Las 25.000 personas muertas en la cruenta guerra civil desatada por Sendero Luminoso, los 1.000 niños muertos por los terroristas, los 3.000 niños mutilados y los 50.000 niños campesinos huérfanos, desamparados (… “desamparados”, otra vez “desamparados” …) por el desmembramiento de sus familias, no habían alumbrado el “mundo feliz” anunciado por los “profetas” Mariátegui y Guzmán. Ambos no habían tenido en cuenta, al elaborar sus planes, un pequeño pero importante detalle: los campesinos quechuas y aymarasse habían negado a plegarse a la revolución maoísta, a consecuencia de lo cual habían sido masacrados por los terroristas. Una experiencia similar a la del “Che” Guevara en Bolivia. ¡Estos indios mugrientos e ignorantes!, hubiera dicho quizás un “intelectual” de la Universidad de San Marcos. ¡Ni siquiera son capaces de darse cuenta de lo que les conviene! ¿O tal vez experimentarían los campesinos una instintiva, visceral desconfianza hacia los “doctorcitos” limeños, que aparentemente sabían mucho acerca de los sesudos argumentos de Guzmán (“la cuarta espada del marxismo”, después de Marx, Lenin y Mao) y de armamentos modernos, pero poco o nada sobre el maíz, la quinua, las llamas y los guanacos?

            Aguirre no regresaba. En realidad, (¿lo adelantamos?), nunca regresó.

II

            Los treinta terroristas marchaban en “fila india” por un estrecho desfiladero de los Andes peruanos. Margie Clavo Peralta encabezaba la columna. Honorio Aguirre ocupaba el cuarto lugar en la fila. El objetivo era provocar el descarrilamiento de un tren que transportaba cobre. El sol y el viento de los Andes peruanos dificultaban la marcha.

            El estado de ánimo de los terroristas distaba mucho de ser el mejor. “Sendero” declinaba visiblemente. La no colaboración de los campesinos había contribuido mucho a desmoralizarlos. La “izquierda unida”, de base sindical, enemiga declarada de la violencia, se había opuesto firmemente a la infiltración de sus organizaciones por parte de militantes de “Sendero”. Carlos Mezzich, “Jefe de Estado Mayor” de Abimael Guzmán, había sido detenido.

Los enfrentamientos armados con otra organización terrorista, el MRTA, dejaron el saldo de 1.584 civiles muertos, a los que hay que añadir las bajas terroristas, que sumaron 1.542. Ya nadie podía ignorar que la “larga marcha” de Sendero Luminoso, aunque según los teóricos maoístas conduciría a un hipotético “paraíso terrenal”, en un futuro no determinado, estaba sembrado de muerte, sangre, llanto y destrucción. Por medio de los senderistas, el virus del “marxismo-leninismo-maoísmo” había contaminado al Perú, sobre todo a la región de Ayacucho. Pero Guzmán y los suyos ignoraban algo: en el fondo del ser humano se empoza un “caldo de cultivo”, donde el virus totalitario y homicida prolifera. Un caldo compuesto por una combinación malsana de soberbia, increencia, odio, mentira, egoísmo, codicia, envidia, rencor, resentimiento, venganza, crueldad e indiferencia por el prójimo. “En el hombre existe/mala levadura. /Cuando nace, viene con pecado. Es triste.” Así le predicaba Francisco al lobo de Gubbia, el “terrible lobo” de Rubén. Y es verdad. El resultado final de esta levadura venenosa será siempre la violencia y la injusticia, aunque sea bajo apariencias externas renovadas. Mientras exista este magma ponzoñoso y maligno, todo proyecto de redención social será sólo una utopía. No habrá paz ni justicia si no reina el Amor de Caridad entre los hombres. Los “marxistas-leninistas”, o sea los materialistas “dialécticos” (como asimismo los materialistas “mecanicistas”, al estilo de los enciclopedistas del siglo XVIII) cierran los ojos frente a esta faceta tenebrosa de la condición humana. Sólo piensan en términos de “estructuras”, económicas, políticas, sociales, pero siempre extrínsecas al hombre. No comprenden que, en esa especie de “segunda naturaleza” enquistada en el corazón del ser humano, en ese “ego” insaciable, entronizado en cada hombre como un ídolo privado, tienen su origen las estructuras de injusticia y opresión, las cuales luego realimentan los pecados personales de donde provienen, configurando un círculo perverso inacabable. La violencia sólo genera más violencia. La mentira, más mentira. Por esa razón los mesianismos secularizados están condenados al fracaso, más allá del “idealismo”, las “buenas intenciones” y las ingenuas ilusiones de quienes ignoran su propia realidad profunda. El virus generador del “materialismo dialéctico” (y de todas las variantes del inmanentismo), anida profundamente en lo más íntimo del hombre. Sólo la Caridad (ágape) es su anticuerpo, su antídoto. Sin el ágape, es una triste realidad lo de Hobbes: “homohomini lupus”. El mero “cambio de estructuras” no es suficiente para inactivar el morbo. Hasta puede aumentar su virulencia.

