SALTA (Redacción) – Hablar y escribir, historias verídicas o ficticias, son hábitos que existen desde que la humanidad vio la luz. Aquellos mitos y leyendas, historias de otro mundo, relatos cercanos son parte de nuestra cultura y también nuestra crianza. La narración, como disciplina formal, tiene un valor trascendental que excede al entretenimiento. Es también una garantía de educación y superación colectiva.
En momentos históricos como éste, con el contagio implacable por Coronavirus como moneda corriente, la consigna es quedarnos en casa; premisa simple y compleja a la vez. En este dilema, viene bien saber escuchar y dejarnos interpelar por propuestas creativas que no tienen otro fin, más que facilitarnos esta instancia y hacer de ella, algo productivo.
Mili Ibarra es la cara y gestora de un proyecto independiente y autogestionado: “La Mily y Una – Infancia con Lecturas y Música”. Desde este espacio, genera de manera anual distintas propuestas para las infancias, tales como talleres, conciertos, capacitaciones a docentes, estudiantes y orientaciones a instituciones en relación a la lectura y a la música.
“El contar cuentos se fue reconociendo como una profesión artística y de las artes escénicas, utilizando herramientas del teatro, por ejemplo. En mi caso, fusiono el arte de la Narración con la Música, debido a que a mí me gusta entrar y salir en el acto de contar y cantar. Busco textos que tengan algún fragmento musical, y si no lo tuviera, uno el texto con alguna canción”, explica Mili.
Pero no se trata de una acción mecánica y autómata. Contar es dejarse interpelar por un texto e involucrarse con el aquí y ahora. “Contar un texto o poesía es sin duda un acto de amor y entrega. La palabra nos da un sentido, nos da presencia. En este juego de la voz es que la palabra toma un lugar, ya sea escénico o en las aulas, en los docentes, en los padres, en los periodistas, etcétera”, reflexiona.
Vale retomar el pensamiento de Yolanda Reyes, una de sus autoras favoritas, quien escribe: “el libro es un lugar de encuentro; construir una voz propia no se logra a los 17 años o cuando se es mayor de edad, es una construcción que se va haciendo”. Partiendo de esta lógica, el lenguaje resulta entonces un acto de amabilidad, sabiduría y encuentro; el hecho de basarse en una dinámica dialógica, lo vuelve en un acto permeable, hacia uno mismo y los otros.
La palabra como denominador común
Esta cuarentena desata múltiples reacciones y estimula todo tipo de ideas para dinamizar lo que su significado implica: no salir de casa. Mili puede ser un ejemplo de como muchos sobreviven a lo que nos toca, una transición crítica. “Soy muy optimista, la palabra es equivalente al cuerpo, y ahora está más presente que nunca, a través de la conectividad, los audios de WhatsApp, las videos llamadas, entre otras posibilidades que nos dan la certeza que el otro está ahí”, profundiza.
Pero la tecnología no es como cantar ¡Bingo! “Para los que tenemos esta accesibilidades podemos saber calmar angustias, calmarnos y darnos esperanzas, pero no olvidemos que hay muchos que no tienen esa posibilidad y todavía les falta el agua, algo tan esencial. Ni hablar de los que no tienen trabajo, esa también es una situación real y no nos basta solo con la empatía, sino con decisiones políticas para todos y todas”, subraya Mili.
Mili apuesta a las palabras de Cristóbal Gómez Mayorga, pedagogo en educación inicial, para ahondar en el sentido de la crisis de las que somos testigo. El pedagogo sostiene que el Arte es una gran posibilidad, y que solo esta puede mitigar tanta angustia, angustia que es necesaria quitar. En una situación de tales características, es necesario conectarnos con aquello que nos hace bien; frenemos por un momento y dejar de lado los deberes virtuales.
Lista de quehaceres ¡Manos a la obra!
A pesar de múltiples factores y las condiciones que nos circundan, el encierro resulta inevitable y un detonante. ¿Qué hago? Mili encuentra en su experiencia, sugerencias para tener en cuenta cuando la desesperación, el aburrimiento o la soledad nos pisan los talones. “Es una buena oportunidad para preguntarnos muchas cuestiones de la vida, salirse del “ego” y empezamos a mirar al otro”, asegura.
“Aprovechar los ratos buenos y las risas; hacer refugios literarios fáciles de armar, usando una mesa con una sábana y linterna y a la noche leer algún texto; escuchar música; sacar las temperas o lo que se le parezca y pintar; bailar; hacer el jardín; diseñar títeres de dedo con papelitos de colores; enviarnos audios donde nos demos ánimos; compartir información que nos de alegría; recuperar en lo posible el humor”, agrega.
Mili nos sugiere promover el reencuentro y difundir mensajes alentadores entre estudiantes y docentes de todos los niveles. También nos anima a fortalecer los hábitos del lavado de mano, algo que los docentes de nivel inicial trabajan y luego en primaria desaparece. “Debemos explicarles a nuestros niños y niñas que es un momento que pasará y volveremos a encontrarnos para retomar la rutina. Usemos la palabra para construir momentos únicos”, reflexiona.
Reescribiendo las páginas de un nuevo año
Quien conoce a Mili sabe que la lectura es su oxígeno, y que su hambre por aprender se conserva intacto, como el de aquella niña que supo ser. Su don ha llegado a muchísimos formadores, familias y niños que compartieron esta propuesta con gran entusiasmo y la recibieron con los brazos abiertos. Las historias, una vez más, son un puente cuando la distancia es el remedio.
Actualmente, Mili se encuentra leyendo “La Sombrerera” de María Elena Walsh y “Nadarín” de Leo Lionni, mientras organiza sus próximas metas para el 2020, entre las que se encuentran talleres varios y las reuniones con docentes. “Este año vuelvo con el sombrero y dirección de Rodolfo Elbirt (actor, dramaturgo y productor). Será abierto a la familia y se desarrollara en espacios culturales y espacios independientes”, adelanta.
“Además, continuaré con mi aporte a la formación permanente para docentes desde mi proyecto La Mily y Unas – Infancia con Lecturas y Música, que cuenta con declaración de interés cultural por la gestión anterior. También retomaré las canciones de cunas que amo cantar, y así pasaremos un año más, entregando a la cultura salteña un aporte genuino”, concluye Mili.
Pausa literaria
(…)En un rincón perdido del mar vivía feliz un banco de pececillos. Eran todos rojos. Solo uno de ellos era tan negro como la concha de un mejillón. Nadaba más rápido que sus hermanos y hermanas. Se llamaba Nadarín (…) Con este fragmento de Leo Lionni, Mili nos introduce en el valor de la diferencia y el respeto debido a quien no comparte las características.
Nos empuja a pensar en la superación de los miedos propios, la fuerza de voluntad para disfrutar de lo que nos rodea pese a las adversidades que se presenten, la solidaridad con nuestros semejantes como una constante. “Y como emblema de la obra en su conjunto, hay un mensaje para los lectores: la unión hace la fuerza”, concluye Mili. Quizás sea momento entonces, de volvernos un banco de pececillos de todos los colores y formas, pero con una idea clara, seguimos la misma corriente y pechamos para el mismo lado.