SALTA (Redacción) – Milo Lockett se hizo a sí mismo. A imagen y semejanza de su talento. Es uno de esos artistas que tiene claro lo que quiere, cómo lo quiere y para qué lo quiere. A simple vista es un tipo de carácter. Una impronta que llevan sus coloridas y distintivas obras, en la que todavía se conserva ese niño primerizo pintando sin filtros. Aquel que adoraba la siesta, su momento favorito del día. El momento de poner manos a la obra.
«A mi me gusta el arte desde niño. Mis padres eran personas muy libres, nos dejaban hacer lo que queríamos, es decir, apoyaban nuestras iniciativas. Como yo era un chico muy disperso siempre estaba haciendo cosas y me anotaban en todos los talleres que había», recuerda Milo, haciendo foco en el taller de la Escuela de Bellas Artes que se dictaba por la siesta. «Para mi eran como muy esperados. Eran el espacio de juego, creación, de mucha libertad para ensuciar. Ahí empezó el gusto por el arte», agrega.
El color como obra maestra
Si hacemos un recorrido de sus obras, nos topamos con dibujos pintorescos, amables, llamativos y honestos. Tanta autenticidad que desborda y se traduce en múltiples formas y nítidos matices. Según Milo, su disciplina se enmarca en el arte gráfico. «Encierro el color con negro, trato de darle límites. Me gusta mucho el ArtBrut, no tan convencional, donde no hay estética, donde uno termina siendo y buscando su propia estética», expresa.
Cabe recordar que el término de Art Brut, ha sido originalmente concebido por el artista francés Jean Dubuffet para describir el arte creado fuera de los límites de la cultura oficial, en el que prima una motivación intrínseca, el ingenio, una gran labor artística y un potencial creativo que quizás pueda no encajar en los estándares. Milo Lockett es un autodidacta empedernido, que desafío las reglas y desdibujó los límites, permitiendo que el arte sea un lenguaje comunitario y al alcance de todos.
Su manera de ver y hacerte definen la misión de Milo como artista. Sus obras son fruto de la decisión firme de animarse a salir al ruedo. «A mi me pasa que entre al mundo del arte a través del dibujo. Después me intereso la pintura, la materia y hoy me interesa el color más que la forma. El dibujo es la excusa para ponerle color», subraya.
Sus pinturas son el efecto de un trabajo intelectual y práctico tan riguroso como placentero.
Y eso se nota en las tantísimas combinaciones y expresiones que denotan sus cuadros. «Soy una persona que trabaja muchas horas con ayudantes. Entonces soy muy prolífico en lo cotidiano. No tengo semanas de descanso. Trato de trabajar muchas horas al día y lo que más investigo es el color. Probar paletas, probar combinaciones, probar descomponer los colores», explica.
El arte, un asunto de todos y no de unos cuántos
Milo es una marca registrada en el marco nacional e incluso, internacional ya que empieza a expandir su llegada. La claridad, la certeza, la convicción y la vocación le permitieron alcanzar una posición dichosa en su carrera. Tras 19 años en constante formación y perfeccionamiento, dejó atrás su industria textil en el 2000, plena crisis, para volcarse estrictamente al arte de las manos en movimiento.
«Para mi tiene que ver con el trabajo y con la identidad. Uno es honesto en lo que hace y entonces eso se percibe y el otro hace empatía con esa imagen. Yo trato de hacer lo que se hacer. No me rompo la cabeza pensando en parecerme a alguien o meterme dentro de una corriente sólo porque está de moda. Estoy al revés de todo», reflexiona.
Frida Khalo, una pintora mexicana de gran relieve, solía decir que sus pinturas llevaban con ellas el mensaje del dolor. Milo no tiene un mensaje que se pueda poner en palabras. Prefiere apelar a los hechos. Trazando un paralelismo con lo que pensaba Marshall McLuhan (el medio es el mensaje), podría decir en este caso que la pintura es el mensaje, sin más.
«Me gusta que la gente se anime a dibujar y pintar. Es lo que busco cuando hago los talleres masivos. Es bueno cuando alguien descubre su profesión a través de la pintura, más allá de que no sea una profesión artística. Se trata de que uno pueda elegir y sea libre de elegir, por eso es tan importante la educación», profundiza. De allí, que a través de esta disciplina Milo haya participado de múltiples causas y campañas benéficas.
Una giro cultural al servicio del mundo
Pero hay una veta que distingue su labor como pintor. En él, el arte se conjuga con la solidaridad. Y aunque no resulta tan difícil anclar estos conceptos, ambos de profunda sensibilidad y empatía, Milo tiene una filosofía al respecto que consolida su pensar y su actuar. Su lógica responde a valores tales como el altruismo, la entrega, la superación, la responsabilidad y la sensibilidad.
