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SOCIEDAD

20 de Febrero: Un itinerario familiar histórico

Compartimos con nuestros lectores el escrito del prestigioso Dr. Ricardo MENA-MARTÍNEZ CASTRO

batalla de Salta
Monumento 20 de Febrero- Foto: Salta4400

SALTA ( Ricardo MENA-MARTÍNEZ CASTRO) – ITINERARIO FAMILIAR: Originarios de Cerdeña, Italia, ciudad de Oneglia. Uno de sus vástagos D. Domingo Belgrano y Peri, trasladase al Río de la Plata a mediados del siglo XVIII. Cásase en la ciudad de Buenos Aires, el 4-11-1757 con doña María Josefa González Casero, siendo padres entre otros del General don Manuel Belgrano

Fue el cuarto hijo de un matrimonio que tuvo ocho varones y tres mujeres. Don Domingo Belgrano y Peri, llegó al país en el año 1751 y pronto constituyó el núcleo de los comerciantes importantes de Buenos Aires, obteniendo su naturalización.

Quebrantos financieros, oscurecieron su situación durante los últimos años de su vida, por lo que sus hijos hubieron de preocuparse por sus obligaciones pendientes. La gloria de su cuarto hijo, arrancó del anonimato a este esforzado comerciante que tuvo confianza en la generosa tierra del Plata.

Don Manuel Joaquín del Corazón de Jesús, nacido el 4 de junio de 1770, cursó sus primeras letras en el Colegio de San Carlos en la ciudad de Buenos Aires. Bajo la dirección del Dr. Luís Chorroarín, estudió latín y filosofía, obteniendo el diploma de licenciado en el año 1787, cuando ya se encontraba en España, donde lo había mandado su padre para instruirse en el comercio. Se matriculó en la Universidad de Salamanca, graduándose de abogado en Valladolid, en el año 1793. Conoció la vida de la Corte, viajó por la Península, y por Europa, leyendo a sus autores predilectos en francés, italiano e inglés. De ello se desprende el amplio cultivo de su espíritu. Muy próximo a su regreso, recibió la comunicación oficial, a fines de 1793, en la que se le anunciaba su designación como Secretario Perpetuo del Consulado que se iba a crear en Buenos Aires. Iniciaba así a los 24 años de edad su actuación pública, y estaría consagrado hasta el fin de sus días a servir a su patria y a sus compatriotas. 

La vida de Manuel Belgrano no puede resumirse en breves consideraciones, sino que consumiría horas y horas dedicadas al amplísimo espectro de su quehacer. Así debería efectuarse un pantallazo como Secretario del Consulado, su actuación durante las invasiones inglesas, su actuación como Plenipotenciario, sus contactos con la princesa Carlota Joaquina de Borbón y de Parmahija de Carlos IV de España y esposa del Príncipe Regente de Portugal, don Juan VI, acerca de una monarquía constitucional en el Plata; pero la firme postura de nuestro héroe, al establecer la modalidad de aquella monarquía, terminaron por disgustar a la princesa. Creo que en justicia es el patriota de mayor formación interdisciplinaria de nuestro país y de su época. Se suma a esto su labor como periodista, sociólogo y educador; ni qué hablar de sus desvelos como creador de nuestra enseña nacional. En el año 1809, cuando Cisneros arribaba a nuestro país, le encarga la formación de un periódico que difundiera las ciencias, las artes, la historia y la geografía. Fue así que el 3 de marzo de 1810, aparece en la escena nacional este periódico que funcionó hasta el 6 de abril de 1811, en cuya redacción colaboró también don Hipólito Vieytes. Se llamó “Correo de Comercio”. La derrota de Huaqui, echó por tierra las esperanzas de un triunfo fácil por el norte, cuyo drama se desarrolla entre 1812 y 1813. El resto de ese desmantelado ejército fue recibido por Belgrano, de manos de Pueyrredón, en Yatasto. Son ochocientos hombres desmoralizados, sin armas e incapaces de enfrentarse nuevamente con Goyeneche

La tarea que le espera es ardua y agotadora: reordenar los cuadros, disciplinar los soldados, abastecer el ejército, dar ánimo a los pobladores, es decir, transformar un ejército en quiebra, por otro muy distinto: armónico, disciplinado, que pudiera hacer frente a los eficientes ejércitos del rey.

