CULTURA

El arte como expresión poética de la contemporaneidad y sus contrapuntos

María Laura Buccianti, una artista contemporánea que hace del lenguaje artístico un diálogo prolífico y su mayor manifiesto sobre la escena actual.

MARÍA LAURA BUCCIANTI

SALTA (Redacción) – Las diversas expresiones contemporáneas son el eco de aquello que nos acontece, nos moviliza y nos dinamiza en el devenir de la época. El arte fue, es y será un lenguaje – que a través de una u otra disciplina – traduce y canaliza el decir y el sentir de una comunidad, en su constante, inquieto y complejo devenir. Así es que los artistas vienen a  ser los portavoces de su propia intimidad, sí, pero también la reacción de algo que nos pasa a todos, que está ahí, en frente, en nuestras narices o quizás a un par cuadras a la redonda, esperando interpelar los sentidos de alguien más.

“Me gusta asociar le idea de arte, a la de un entramado con  la comunidad, en el sentido que conceptualmente no podemos separar la idea del  arte como algo autónomo y disociado de las prácticas locales y de la escena cultural”, explica María Laura, una artista que encuentra en los hechos el disparador de cada día. Lo que sucede, drena y drena, hasta convertirse en una obra mayúscula.

María Laura Buccianti se formó en la escuela pública laica. Más tarde, fue al Centro Polivalente de Arte, mientras disfrutaba de ser nadadora al mismo tiempo. El secundario fue una etapa  reveladora y sacrificada, necesaria para su madurez como artista. En el campo artístico encontró compañeros diversos y muy tolerantes, con otra apertura bien diría ella, que le indicaron que había llegado para quedarse y que el arte como profesión no sería cuestión de discusión.

Sus ganas de crear son su raíz, y luego su obra su flor más bonita. “Busco recrear un espacio simbólico, donde  ser leídos,  valorados por la comunidad. Quiero generar un espacio poético para la subsistencia con el mundo actual”, subraya. En esta motivación interna  se gesta un reflejo de  su mayor referente al momento de inspirarse y darle rienda suelta a su discurso artístico.

Ese referente, ese motivo, ese impulso, ese empujón deviene de su interpretación del concepto artístico como una definición participativa, interpersonal y abierta, basada en la interacción, el movimiento y el intercambio. “Me motiva crear mi propio sistema, que está basado en generar vínculos con mis pares y también cuestionar, observar mi  entorno con  sus contrastes”, agrega.

El arte como lectura cultural  y empalme social

Se trata de un entramado social que nos propone al arte como un circuito de venas, como fibras que irradian energía creativa, matizan la escena y revitalizan a la comunidad; es esta premisa un profundo deseo que María Laura contiene en su quehacer. “Para mí algo se convierte en un acontecimiento artístico cuando la comunidad siente que estas imágenes, sonidos, palabras, grafitis, pinturas o acciones artísticas, los identifican o los representan en su sentir”, analiza.

El concepto de arte es redondo y terminado para Laura cuando lo simbólico nutre a lo que transcurre en esta realidad compartida, oxigenando nuestro día a día. “Mi propuesta es siempre reflexiva, y en general es una lectura de época y de situaciones que puedo compartir con mis amigos contemporáneos y vínculos de esa etapa, que están involucrados casi siempre en mi pensamiento”, profundiza.

Lo que sale de sus manos, su mente y su corazón apela a una acción grupal, a un acuerdo de las parte.  “Las que lloran”, “Las bien criadas”, “La sayo”, son todos gestos de unión y de auto percibimiento. Cada experiencia que atraviesa su historia, aquello que cuesta, incluso aquello que duele, es factible de ser traducida en imágenes. Desde 1999 al 2020, Laura reconoce una trayectoria que representa ni más ni menos que su percepción del mundo y su participación en él.

Esa valoración se vuelve su vocación, y su vocación es su pasión, por lo tanto todo el proceso no es más que su obra favorita. “Las que lloran”, una de sus obras póstumas, resume un trabajo hecho en red, al cual siempre ha de volver como réplica de aquello que es preciso forjar y repensar. Laura no es intrascendente su trabajos tampoco lo son; al contrario ser significativa es una cualidad del artista.

