SALTA (Redacción) – En la escritura yace un privilegio que solo los locos conocen. Un estado de goce constante, solemne, universal, simple, solitario, inquieto. Diferentes escenarios a lo largo del día tienen como protagonistas a quienes van escribiendo sobre la marcha; durante un viaje en taxi, en el bondi si tenemos la suerte de ir sentados, café de por medio, aprovechando el paréntesis de una clase, en el descanso fortuito que ofrece la cama, cuando nos escapamos un ratito de la oficina. Cualquier instante es válido para quien gusta escribir. Sino preste atención a los boletos de colectivo escritos o los asientos mismos, los garabatos de una servilleta, el block de notas de un celular, el pupitre con corrector, esas cartas amistosas que supimos guardar en una caja, o incluso los pedacitos de aquellas que rompimos o quemamos cuando nos creímos artistas de una obra de teatro que no era más que el fin de una relación. Si hay algo que distingue a las letras es su capacidad de siempre tener sentido, su vigencia intacta, son la prueba de nuestro paso por el mundo.
Resulta que en manos de quienes escriben, la vida misma resulta una historia inagotable y atrapante. Ellos tienen el don de volver místico lo que aparenta rutinario; cuando los leemos la magia de cada línea hace de una anécdota una de las películas más taquilleras de la historia. Es que no solo saben el qué, sino el cómo contarlo.
«Creemos que una de las cosas más valiosas de escribir tiene que ver con conectar con la vida de otra manera. Conectar desde la quietud de sentarse, aunque sea un par de horas por semana, con un cuaderno y una lapicera, a elegir palabras y crear», introduce Mer, quien, entre libros, mate de por medio, algunos adornos y portarretratos que amenizan un rincón – me atrevería a decir su lugar en el mundo – empieza a soltar la lengua como quien dice, mientras intento estar a la altura de su gimnasia literaria.
Jueves de escritores, una pausa en la semana
Mercedes pertenece a la comunidad de los escribidores. De aquí en adelante vamos a dirigirnos a ellos de esa manera. «Nosotras utilizamos la palabra «escribidores», que significa mal escritor, como un juego, como una ironía», subraya, dejando en claro el carácter y la impronta que identifica al espacio, bien llamado “jueves de escribidores”.
Este proyecto nace a través de Trilce Lovisolo y Mercedes Mosca, ambas comunicadoras y coordinadoras del mismo. «Es posible gracias a todos los que se sumaron a nuestras ganas de escribir. Actualmente somos ocho personas que venimos de diferentes rubros: un director de teatro, un psicólogo, empleados/as de comercio, productor de espectáculos, abogada, etcétera. Todos escribidores. Ellos son Rodolfo, Jacqueline, Alfredo, Diego, Eloy, Mariano y nosotras», nos cuentan, considerando además a todos los que eventualmente a toman una clase cuando pueden y a los que pasaron por los encuentros del año pasado.
Los jueves de Escribidores son un encuentro con la escritura y la lectura, de manera itinerante. «Comenzó en La Ventolera, un hermoso espacio que nos abrió las puertas todo el año pasado y hoy, atendiendo al contexto complicado de crisis económica, lo hacemos en nuestras casas. Se trata de dos horas por semana en la que buscamos apropiarnos de herramientas para dejar salir la creatividad en cada uno de los textos que escribimos, a partir de consignas concretas. Es muy lindo ver cada jueves cómo, a partir de un mismo disparador, salen escritos tan distintos y cómo esas diferentes voces conviven en este espacio creativo», profundizan, con la satisfacción sincronizada que les genera mantener vivo este paréntesis en la semana.
La escritura como proyección del ser humano
Creatividad, imaginación, liberación, verdad, vitalidad, profundidad, expansión, proyección, amor son palabras que se me vienen a la mente cuando hablamos en términos de literatura, como un tópico enriquecedor, una fuente prolífica de ideas, una alternativa, una forma de vida. «Por supuesto que la literatura regional es más próxima a nuestra cultura, pero creo que uno como escritor tiene que enriquecerse de lecturas que le interesen y lo atrapen. Un escritor no puede estar ajeno o desentendido de la lectura, de lo que están generando otros. La literatura es, sin dudas, un puente para la creatividad y la imaginación», analizan ambas.
Un puente. Cuando escribimos estamos creando, estamos interpretando lo que nuestros sentidos atestiguan, traduciendo lo que se dio por hecho y se volvió automático. La escritura viene a reciclar lo que nos dijeron, lo que vimos, lo que hacemos, lo que no decimos. No podría dejar pasar en este momento como idea ejemplificadora las “Instrucciones para subir una escalera”, inalcanzable y prodigio relato de Julio Cortázar.
