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POLÍTICA

Una Reforma Educativa: Un desafío histórico para los salteños

Compartimos con nuestro lectores la columna de nuestro prestigioso columnista Ernesto Bisceglia

Ernesto Bisceglia
Ernesto Bisceglia

SALTA (Ernesto Bisceglia) – No hay destino posible para un pueblo que no tiene educación, porque gobernar no sólo es poblar, según el apotegma de Alberdi, también y básicamente es educar. Si no se establece una política de Estado clara en materia de educación pública y pensando en cuál es el Estado que se busca fundar para los próximos tiempos, todo será nada más que administrar burocracia estatal.

Si el presupuesto es llamado “La Ley de Leyes”, una Ley de Educación es en todo caso “La Ley” entre las leyes, porque es en las aulas donde se modela al hombre, al ciudadano y se maqueta la sociedad del porvenir. 

De allí entonces que el gobierno  de Salta debiera preguntarse ¿Para cuál sociedad se busca gobernar? Porque son tiempos que exigen una mentalidad fundacional, donde hay que re-evolucionar hacia un modelo sustentable o continuar fabricando habitantes  que actúen en modo servil y programados para ser complacientes votantes que avalen ambiciones personales o de grupo, nada más.

Una cosa es el habitante y otra muy distinta es el ciudadano. El habitante sólo vive, respira, es un ente social. Un ciudadano conoce sus derechos, los reclama y los ejercita, es consciente de sus obligaciones y las cumple. ¿Qué se busca entonces, administrar para una masa informe o gobernar para el desarrollo?

Hace décadas que el sistema educativo es decadente y produce docentes de formación precaria y echa a la vida camadas de verdaderos ágrafos y semianalfabetos.  Esa malformación áulica provoca un impacto social ya que un individuo de escasa formación tiene exiguas oportunidades. El conjunto de esa mediocridad forma una espiral descendente.

Es un momento crítico, pero el más apropiado para operar un cambio mental, preparando ciudadanos habilitados para el mundo tecnológico donde la capacidad diferenciada es el valor agregado que se traduce en el éxito o en el fracaso de un individuo.

Educar para la familia; desde la familia para la vida, y que la vida tenga una relación de sustanciación con lo espiritual –el arte, por ejemplo- y todo este conjunto en el marco de una libertad responsable, serían los imperativos de un sistema educativo pleno. No se puede seguir encapsulando cerebros y marchitando espíritus, hay que virar hacia modelos más vigorosos en materia de humanidad, de ciencia, de técnica y de tecnología. Entregar una computadora sin enseñar antes contenidos, es repartir soportes de Facebook o juegos electrónicos, nada más.

Cuando Durkheim en la Francia decimonónica encaró la modificación de la ley de educación, observó que aquella era una sociedad anómica, lo mismo que ocurre hoy en la Argentina donde la ausencia interna del concepto de norma está abatido. Entendió  necesario programar un sistema educativo que devolviera a la sociedad a la senda del Derecho.

Grave tarea la de la escuela entonces, definir los contornos de la ley moral para formar un individuo íntegro, un ciudadano útil y un profesional capacitado.

Hoy no se conoce un diagnóstico serio ni profundo como prólogo a una tarea de gobernar para los próximos ocho años a una sociedad atravesada por conflictos sociales de todo tipo “in crescendo” que obligan a repensar para qué se gobierna; si para cumplir el fin último aristotélico del Estado que es la felicidad del ciudadano, o para agregar diplomas al Cursus Honorum (aquellos que lo tengan, claro).

La primera paideia debiera ser sobre la democracia, elevando a este término más allá de un sistema político y enseñándolo como un sistema de valores que presidido por la idea de libertad sintetice todas las candentes cuestiones del hombre concreto en una “sociedad líquida”.   

No es fácil educar en estos días, no sólo porque la indiferencia frente al conocimiento crece a diario, sino porque el sistema no prepara a los docentes para semejante momento. Si la educación debe ser bilingüe, religiosa o sexual, no son sino meros aspectos parciales -con todo lo importante que resulten- condenados al fracaso si la herramienta, el instrumento clave de la educación no se mejora, esto es, el docente.

Volver a revalorizar el concepto de Maestro es fundamental, jerarquizar su carrera, mejorar su salario al punto de que sea realmente “vital y móvil”, porque el verdadero docente no termina su labor con la campanada del mediodía sino que continúa en el hogar. Un maestro que debe pensar en sobrevivir no puede brindar una calidad educativa óptima, lógicamente.

Una reforma educativa, ejecutada no por burócratas sino por un equipo interdisciplinario de maestros, profesores, profesionales, legisladores, marcaría la diferencia entre ser un gobierno más o haber echado las bases de una sociedad moderna.

Quedarse en la inercia administrativa hará lo que Aquiles en La Ilíada le responde al pastor que no tenía interés en la Guerra de Troya: “¡Por eso, la historia no te reconocerá nunca!”

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