“Me encantaría decirme artista, como si se tratase de realidades paralelas, me gustaría ser  como los portales. No sé aún después de 30 años en el medio, si eso sucede conmigo. Así que creo que eso me define como artista: siempre replantearme esto”, explica. Otra forma de resumir su esencia es plantearlo entonces como “un trabajo de ida y vuelta con el pensamiento y los recursos que tenemos a mano”.

Esta inclinación por la otredad y su constante resurgir, es también una arista de sus procesos. “El proceso creativo es largo. Antes era más impulsiva, pintaba, grande, mucho y todo el día, eso luego se disipo, tornándose en un proceso más pequeño, dócil, suave y de escritura, a la acción, a los cuerpos de otros”, asegura, dando cuenta de la experiencia visual y creativa que cada quien atraviesa cuando recorre una de sus obras.

Mucho ruido, pocas nueces: cuando el talento sobra y las acciones escasean

El arte tiene su cuota de sensibilidad, amor y otras profundidades, pero digámoslo lisa y llanamente, es también un trabajo. ¿Y qué hay de eso? Laura nos propone diferenciar lo que sucede entre los artistas y sus comunidades, es decir el  vínculo del artista con su red social y dentro de una comunidad chica. Otro aspecto para tener en cuenta es el de los que tienen mecanismos generales de poder para modificar cosas generales, el Estado por ejemplo.  

“En cuanto al primer punto que señalo, siempre está en movimiento, es continuo y depende del vínculo con tu comunidad, familia o barrio, o sea creo que la región es infinitamente rica, en cuanto a su nivel expresivo, no solo la poesía y los cantores se multiplican, sino también los hacedores de símbolos en el rubro de las artes visuales, un campo que es también  muy prolifero”, describe.

Como punto de referencia salen a la luz las dos  escuelas de artes, una en zona sur y otra en zona norte, las cuales asevera generan y potencian esta capacidad de ver el mundo desde otra mirada y poder participar de el de manera más poética; dos mecanismos de educación y transformación cultural que se vuelven motores de un bien deseado por todos, el de un mundo más humano, ético y profundo.

“Sobre el otro aspecto, el del Estado, creo que los responsables de gestionar el mismo aún no   entienden cómo potenciar esa base que es muy buena, generando mayores posibilidades a la hora de que estos futuros artistas accedan al ámbito de la cultura. En otras palabra lo veo retrogrado y a la vez que, termina construyéndose como un tipo de gestión que simula a lo privado”, aclara.

Ser independiente y auto-gestionado: la autonomía como valor agregado

A este análisis vale añadir su preferencia por la dimensión independiente del quehacer artístico. Desde el año 1996 Laura decidió que iba a aportar en la causa de acciones en beneficio entre la comunidad artística y el público. Comenzó como un hermoso desafío que terminó sosteniendo durante 12 años de la mano de un proyecto como “Fedro”. “Junto a mi familia hasta se editaron  libros reflexionando sobre nuestra producción, tres más con “La Vicente” y ahora en la Alberdi”, añade.

Laura supo inmiscuirse en el paso a paso del sector independiente, poniéndose la camiseta como tantos otros que permitieron que este espacio pudiese emerger. “Estamos recolectando información y surgen entre 12 y 15 espacios auto gestionados, lo que no  supone comodidad, ofrecen acciones y actividades culturales permanentemente, pero no reciben ninguna facilidad”, advierte.

La eximición de impuestos, la lucha por ser reconocidos como centros culturales bajo ordenanza municipal y la gestión hasta monetaria de mega eventos es un claro registro de aquellas materias pendientes, que están boyando en este mar de encuentros y desencuentros, de presencias y ausencias. “Estos espacios surgen pero está en una situación mala, cada vez cuesta más sostener proyectos auto gestionados en Salta”, remarca.

 “Buena suerte, mala suerte”, es la frase con la que Lau concluye la conversación; un decir que la identifica y que posiciona al azar como una constante de esta vida que a veces nos invita a jugarla; al final, ganar o perder son lo mismo, la buena o la mala suerte, los son; opciones que tarde o temprano terminan por  transformarse, postulando que lo importante es lo vivido, el qué y el cómo; aquello que hacemos y decimos  frente a la suerte que nos toque correr.

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