Como periodistas, tanto para Mer como para Trilce, la escritura tomó otro rumbo en el labor diario, podríamos decir que en cierto punto lo automatizaron, y es que dicen que la costumbre acaba con todo. Sin embargo, si estamos convencidos de aquellos que queremos, la frustración no es más que un mal trago. Se trata de volver a conectar como bien aconsejan ellas. «Ambas sentíamos que en los últimos años habíamos dejado de escribir sobre lo que nos gustaba. Entonces se nos ocurrió que podíamos generar un espacio para compartir esta vocación con otras personas que sientan lo mismo que nosotras. La primera experiencia fue un taller de crónica, que desarrollamos en mayo del año pasado en La Ventolera. Aquella experiencia estuvo buena porque fue un aprendizaje recíproco y además surgieron lindos textos. Entonces decidimos darle una continuidad, pero abordando distintos géneros narrativos», recuerdan.
Como si hablásemos de las relaciones humanas, más que agotarnos o morirnos en el intento a medida pasa el tiempo, se trata de tomar las riendas, volver al eje y reconocer que el amor es más fuerte. «Siempre decimos que el taller es nuestro espacio de resistencia. Que la escritura es energía potente y transformadora. El arte lo es y las palabras son creadoras de otros mundos posibles», aseguran, con la
fe que caracteriza a dos niñas jugando sin restricciones, ni condiciones, ni pálidas.
¿Que harías si pudieras cambiar el mundo?
El peso y el poder que tiene esa respuesta es un riesgo que vale la pena correr. De hecho, escribir es sólo apto para valientes. No es fácil hacerse cargo de lo que podemos crear cuando la muñeca baila al compás de lo que dicta la cabeza. Sin embargo, las chicas invitan a que cualquier persona que tenga ganas de escribir y de compartir lecturas, también charlas con mate de por medio, asista. «Todas las clases se trabaja una consigna diferente. Así, la persona que va por primera vez no está descolgada. Las chicas y chicos que van al taller siempre recalcan que con la vorágine del día a día y la rutina se les complica encontrar el momento para escribir. Escribidores es justamente esa especie de burbuja creativa para ellos, donde durante dos horas se conectan con la escritura. Es porque damos consignas sencillas para que la puedan desarrollar en ese momento. Lo lindo es que muchos después siguen escribiendo en sus casas o trabajos. Sentimos que sembramos la semilla en ellos», reflexionan.
Un mundo lleno de escribidores, cosechando los frutos de sus pasiones. Es que tan bien nos vendría compartir algún gen con Borges, Mauro de Vasconcelos, García Márquez, Laura Esquivel. «Julio Cortázar nos acercó instrucciones para hacer muchas cosas y nos contó delirantes historias de cronopios y de famas que nos inspiraron mucho. Juan Solá le puso poesía a algunas cotidianeidades oscuras y palabras bonitas a lo de todos los días. Murakami nos hizo pensar la escritura desde otros lugares. Leila Guerriero nos conectó con el gusto por la narrativa. Y un montón de otras lecturas nos nutren en lo que hacemos como Emily Dickinson, Alejandra Pizarnik. No se acaban nunca», agregan con la complicidad propia de una secta que hace de este viaje, un mejor lugar.
Al respecto, Miguel de Cervantes pensaba que la pluma era la lengua del alma. Entonces escribir sería equivalente a trascender en algún modo. Soy porque escribo, existo porque escribo, y no al revés. Por ello, me auto sentencio: el día que dejé de hacerlo, que aquello que escribo no repercuta en el otro, no lo interpele, no lo incomode o no le infle el pecho a quien me lee, probablemente daré por muerta mi alma.
Mejor dejo la nostalgia a un lado.
«La escritura expresa nuestro modo de estar en el mundo y de ser creativos, a partir de aquello que nos rodea utilizando el lenguaje. Es una práctica que está asociada a la idea de la inspiración, una inspiración que a su vez debe trabajarse mucho (repensarse, releerse). Aquí me gustaría también citar una frase de Simón de Bouvier que nosotras repetimos siempre a modo de consejo: «Escribir es un oficio que se aprende escribiendo» aunque también le agregaría «leyendo». La idea de este taller es animar la escritura y que las personas se sientan capaces de poder hacerlo sin miedo, sin prejuicios», analizan y concluyen con la insistencia, y la sensibilidad de aquellas artistas de la palabra, mientras se camuflan entre sus letras y vuelven al ritmo de la jornada.
Mer, Trilce nunca posterguen sus versos porque el hombre vale lo que vale su palabra.