SALTA (Ernesto Bisceglia) – La situación actual hacer imperioso volver al concepto de justicia social, pero aplicado como política de Estado y no asistencialismo que profundiza la pobreza y fortalece la marginación de sectores cada vez más extendidos.
La justicia social es un concepto fundacional y patrimonio exclusivo del peronismo; sin embargo, de aquel Movimiento Nacional Justicialista no va quedando ni el nombre. Reducido ahora a una estructura burocrática es una escalera para que los “vivos” accedan a los podios del poder, sin ningún tipo de compromiso social.
Se ha desvanecido aquel peronismo representó una verdadera revolución política, económica, social pero sobre todo cultural que supiera hacer que millones de argentinos, por primera vez sintieran podían ser protagonistas de su propia historia y despojarse del paternalismo de una oligarquía que mantenía al país postrado en el modelo británico de la División Internacional del Trabajo, jugando su rol de país agrícola-ganadero, casi una factoría de los grandes capitales.
El producto era bueno en sí mismo y resultó un éxito, más allá de su raíz golpista y sus modos tomados del fascismo italiano con el “Duce” –el conductor- hablando desde el balcón y el sistema de propaganda copiado a Josehp Goebbels del nacionalsocialismo. Tan bueno, que desde hace setenta años ese peronismo arbitra la política argentina y las masas continúan apostando a una quimera que antes tenía fotos y marcha, y ahora sólo un posible “sentimiento peronista”. Todo lo demás, su contenido inaugural, ha desaparecido.
Así, la dirigencia “peronista” quedó convertida en algo similar a los caparazones de los coleópteros que se hallan en los árboles: adentro no hay nada… pero allí continúan prendidos.
Carlos Menem personalizó la gran traición al dogma peronista transformándolo en un proyecto liberal y quebrándolo en dos: una dirigencia vestida de peronista y por otro lado el pueblo, anhelante de justicia social: esto es, el pueblo justicialista.
En lo alto de las estructuras razonan al peronismo haciéndolo tan maleable como los intereses –sus intereses- lo requieran; entonces el “peronismo” se negocia, se agranda, se parte, se achica y en los últimos tiempos se “transversalizó”.
Es, este, el tiempo del “peronismo trans”.
Aquí es el momento donde los dirigentes acuden a la “polvera” para maquillarse de peronistas ante la masa repitiendo los dogmas de la misa peronista y que como está ocurriendo en los templos católicos, es cada vez más formal que visceral.
El kirchnerismo es el ejemplo más elocuente de esta mutación del peronismo. Es una remake del peronismo, pero no es tal, porque para entronizar al kichnerismo debieron destruir una bandera que el peronismo había llevado al nivel de política de Estado: la educación.
Las generaciones actuales votan por un acto reflejo. Desconocen las fuentes de los partidos políticos. Desconocen, por ejemplo que la Unión Cívica Radical fue el primer partido nacional, popular y revolucionario que bajo la presidencia de Hipólito Yrigoyen alentó las primeras reformas sociales, luego remozadas por Perón en 1945.
Lo necesario para los tiempos venideros sería la aparición de un Tercer Movimiento, que no podrá ser el kirchnerismo por su esencia totalitaria y segmentaria. El kirchnerismo no tiene la estatura del peronismo que logró formar dentro de ese partido un arco que iba desde la ultra izquierda a la ultraderecha, al catolicismo, los judíos, los masones, todo. El kichnerismo es apenas un populismo con vocación de dictadura neomaoísta que repite el modelo cubano: una dirigencia enriquecida y un pueblo pobre y sometido.
La sociedad necesita la aparición de líderes sociales que comiencen a transformar las estructuras desde la base, con trabajo vecinal. Allí es donde el municipio juega su papel insoslayable como terreno fértil para la transformación futura de la sociedad.
¿Utopía?, Es posible. Pero como diría el General San Martín cuando le cuestionaron el Cruce de los Andes. “¡Es imposible, pero es imprescindible!”.
Ernesto Bisceglia