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SOCIEDAD

CORONEL YAGO LUIS DE GRACIA: Boceto de un gran hombre

Yago de Gracia permanecerá intáctil en el aire de Salta, sobrenadando el susurro de los vientos y en el beso cálido de todas las auroras

CORONEL YAGO LUIS DE GRACIA

IN MEMORIAM

Por Ricardo Mena-Martínez Castro

El coronel Yago Luis de Gracia nació en la provincia de Entre Ríos el 7 de mayo de 1934 y falleció el 27 de septiembre de 2020. Contrajo matrimonio en la ciudad de Salta con Juliana Cornejo Serrey, fructificado en sus hijas, Galia, Guadalupe y Juliana.

Su desempeño como militar fue destacado, alcanzando el grado de coronel dentro de la fuerza. Fue director general del Servicio Penitenciario de la Provincia de Salta, Jefe Delegado de la Secretaría de inteligencia del Estado en la misma ciudad y Jefe de la Seguridad durante la visita del papa Juan Pablo II a nuestro país. Dentro de la fuerza desempeñó con honor el doble papel de ser jefe y legión al mismo tiempo.

 En la esfera policial logró significativos avances al tratar la reestructuración de la misma, siendo creador de la policía lacustre en el dique Cabra Corral.

CORONEL YAGO LUIS DE GRACIA

Prestó servicio a cuatro presidentes constitucionales, Arturo Frondizi, José María Guido, Arturo Illia y Raúl Alfonsín. Fue miembro del glorioso Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín, y ejerciendo con este último presidente el rol de jefe de la custodia presidencial, encomendándole asimismo la de su familia. Esta tarea fue realizada por espacio de seis años. Fue en sus últimos tiempos secretario de la también gloriosa Agrupación Gauchos de Güemes.

Yago relataba ante su audiencia familiar la despedida de su amigo Raúl Alfonsín: “Me despedí al pie del avión que lo llevó a Chascomús. Fuimos muy pocos en esa despedida, Richard Pueyrredón, Juliana, mi mujer, mis tres hijas y yo. Lamentablemente no pude viajar a Buenos Aires para su funeral”.

Fue un domingo aciago de atroces pandemias, cuando durante esa larga despedida del mundo, se pusiera punto final a la recia personalidad de un hombre que honrara la dignidad y la decencia en cada uno de los actos de su vida.

Esta vez la lágrima constituyó una emoción subordinada ante el decreto inapelable del Nazareno y, entonces, la patria pareció oscurecer su cielo frente al dolor de esa despedida, mientras la bandera que tanto amó languidecía sus colores impotentes ante esa oscura realidad. 

Todo en él fue un espontáneo esclarecer de justicia y bondad, ante la cual, ¡qué podía hacer la muerte!, sino arriar sus velas, pues nuestro inefable Yago estaba ya predestinado a seguir viviendo en la nostalgia infinita de su familia y de sus amigos.

El gesto de militar luchador y fuerte, se fue desvaneciendo ante la ternura de sus seres queridos, para regresar en tolerancia, contemplando en su retiro apacible como abuelo feliz, el desarrollo genial de su progenie.

Yago no morirá porque es un árbol intensamente nuestro, siempre verde, alimentado con el néctar nutricio de ese cariño inextinguible irradiado en la mirada de su compañera, de sus hijos, o en la mirada escrutadora de sus nietos revoloteando permanentemente sobre su corazón en selectas vibraciones.

Sentía admiración por la inteligencia y practicaba las buenas formas sociales en la vida, dulcificando su voz de mando al soñar el pasado con sus queridos conscriptos, en esas lejanas tardes de retiro.

Daba singular importancia a la memoria de las ideas, y en largas charlas de sosiego evocaba las íntimas vivencias de su paso como custodio esencial de presidentes como el doctor Raúl Alfonsín y don Arturo Illia.

Era un libro abierto, y cautivaba a la circunstancial audiencia con la melodía de su voz recia, llena de armonía, envuelta en increíbles anécdotas de un pasado pleno de brillantes auroras. El silencio se hacía imprescindible y ominoso, volcado en la retromirada de quienes vivimos aquél tiempo, o en la suprema perplejidad de los jóvenes circunstantes.

Sufrió con dignidad de mártir las angustias de su mal, quizá con la esperanza que su recio organismo hiciera retroceder a la Implacable, alejando ese alegato irrefutable y amargo de la verdad que, en él, más parecía una impostura.

Quienes fuimos sus amigos, llegamos extenuados a este epílogo doloroso que el Señor pone a los hombres, como una suerte de expiación, para acompañar las horas tristes de su Pasión.

Se hace difícil pensar: ¡Morir él!, que era una generosa expresión de vida manifestada en improntas vigorosas de nobleza; fue Yago, un caído eminente y acaso… un instante de la conciencia argentina.

Hoy en la lúgubre casa del silencio, la sugestión de la muerte provoca una extraña quietud a esa energía indomable de este hombre de excepción, avaro de sus responsabilidades ante su familia y ante los hombres.

Debemos agregar que el coronel de Gracia pudo avanzar incontaminado ante las turbulencias de la época en que le tocó actuar, sin rastrear las alas al concebir una idea.

Salta se conmueve una vez más ante su desaparición, y la palpitación suprema de quienes fueron sus amigos llevará ante sus restos, el incomparable tributo de una tribulación sincera y dolida ante ese hombre fuerte y manso a la vez.

Fue Yago un maestro en el sentir por bueno, honorable y generoso; constituye un gajo nuestro que se va, y caerán sobre sus restos en imaginarios cendales, los colores azul y blanco de la patria.

 Yago de Gracia permanecerá intáctil en el aire de Salta, sobrenadando el susurro de los vientos y en el beso cálido de todas las auroras.  

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