SALTA ( Ernesto Bisceglia) – El hecho histórico debiera ser de conocimiento común, los antecedentes y sobre todo las consecuencias de lo que el común llama “Batalla de Salta”. Pero a la fecha, si acaso uno detuviera al azar a un ciudadano y le inquiriera sobre cuestiones elementales de la Fecha patria, lo más probable es que desconozca el qué, el por qué y el para qué de su presencia en la parada.
Esto tiene origen en una mala pedagogía de la historia argentina y de Salta en particular, los gobiernos al desguazar el sistema educativo con el argumento de ir contra una historia oficial terminaron convirtiéndola en un relato laxo y hasta regado de errores, permitiendo que los mitos populares adquirieran carácter de documento histórico.
El caso de la Gesta Güemesiana y Belgraniana, tienen para el salteño una índole de savia constituyente, pues el qué somos y por qué somos hunden raíces en aquellos días donde la Guerra de la Independencia fue un asunto de los pueblos antes que de los políticos. Recordemos que a Buenos Aires muy poco le interesaba la suerte de las provincias del norte y tanto Güemes y Belgrano, sin el concurso de los gauchos y la ciudadanía en general, nada hubieran podido hacer frente a la potencia de uno de los mejores ejércitos del mundo de aquella época.
Pero aquí estamos, donde se gastan millones de pesos al año en financiar a supuestos eruditos que fungen de historiadores pasando el tiempo en ceremonias de gabinete mientras el común permanece en el oscurantismo, siendo que un pueblo que no conoce su historia no puede decidir sobre su destino.
La fecha del 20 de Febrero recuerda la Batalla librada por el General Manuel Belgrano quien desobedeciendo la orden del gobierno porteño de bajar hasta Córdoba para defender sus intereses, decide presentar batalla en Tucumán el 24 de setiembre de 1812 y victorioso en la misma, se lanza en persecución de Pío Tristán a quien vence en los Campos de Castañares en aquella jornada del 20 de Febrero de 1813.
Al margen de los relatos de hechos heroicos, debe rescatarse el valor magno de aquel triunfo de Belgrano en Salta, porque de haber perdido esa Batalla, nada hubiera detenido a los españoles hasta Buenos Aires que hubieran logrado “Izar la Bandera del rey en el fuerte de Buenos Aires”, según la promesa de uno de sus generales. Pensemos que el General Martín Miguel de Güemes no estaba en Salta sino que se hallaba castigado por Belgrano en Buenos Aires, es decir, que si Tristán vencía a Belgrano, hoy el pueblo de Salta estaría trabajando como un día normal y contando otra historia, quizás bajo otra bandera.
Precisamente, no todos saben que aquel 20 de Febrero de 1813, nuestra Bandera Nacional, creación de Belgrano, izada contra la voluntad del gobierno porteño en las barrancas del Paraná un año antes, bendecida en Jujuy antes del Éxodo por al canónico Ignacio Gorriti y nacida a la luz de los pueblos sudamericanos el 13 de Febrero de 1813 en las orillas del Río Juramento –Pasaje, entonces-, tuvo en los Campos de Salta su bautismo de fuego. Fue la primera vez que un ejército patriota luchó bajo los pliegues de aquella Enseña blanca, celeste y blanca.
De aquella Gesta queda el Monumento 20 de Febrero como memoria perenne, pero también no todos conocen su significado. Levantado en el mismo lugar donde el General Belgrano hiciera levantar la Cruz con la inscripción “A los vencedores y vencidos” a modo de sello sobre la tumba que acogió a los muertos de ambos bandos, guarda la memoria de que allí se selló la suerte de la Patria argentina.
Diseño de Tasso y Nadal, lo preside la alegoría de la Libertad, circundada más abajo por las esculturas de Belgrano, Díaz Vélez, Zelaya y Dorrego, mientras cuatro mujeres formadas en bronce representan las cuatro virtudes cardinales, adjudicadas al General Manuel Belgrano: la Prudencia, la Justicia, La Fortaleza y la Templanza, como símbolo de que la grandeza de todo hombre debe reposar sobre ellas.
La historia como la filosofía son maestras de la vida, los pueblos que no saben de dónde vienen no pueden decidir hacia dónde van. El caso norteamericano es un ejemplo, tienen acendrado su origen y asumido su carácter imperial y todos funcionan así. En la Argentina la historia ha sido y sigue siendo el botín de guerra de los gobiernos, ya porque la usan para trocearla en relatos interesados, ya porque los funcionarios del área son notables incompetentes, ya porque la historia ha desaparecido de las aulas.
Por este camino, sin saber quiénes somos, a la larga, podemos desaparecer nosotros.
Ernesto Bisceglia