SALTA (Ernesto Bisceglia) – Uno de los impactos más severos –sino el más importante- de la pandemia en la población es la brecha digital. De pronto, en cuestión de días el mundo debió subirse al mundo digital para enseñar, estudiar, trabajar, comerciar, pagar, vender y comprar. Esto demuestra el potencial de la Red como promotora de nuevos derechos.
Internet asumió un carácter transformador pero con una reacción paradójica ya que de ser considerada la herramienta que acercaría y divulgaría la información y el pluralismo, ahora se transforma en el rasero que mide el acceso al progreso o a la marginación de los individuos.
Es decir que ahora además de una desigualdad social habrá una desigualdad tecnológica que promete incrementarse todavía más según los pronósticos económicos que se avizoran para la pospandemia. Hacia el año 2018, los datos del Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la Universidad Católica Argentina (UCA) registraban que casi el 50% de los niños y jóvenes de entre 5 y 17 años no cuentan con una computadora en su hogar, mientras que el 53,6% no tiene acceso a internet en su vivienda. Además, el 27,5% no ingresa en ningún momento a la web.
Mientras más bajo es el estrato social es mayor el número de ciudadanos –niños/jóvenes- que están impedidos de acceder a una computadora o a la Red. Según el mismo estudio en los sectores “muy bajos”, ese porcentaje alcanza al 69,2% y la ausencia de Internet llega a un 75%.
Esto revela la destrucción del concepto de que la educación es la herramienta para el progreso de las personas porque siendo que la situación sanitaria ha obligado a dictar clases en modo digital, la marginación del conocimiento más elemental se aumenta de manera descomunal.
Obviamente, los más ilustrados serán los que tengan mejor nivel socioeconómico lo cual dice que el país se encamina hacia un quiebre social de una magnitud incalculable.
El Consejo de Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas ha reconocido a Internet como la “fuerza impulsora de la aceleración de los progresos hacia el desarrollo en sus distintas formas” y exhorta a “Los Estados a que promuevan y faciliten el acceso a Internet y la cooperación internacional encaminada al desarrollo de los medios de comunicación y los servicios de información y comunicación en todos los países”. En suma, el acceso a Internet ha tomado el carácter de un Derecho Humano.
La necesidad de una Reforma Educativa para el progreso
El presidente, Alberto Fernández, ha expresado en este marco de situación que la vuelta a clases sería en unos meses “otros hablan de fin de año y otros a mediados del año que viene”, y subraya la situación diciendo que “Por el momento que los chicos que sigan mandando dibujitos por Twitter”.
Si hubiera una dirigencia dotada de la inteligencia suficiente y la preparación que demanda este mundo neo-posmoderno, ya debieran estar planteándose una profunda reforma educativa con base en la educación digital. Claro está, que si antes nadie asume la necesidad de transformar el acceso a Internet en una política de Estado, todo será un enunciado político nada más, porque un chico o un maestro con una computadora sin buena conectividad o el conocimiento de cómo usarlo bien es regalar una máquina de juegos o en el mejor de los casos una máquina de escribir avanzada.
El problema es que no hay tiempo para pensar qué es lo que viene porque ya vino. El universo digital es una realidad que utilizan los gobiernos, los bancos, las empresas y ahora particulares y docentes. La desprolijidad para enseñar como para aprender llega a niveles caóticos. Muy pocos son los que enseñan correctamente y menos los que aprenden. Hoy la educación pública está en un estado de emergencia crítico.
Es necesario formar de manera urgente un comité que instrumente una política educativa moderna, que abandone el criterio de una escuela decimonónica para trabajar sobre la libertad, la emotividad y la creación. Ser libre para enseñar y aprender es el desafío más difícil para un pueblo acostumbrado sólo a obedecer reglas sin espacio para la creación.
De las decisiones que se tomen en los próximos sesenta días dependerá la libertad y la calidad ciudadana de por lo menos la próximas dos generaciones.
Lamentablemente, con la dirigencia actual –nacional y provincial-, lo más probable es que la brecha digital se profundice y la marginación se extienda.
Es un momento decisivo donde, o se funda un gran país o se funde al país.