( Por José De Álzaga).- Estimado Lector: Próxima a la extinción del invierno, hube de trasladarme a mi residencia invernal de San Martín de los Andes, donde este momento el mercurio registra 37,4 Grados Fahrenheit, o sea 6 GC (centígrados) para el vulgo. Mientras disfruto de este paisaje nórdico, dedico los ratos de ocio creativo a la formación de los cortafuegos -concepto éste que explicaré a los subnormales del Frente Plural-, es decir, zonas de vegetación quemadas bajo control para evitar el seguro avance de los incendios que el cambio climático global provocará sin duda.
Creo que a vosotros tributarios de este llamado Frente Plural donde forman los anabolizados (algunos sin “ana”), os servirá este concepto de cortafuegos pues sois invictos en esto de incendiar al gobierno salteño.
Pero bueno, diré que esto de los roles en las historias es clásico y hay personajes que se consolidan y pasan los tiempos ejerciendo ese papel para el que nacieron buenos y mueren desempeñándolo, sencillamente porque no sirven para otra cosa. Los bufones, alimentan fantasías hasta que cae la mentira y entonces termina la función. Hoy, Matías Posadas, ha terminado su última función.
El bufón, por caso, ha sido desde siempre caracterizado por un personaje grotesco, bobo, zafio –bruto como se diría en buen romance-, limitado y cuya única finalidad era entretener al soberano. Traspolado a la política encontramos en ese casting maldito a un Matías Posadas cuyo único posible rol en la política ha sido precisamente el de entretener al soberano. Bueno, a los dos soberanos: al que mandaba y al que elegía, es decir al pueblo.
Claro que la historia también enseña que cuando el bufón deja de ser gracioso o se repite en su monocondición de ser limitado, pierde el sentido de su tarea y generalmente el soberano le cortaba la cabeza como última y tragicómica escena final.
Para la política de la última década, por lo menos, Matías Posadas, ha cumplido ese rol que a diferencia de aquellos bufones, éste si ha sido siempre bien remunerado. De esa manera, como los “Jockers” del mazo de naipe, este Posadas, le convenía tenerlo a todos porque “en algún lugar lo vamos a poner”. Su cuadro más notable para el gran público fue siempre el de “candidato de…” y el de “candidato a…”, una simbiosis de función que no siempre coordinaba muy bien sinapsis con praxis. Es decir, tenía cocción a fuego lento.
El bufón también era utilizado para distraer al gran público en las plazas o cortes mientras por detrás los rufianes rapiñaban las pertenencias de los asistentes. Ni más ni menos ocurrió con este Posadas que fue puesta a bailotear y visitar barros repartiendo “birras” mientras hablaba con los parroquianos repitiendo la única frase que aprendió durante sus años en la política: “El señor gobernador dice…”.
En esto del silabeo perdido este Posadas le iba cabeza a cabeza a ese otro gaznápiro de Ricardo Villada, un verdadero pijo (Y otra vez debo explicaros que por “pijo” el diccionario de la RAE denuncia que: “Es propio o característico de una persona pija”); fijaos vos si acaso es referencia al formato de su testa. Pero este es un asunto impropio de mi alcurnia y tema que me convoca.
El público ya no es tan tonto y en más de un descampado de barrio tuvo que salir corriendo porque su show no fue admitido y metiendo violín en bolsa tuvo que abandonar esos escenarios.
Esas pequeñas fugas parecieran haber sido premonitorias y hoy Matías Posadas brindó su última función abucheado por el público que le propinó una acomodada derrota electoral.
En las últimas elecciones el “Show de Matías” resultó tan malo que el público decidió no acompañar su función. Ese rechazo lo terminaron pagando varios otros que se aprestaban también a estar en la pista recibiendo el aplauso del público pero quedaron fuera de escena.
No se va porque tenga una cultura de la ética, lo echan las circunstancias. Su caída es el único triunfo netamente personal que ha logrado en todos estos años. Su derrota humillante es obra de su propia mano.
¡Ah, la comedia! Bien supo el Dante enviar a los Infiernos a los sádicos gobernantes y a los sádicos bufones, de modo que “allá en el horno se vais a encontrar”, diré parafraseando al Discepolín. Mientras esto escribo, me voy sorbiendo una bocanadas de vino Glühwein traído de la Germania en versión aromatizada con especias y dulzona.
Como dijo Oscar Wilde que algo sabía de teatro: “La realidad no debe ser más que un telón de fondo”. Esta vez bajó para Matías Posadas.
Hasta la próxima.