Mientras el grupo de terroristas hacía un alto para descansar y comer algo, apareció repentinamente delante de ellos un grupo de soldados del ejército peruano, que habían estado ocultos detrás de una colina pedregosa. Los terroristas, tomados por sorpresa, intentaron defenderse, pero fueron rápidamente dominados. Varios cayeron mortalmente heridos, entre ellos el doctor Honorio Aguirre. La herida recibida era inevitablemente mortal. Fue desangrándose lentamente, pero no perdió la conciencia hasta el último momento de su vida. Sintiéndose morir, atinó a encontrar en uno de sus bolsillos una estampa del “Señor de los Milagros”, que le había regalado su madre cuando era estudiante de medicina y que por ella –sólo por ella-, había conservado hasta ahora. Pero al mirarla le pareció que era la primera vez que la veía. Había en ella algo nuevo, extraño, algo que era incapaz de definir en ese momento de obnubilación. Casi sin conciencia de lo que hacía, llevado por un impulso irreflexivo, la llevó a sus labios y la besó. Luego de este gesto, inusitado en un ateo convencido como él, murió.

Ya no estaba el horror de la guerra del hombre contra el hombre. En su lugar se abría otro Sendero (de alguna forma tenemos que llamarlo), pero un Sendero realmente luminoso, de una luminosidad desconocida y sorprendente. Una luminosidad de la que, durante su vida, Honorio nunca había llegado ni siquiera a sospechar la existencia. En la luminosidad de ese Sendero resonaban las palabras de Pascal: “Yo soy más amigo tuyo que éste y el otro; pues he hecho por ti más que ellos, y no sufrirían lo que yo por ti he sufrido y no morirían por ti en la época de tus infidelidades y crueldades. Te amo más ardientemente que tú has amado tus manchas”.

Allí, en ese Sendero estaba el Padre, esperando al desamparado, esperando a su hijo.

Allí, donde no hay desamparo.

“La predicción de Guzmán no se cumplió. Perú no quedó ahogado en su propia sangre. Algunas fuentes atribuyen a Sendero Luminoso la responsabilidad de la muerte de entre 25.000 y 30.000 personas. Los niños campesinos pagaron un alto tributo al terrorismo de guerra civil de Sendero pues entre 1980 y 1991, 1.000 niños resultaron muertos y otros 3.000 mutilados a causa de los atentados. El desmembramiento de las familias en las zonas de guerra también dejó librados a su suerte a cerca de 50.000 niños, muchos de ellos huérfanos.” (Pascal Fontaine. “El libro negro del Comunismo”. Editorial Planeta, Barcelona, 1998. Pág. 760).

Dr. Jorge Armando Dragone

Salir de la versión móvil