«La solidaridad tiene que ver con las buenas prácticas del ser humano. Tuve una infancia feliz, siempre valore mi infancia y sé lo que es un plato de comida. Entonces, trato de colaborar para generar una mejor sociedad porque me parece que la misión de nosotros que pensamos en que sí se puede cambiar el mundo, tiene que ver con pensar en una comunidad mejor y para eso hay que involucrarse”, analiza.
“Uno lo puede hacer desde el campo de su trabajo sin necesidad de ser político», enfatiza, poniendo en valor las virtudes del arte como lenguaje universal y multidimensional. «El arte sensibiliza. Te enseña. Te muestra un camino. Te da esperanza. Te abre la cabeza. Te educa», asegura Milo. Un profesional que supo calar profundo en diversos espacios y tocar el alma de una nueva generación, tan lúcida como ávida de expresiones sin condicionamientos.
Y esta perspectiva aplica a la realidad de los argentina según avanza nuestra charla. O mejor dicho, interpela al hombre en su totalidad. «La solidaridad tiene un parentesco muy ligado al educativo. A mi me parece que a Argentina la única revolución posible que le queda es la revolución educativa. Me parece que si Argentina decide no invertir más en educación, es un país que a lo mejor no tenga viabilidad en el futuro», expresa, sin titubear.
Pintando realidades, manifestando los sueños
«El que quiere pescado que se moje», piensa Milo. Nuestro anfitrión se mojó de pies a cabeza. Supo embeber su vida en una fuente inagotable de colores. Sin arrepentimientos ni cabos sueltos, él se encuentra pleno con un buen recuerdo de aquel niño que alguna vez supo ser y con la esperanza de tener una linda vejez. «Uno se va acercando y construyendo eso que para el final tiene que ser maravilloso. Uno le tiene miedo a la vejez, en mi caso no», ratifica.
Un whisky cuando termina la jornada o cuando emerge algún hallazgo en medio del proceso de una obra. Arrancar el día con un buen café, los elementos listos y los ayudantes del espacio – su fábrica- bien dispuestos. Estas son las claves de su ritual diario, los misterios del éxito quizás. Pero…
Sus ánimos y vitalidad vienen de la mano de sus metas claras, elecciones y de aquellos reconocimientos que afloran en el presente. Si bien Milo admite que «está hecho» con tantas fortunas que le sucedieron a lo largo de su carrera, me cuenta que en la actualidad está desarrollándose afuera. Nada fácil por cierto, pero tampoco imposible para el valiente de los pinceles.
Precisamente, desde hace ocho años trabaja en Suiza; hace un tiempo en Estados Unidos y el año pasado realizó algunas incursiones en China, a las que describe como un «fenómeno cultural revolucionario por dentro». «Este año posiblemente vaya a Londres, Italia, Madrid y Barcelona en octubre, y a Chile en noviembre. También estoy invitado a Chicago, EE.UU», adelanta.
El color en tiempos de cólera
Sin embargo, las raíces llaman. La cultura latinoamericana ha nutrido la esencia de su firma, indefectiblemente. Sus colores y expresiones dan fe de su origen.
«Nuestra pintura es más caliente. Tiene power, deja marca. Es con huella. Es una pintura muy interesante, a los latinos sólo nos hace falta creérnosla más», admite. Ser fieles a ese ADN multicolor.
En el marco de Casa Dir pude conocer a Milo, al hombre que yace detrás de tantísimos cuadros que alguna vez descubrí. Un rostro que se ha multiplicado por tantos otros a los que supo inspirar de inmediato. Me encontré con un artista decidido, espontáneo y franco. No podría entonces pensar en otro tipo de discurso visual.
«Este tipo de eventos hace que exista esa posibilidad de que te acerques y el otro te pueda conocer; de que vos puedas contar algo que tenga que ver con la cocina y no sólo lo que sale en los medios. Siempre trato de llevarlo al plano personal, de tener un feedback de normalidad. Me gusta romper esa concepción de que el artista está en un plano y el público en otro. Me parece que esta bueno cuando podemos conversar y te puedo contar desde mi profesión que yo soy igual que vos», concluye.
Milo es su pintura. Sus pinturas son Milo y con él, cientos de personas como colores que se miran de igual a igual y que se fusionan e integran en una misma superficie sin discriminar, para dar lugar a una obra maestra nunca antes vista, repleta de matices e historias a la espera de unos ojos dispuestos a aceptar que no todo se resume a blanco o negro.