Es entonces que se vuelve inflexible ante cualquier falta, y dentro de estas normas tan rígidas, se formarán hombres que luego honrarán las armas argentinas: Dorrego, José María Paz, Gregorio Aráoz de Lamadrid, Cornelio Zelaya, Lorenzo Lugones entre otros: Mientras Goyeneche permanece detenido en el Norte debido a la revuelta cochabambina, Belgrano se dirige hasta Jujuy, donde presenta el 25 de mayo de 1812, al pueblo, y a los soldados por segunda vez la bandera de su creación. 

Llegaba el mes de agosto de 1812, y el ejército español invade la ciudad de Jujuy con trescientos hombres al mando del General D. Pío Tristán, primo de Goyeneche. Es entonces cuando el desesperado Gral. Belgrano, lanza su vehemente proclama en la que dice: “Llegó pues la época en que manifestéis vuestro heroísmo, y de que vengáis a reuniros al Ejército de mi mando, si como aseguráis, querer ser libres…”. Mientras esto decía a su pueblo, su voz cobraba enérgicos matices, mientras se le encendían los labios y los ojos, que acaso no lucieran nunca tan hermosos ni tan brillantes como esa tarde incierta, en la que se irradiaban sobre ellos, la luz de todos los fogones de la patria. 

Con los ojos de la memoria estamos viendo en la lejanía aquella escena, lidiando penosamente con garabatos y espinillos, un ejército: El Ejército del Norte, mientras su retaguardia era hostigada permanentemente por la vanguardia enemiga. Así es que sucede el encuentro sobre el Río Piedras, que demuestra el temple de los soldados, y devuelve la confianza perdida. No esperaban que Belgrano luego del primer contratiempo, los pusiera en fuga, matando a 25 hombres, hacer varios prisioneros y apoderarse de importante armamento. Se va esfumando así, como en lentos cendales de bruma, la orden del gobierno de agostar todo aquello que pueda ser útil al enemigo y de continuar la marcha macabra hacia Córdoba. 

Todo el pueblo de Jujuy responde a la adversidad del momento, acompañando a su general que sabe capitalizar el sentimiento de su pueblo, y en su momento de gloria, conduce a su gente hacia el campo de las Carreras en Tucumán, donde las aflicciones y penas tomarán un nuevo rumbo.

Es precisamente en Tucumán, donde según propias manifestaciones no sólo ha encontrado el amor, sino también su segunda patria, donde una comisión de notables le ofrece las armas y los hombres para hacer frente a los realistas.

Las órdenes del gobierno central eran terminantes, de manera que la retirada hacia Córdoba, significaba dejar a Tucumán abandonado a su suerte.

Desde el Campamento de La Encrucijada, el General envía a la ciudad de San Miguel, al Teniente Coronel Juan Ramón Balcarce, para promover una reunión de gentes y de armas y estimular al vecindario a la defensa. Algunas versiones aseguraban que la venida de Balcarce tenía por fin recoger las armas que estaban en poder del gobierno y de los particulares. Esto causó gran alarma, a la que se sumó el rumor de que la tropa se retiraba hacia Córdoba. 

Tañeron las campanas del Cabildo, y en sesión pública decidieron enviar tres representantes: los oficiales Bernabé Aráoz, Rudesindo Alvarado y el eclesiástico Dr. Pedro Miguel Aráoz, ante Belgrano para pedirle que diera batalla a los españoles en Tucumán. Hablaron primero con Balcarce y luego con el General en Jefe, exponiendo diversos argumentos entre los que se encontraba el peligro de una sublevación popular, ante la privación de armamentos. El Jefe aceptaba con la condición que se aumentara su ejército en 1500 hombres y la dotación de 20.000 pesos plata para la tropa, cantidades estas que la comisión se ofreció duplicar. 

