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SOCIEDAD

El Estado del bienestar ha muerto: Viva el fascismo gubernamental

Compartimos con nuestros lectores la columna del prestigioso periodista Ernesto Bisceglia

Fuente: El Intransigente

SALTA (Ernesto Bisceglia) La globalización iniciada en los ochenta del siglo pasado insinuaba grandes transformaciones y alentaba algunas esperanzas. Sin embargo, la gran paradoja es el resultado de ese proceso porque lo único globalizado es una crisis cuya magnitud impide visualizar cuál puede ser el final.

Lejos de sembrar progreso y desarrollo por el orbe, el resultado es una concentración de riqueza en muy pocas manos, una expoliación de los recursos naturales sin medida, un estado de tensión universal con el eco de tambores de guerra en el fondo y una depredación de las sociedades –especialmente en los países emergentes- que va licuando la sociedad en una sola clase social: un nuevo proletariado sobreviviente sin trabajo estable, sin estudio y sin esperanza de una calidad de vida mejor.

Esta crisis responde a una estrategia basada en la eliminación de los valores morales y éticos, las referencias históricas de los pueblos, la ignorancia masiva y la extinción de sus tradiciones; es decir, en la aniquilación de todo aquello que soporta la identidad de los pueblos.

Entre las víctima de este proceso global está el Estado Nación y los valores de la Modernidad: Dios, Patria, Familia y todo lo que pueda darle al individuo un sentido de permanencia y pertenencia. El Estado del Bienestar yace aniquilado y con él la esperanza que Aristóteles dictaba como el fin último del mismo: “Hacer la felicidad de los ciudadanos”.

Hoy las sociedades viven el Estado del desencanto y del pesimismo ante un futuro incierto que muestra un mundo agonizante y donde todo atisbo de seguridad parece una quimera.

Al borde de la histeria colectiva, donde el hombre es nada más que un dato estadístico, son los sectores más desprotegidos los que sufren el hundimiento en la pobreza extrema, seguidos inmediatamente de las clases medias cuya posición va siendo horadada en sus bases hasta sumirla también bajo los límites de la pobreza.

El trabajo que debiera dignificar al hombre se ha evaporado como variable de crecimiento cayendo en niveles del siglo XIX o anteriores, resucitando al proletario que medraba en los límites de los burgos, convertido ahora en un “trabajador pobre” porque como señala el periodista Iñaki Gabilondo “los salarios se han jibarizado”.

El mesianismo político es sólo dialéctica porque al final la fórmula para resolver el ajuste es otro ajuste que produce un fenómeno inverso al de la distribución de la riqueza, porque el proceso siempre termina en una transferencia masiva de recursos de las clases deprimidas hacia los sectores gobernantes y las corporaciones económicas mediante tarifazos, mayores impuestos y apremios fiscales. El ajuste lo paga siempre el más pobre, que así se empobrece cada vez más.

El “Fascismo social”

Es el tiempo de la desaparición de las políticas de Estado, incluso de la política misma que ha perdido legitimidad porque las decisiones ya no están en manos de la clase gobernante sino de los dueños del capital.

La democracia formal yace destruida y sólo es una herramienta para aplicar el ajuste más despiadado en la salud, en la educación; donde la justicia ya no es un Poder del Estado sino una escribanía de los macro intereses. Así, el Estado se convierte en un verdadero “fascio” (cofradía-agrupación) de intereses al servicio de las corporaciones.

Este fascismo va carcomiendo desde la médula a las democracias como es posible advertir en países como Venezuela, como ha sido en Bolivia y como se pretende imponer en la Argentina, donde se enarbola una “Constitución” que se convierte en letra descriptiva nada más ya que los derechos del hombre y del ciudadano terminan siendo avasallados por la codicia paraestatal.

Toda crisis tiene un límite, y no es posible advertir cuál ni cuándo estallará la rebelión social producto de la indignación de los sectores que padecen estas crueles políticas de extracción. La movilización de masas como en el caso de Chile es un ejemplo de que la paciencia se termina.

Los silencios de las masas son peligrosos, la Revolución Francesa anidó en los espíritus durante un siglo antes de que la guillotina “igualara” a la sociedad. Aunque parezca que todo está contenido, en realidad nada está tranquilo y los dirigentes deberían recordar aquellas palabras del General Perón cuando dijo que los pueblos un día marcharán “Con los dirigentes a la cabeza, o con la cabeza de los dirigentes”.

Ernesto Bisceglia

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