Y ahí estábamos, reviviendo aquellas las galas de la época dorada cuando las gentes nobles asistíamos al Teatro Colón a disfrutar de las mismas compañías que halagaban los espíritus europeos con los clásicos de la ópera. Y de pronto me asalta un DejaVu de cuando años ha me topara de frente con Jucaro I y su chef Carlitos recorriendo el Barrio de Plaka. Aquella vez, la inmediatez de la situación me impidió retratar ese encuentro para algarabía de mis detractores incrédulos!! Les decía, que me hallaba plácidamente en el Colón ¡Cuando de golpe ! Pero… ¡Ecce Homo!, en la platea mi potente lente descubría absorto frente a la grandeza oriental de Turandot, la última obra de Puccini ¡Al Júcaro I ! El mismísimo Juan Carlos Romero.
Sí, el alguna vez “primus inter pares” de Salta, ahora en suite de distendido disfrutando de esta tensa historia de amor. Veo el rostro en modo sereno, delgado, la mirada aislada por la intensidad de los acordes y el rostro licenciado de aquella gestualidad pétrea que lo lucía más como aquel autócrata de “L’État, c’est moi”; ahora barbado al estilo “Goatee”, para quienes saben de la alcurnia en pilosidades, simplemente, un estilo original y distinto, que el vulgo conoce como “barba candado”. Aquellos que conocemos el lenguaje corporal que emanan los machos alfa de la política podemos decir que la Ópera es al Jucaro lo que el corte de pelo al Joven Maravilla de Urtubey.
Me estremece el aria del acto final cuando el coro entona el vigoroso “Nessun Dorma” como una alegoría de la ceguera que manifiestan algunos sobre sus hacedores de campaña- claro solo para iniciados-. Se acercan momentos cruciales dado este “et impetu bulla” (Jefe de la manada, para la chusma) que pareciera acercarse a la gobernación. Mas os digo, Júcaro, que bien aprecio tu afición a la música culta, más te recuerdo aquello del magistral Maquiavelo que advierte, que: “El que es elegido príncipe con el favor popular, debe conservar al pueblo como amigo”. Y el Colón no es tribuna para arengar al vulgo.