Toda la jurisdicción se convirtió en un cuartel. La ciudad fue fosada, en el caso de que fuera necesario resistir en las calles. La desobediencia y el choque se producirían entonces de manera inexorable para suerte de la patria.

El General Pío Tristán, mientras estos preparativos bélicos se realizaban en Tucumán, avanzaba tranquilo desde su campamento de Metán. Una de sus avanzadas al mando del Coronel Huici, fue capturada por una partida patriota, al mando del Capitán Esteban Figueroa. El 23 de septiembre el grueso de la tropa llegó hasta Los Nogales, a las puertas de la ciudad. Tristán decidió acampar allí, como paso previo a lo que consideraba una fácil entrada triunfal. 

El grueso del ejército patriota estaba acampado al norte de la ciudad, en donde hoy se encuentra la Plaza Urquiza. El ejército realista contaba con 3000 hombres, 13 piezas de artillería, mientras que el criollo con sólo 1600 y cuatro piezas. A pesar de la disparidad de las fuerzas- nada nuevo para Belgrano- la tropa estaba animada por un vivo fuego por vencer.

La estrategia de Tristán se basaba en la suposición de que Belgrano libraría la batalla atrincherado en la ciudad, pues jamás pensó que se atrevería a combatir en campo abierto cual era el Campo de Las Carreras. Se dirigiría al sur de la ciudad y desde allí hostigaría a nuestras fuerzas en los días sucesivos. 

Gregorio Aráoz de Lamadrid, pensaba, como lo anota en sus memorias, que Tristán quería combatir ese mismo día, y tanta era su confianza, que mandó a pedir una pipa de agua a un aguatero, y que se la llevara al mediodía hasta la casa de Garmendia que estaba frente a la plaza, para darse un baño después de la batalla. 

Belgrano entonces, cambia sorpresivamente de posición y emplaza su frente de batalla cara al sur. Desplegó sus hombres en una línea que abarcaba diez cuadras. La caballería se dispuso en ambos flancos y en la primera línea con los infantes al frente.

La infantería formaba en tres columnas: la primera estaba al comando del Coronel Forest y las tres secciones en las que se dividía, a cargo del Capitán Ramón Echavarría, el Comandante Jerónimo Helguera, y el Ayudante Mayor Blas Rojas. La segunda al mando del Comandante Ignacio Warnes y sus secciones al comando de los Capitanes Manuel RuizJosé María Sempol, yMelchor Tellería. La tercera al mando del Jefe de pardos José Superí; las secciones estaban a cargo de los tenientes Ramón Mauriño y Bartolomé Rivadera y el Capitán Antonio Visuara. Las guerrillas se pusieron a las órdenes del Subteniente Tadeo Lerdo

La caballería y más precisamente su ala derecha estaba comandada por el Teniente Coronel Juan Ramón Balcarce; las secciones por el Capitán Cornelio Zelaya, el Sargento Mayor Pedro Flores y el Teniente Rudesindo Alvarado. El ala izquierda era responsabilidad del Comandante José Bernaldes Pallado, mientras que las secciones por los Capitanes Francisco de Paula Castellanos, Fermín Baca y Nicolás Baca.

Al frente de la Reserva iba el Teniente Coronel Manuel Dorrego, y las secciones a cargo del Capitán Esteban Figueroa, del Teniente Manuel Sagárnaga y del Capitán Inocencio Pesoa

La división de Reserva de la Caballería estaba al comando del Sargento Mayor Diego González Balcarce y las secciones por los Capitanes Antonio Rodríguez y Domingo Soriano Arévalo y el Teniente Rufino Valle

La artillería volante al comando del Barón Eduardo Kunitz Holmberg, con sus piezas a cargo del Capitán Francisco Villanueva y los tenientes Juan Santa María, Juan Pedro Luna, y Antonio Giles. El joven oficial José María Paz era el Ayudante.

Las improvisadas milicias provinciales estaban agrupadas en la Compañía de Decididos, dividida en Húsares (donde formaban los de Tucumán) y Dragones que estaba conformada con paisanos de Salta y de Jujuy. 

El desarrollo de la batalla por momentos se vio confuso, y ambos Generales se vieron desbordados y alejados de su tropa. Díaz Vélez, segundo de Belgrano, retiró las tropas hacia la ciudad, lo que fue decisivo para la suerte del combate. Finalmente, Tristán se retiró a Salta sin continuar la Batalla. 

Traemos todos estos nombres de la oficialidad Belgraniana, como sentido homenaje de quienes hoy agradecemos el haber contribuido a la consolidación de la frontera Norte de la Patria.

Vemos pues que, la huella de Belgrano está allí, concreta, visible en su grandiosidad, ya que, sin ser militar, hubo de aprender sacrificada mente el arte de la guerra.

Los cantos epinicios le seguían porfiadamente, y a su impulso, hubo de crear una Escuela de Guerra, donde Jefes, Oficiales, y pueblo en general toman nueva conciencia que, por esa boca negra y redonda del fusil que se vuelca sobre el ojo certero del tirador, están los ojos vigilantes de los abuelos que han muerto por la patria, la fe de las madres y esposas que esperan el regreso de sus hombres en la paz del hogar, y la segura gratitud de las progenies venideras.

Lamentablemente nuestros próceres no calcularon, que, dentro de la regularidad histórica, acaso entregarían sus desvelos, a seres efímeros, minúsculos, que llevarían a nuestra patria a vivir en permanente zozobra, lejos del tan fementido “Destino de Grandeza”, como la que nos ha tocado y nos toca actualmente vivir. El conflicto es complejo y del cual nos resulta cada vez más difícil emerger, pues mientras nuestra dirigencia engorda su patrimonio, las naciones vecinas avanzan a un ritmo que para nuestro país se vuelve cada vez más inalcanzable. Faltan estadistas y sobran inescrupulosos.

Luego de estas reflexiones que hacen a la filosofía de la historia, seguimos comentando las batallas de Tucumán y Salta, la primera el 24 de septiembre de 1812 y la segunda el 20 de febrero de 1813. Estas dos batallas principales no fueron las únicas acciones de guerra, como decíamos anteriormente, pues hubo otras de menor importancia, como los encuentros de Cobos, el 26 de enero de 1812, Las Piedras del 3 de septiembre del mismo año, y el segundo Cobos del 14 de febrero de 1813; también el de Las Higuerillas del 18 de febrero de 1813. Los dos primeros antes de la batalla de Tucumán y los dos segundos anteriores a la batalla de Salta. Fueron librados entre las fuerzas de retaguardia y de vanguardia de ambos ejércitos. 

Luego del resonante triunfo que puso en vilo al país y que hiciera cantar ala impulso de la frase “Tucumán, cuna de la libertad y sepulcro de la tiranía”, durante los cuatro meses siguientes, se refuerzan los efectivos del ejército y se lo aprovisiona adecuadamente para hacer frente a la nueva campaña, cuyo destino final, será la ciudad de Salta. 

Nuestro prócer fue muchas veces, injustamente descalificado en los terrenos del amor; pero a fuer de ser sinceros, y bajándolo del Olimpo de los elegidos, en Tucumán cobijó dos de sus grandes amores: doña Josefa Escurra, cuñada de Juan Manuel de Rosas y la joven Dolores Helguero, amores estos que fructificaron en dos hijos y en numerosos descendientes, que tienen el orgullo supremo de llevar su sangre. 

Pío Tristán espera a Belgrano, con casi 4000 hombres en Salta. Los patriotas amagan atacar por el Este, pero luego de una azarosa marcha por la Quebrada de Chachapoyas, conducidos por el célebre Chocolate Saravia, aparecen por el Norte, aislando de esta manera a Tristán de sus bases. 

Esta maniobra estratégica, le valió un triunfo resonante que consolidó las fronteras de la patria. Fue el 20 de febrero de 1813. Los seiscientos muertos de ambos bandos, fueron enterrados en una fosa común, bajo la misma gigantesca Cruz de madera. Esta actitud fue duramente criticada por quienes eran partidarios de acciones más enérgicas, a lo que Belgrano respondió en carta a Chiclana: “Siempre se divierten los que están lejos de las balas”. 

El choque de las tropas fue extremadamente duro y ambas partes se batieron con bravura. El Regimiento Nº 1– el predilecto de Belgrano- le tocó batirse con el Real de Lima. Lucharon encarnizadamente durante tres largas horas; era el mejor cuerpo del ejército realista y el único compuesto por soldados peninsulares. En este enfrentamiento hay que mencionar la heroica acción de don Mariano Benítez, que formaba parte de la División de los Decididos de Salta que, lanzándose a furioso galope sobre las filas enemigas, y aprovechando el estupor causado por su acción, arrebató la bandera del Batallón del Cuzco, que un Alférez agitaba. 

Herido, y manando sangre profusamente, fue ayudado por Dorrego, y un esclavo de su familia, pudiendo regresar con vida a su batallón. Días después Belgrano le alcanzó los despachos de Capitán, honor que rechazó, pues se encontraba suficientemente pago, con haber podido contribuir a la libertad de su patria

En esta batalla también es digno de recordación, entre tantos patriotas, la decidida acción de don Juan José Fernández Campero, que militaba en las huestes del rey, pues el retiro de su caballería contribuyó grandemente al éxito del combate. 

Fue tomado prisionero de los realistas y luego de humillantes castigos, murió en alta mar, rumbo a España donde esperaba ser juzgado. El Marqués del Valle del Tojo, no pudo llegar a su destino español, pero sí llegó a su destino de gloria en nuestra patria.

Luego de las alegrías sobrevendrían los pesares de Vilcapugio y Ayohuma. El gobierno urgió a Belgrano que estaba convaleciente de fiebres tercianas, a abrir nuevamente el frente Norte hacia el Perú. Por aquellos días se evidenciaban desarmonías entre su oficialidad, como asimismo dificultades para abastecer su ejército. Había que compatibilizar el apuro de Buenos Aires, con esta dura realidad jujeña. Sus problemas se resolvieron en parte y dona al Cabildo de la ciudad un estandarte con el escudo de la Soberana Asamblea, pintado en el centro, para reemplazar al tradicional del Rey. 

El General abatido de pesares y de fiebres, próximo a entregar el mando, le hacía exclamar:

“… mi corazón toma nuevo aliento, cada instante que pienso que usted se me acerca, porque estoy persuadido que con usted se salvará la patria.

En Yatasto se produciría el tan anhelado encuentro, en la vieja hacienda establecida desde el siglo XVII. Fue allí que Belgrano se encontró con Pueyrredón para hacerse cargo del Ejército del Norte en 1812 y fue también allí el encuentro con San Martín que arribaba desde Buenos Aires con una columna de auxilio. Ese abrazo selló una amistad y respeto entre ambos Jefes, que habría de durar hasta el fin de sus días.

Belgrano había solicitado desde fines de diciembre el relevo del mando, pues entendía que la derrota exigía ese tributo, permaneciendo con el grado de Coronel al frente de su querido Regimiento Nº 1, hasta el 1 de marzo, cuando el gobierno lo relevó de todas sus funciones. Había solicitado el relevo definitivo, pero el gobierno no se lo concedió hasta tanto se sustanciara un proceso que nunca tuvo lugar.

La Patria jamás terminará de agradecer estos insuperables ejemplos de amor al suelo nativo, como así la suprema honradez en los manejos de los altos intereses del país. Permanecía en su espíritu, la visión de la paz y de la concordia, lejos de las imprecaciones de los vencidos, del gemir de la viudez y del clamoreo de los niños en orfandad, siguiendo siempre, todos juntos, la senda que lleve al país a la misma e inefable cumbre.

Ricardo MENA-MARTÍNEZ CASTRO

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