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CULTURA

“Il Sapore”, el almíbar de cada día

Anastacia es una joven que se valió de sus historias de vida para convertirse en una eminencia del arte de la repostería en Salta

Il Sapore - Fuente: Facebook Il Sapore - Pastelería

SALTA (Redacción) – Muchos hablan de encontrarle el gustito a la vida como una manera de aprender a bailar y dejarnos llevar a lo largo del viaje. Disfrutar es la meta. ¿La fórmula? No hay una, son miles. Tantas como personas. Hay quienes apelan a la practica del yoga, otros a la meditación diaria. Algunos eligen hacer terapia. Las artes. Los deportes. El ejercicio físico. La buena alimentación. El «coaching» tan de moda en estos tiempos, entre tantos remedios y alivios más que afloran acorde pasa el tiempo.

Lo cierto es que somos distintos y la receta que le funciona a «pirulo» no es tan efectiva para «fulano». Pero, Anastacia es un caso que nos puede venir bien a todos. Anastacia se tomó literal esto de «encontrarle el gustito». Se adentró en la cocina y en un principio, con un poco de galletas, ron, cacao en polvo, queso Mascarpone, huevos y café, le dio en el clavo. Mezclando y probando ingredientes supo encontrar la medida justa para hacer el postre ideal. Al final, la frutilla del postre resultó ser una vida exquisita, feliz y plena.

«De chica siempre ayudé a mi mamá en la cocina -lamiendo los palitos de la batidora, claro-. Además, me gustaba ver a mis abuelas cocinar y también meter la mano para hacer algo porque fui inquieta siempre. Pero…nunca tuve la paciencia necesaria para esperar a que se hagan las cosas, así que no me dediqué a cocinar ni una salchicha hasta que luego de una ruptura amorosa, empecé a incursionar en la pastelería, a manejar mi ansiedad y ser más paciente sobre todo», revela.

Ante el desamor y el atracón de emociones, más vale un acto de amor 

Anastacia Pardo Hinojosa es una repostera salteña de 26 años. Por ahora, dice ser sólo emprendedora con ánimos de recibirse algún día «de las tantas cosas que estudió». Simpática, amorosa, amable, jovial, cálida y refulgente es la protagonista de una idea que se volvió la favorita de aquellos como yo, que apenas terminan de comer tienen la pregunta del millón en la punta de la lengua: ¿Hay algo dulce?

Il Sapore – Fuente: Facebook Il Sapore – Pastelería
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Tras un amor que no fue, o al menos no perduró, y también fruto de esa pena, emergió otra versión de Anastasia que se traducía receta tras receta y que fue el vislumbre de un nuevo comenzar.  «Mi primer postre para vender fue el famoso Tiramisú. Lo vendía sólo para comer en nuestro restó familiar -De Boca en Boca-. Era el súper combo que todos pedían: rabas de entrada y tiramisú de postre. Se hizo tan famoso que mi mamá me insistía en que venda para llevar también. Yo no quería saber nada porque ya tenía experiencia en que me salgan las cosas mal cuando me pedían», recuerda, aún con la misma emoción que identifica a todos los inicios.

“Hasta que bueno finalmente me decidí a vender únicamente Tiramisú. Y tras tener tanto, tanto éxito agregué más variedad, porque se hizo monótono y cansador hacer lo mismo siempre», agrega.

Il Sapore – Fuente: Facebook Il Sapore – Pastelería

De a poco, con fe en uno mismo, muchas ganas y toneladas de paciencia, se logra lo inimaginable según Anastacia. No son cursilerías, ni frases trilladas, ni se trata de un manual de autoayuda. Su relato nos habla de un hecho: «Il Sapore». El sabor. Cabe tanto, en una palabra. Algunos se acordarán del dejo amargo de una relación pasada, otros del enigmático postre de la abuela, de la ansiedad contenida en el primer beso, el asado de los domingos en familia o la electricidad de una primera cita. Tantos sabores como momentos. Tantos sabores como emociones.

Una firma con esencia tana

Dicen que la memoria emotiva se activa cuando reconocemos algún aroma particular. Lo mismo sucede con el gusto a mi parecer. Cada postre tiene un nombre y apellido. Cada receta responde a un momento. La comida del reencuentro con la familia no es la misma que la que elegimos en las juntadas con las mejores amigas para cortar la semana. El arroz con leche de mi mamá no es idéntico al de mi abuela, aunque ambos llevan arroz, azúcar y leche. Quizás cada una de esas personas que conforman mi mundo son un sabor y cada sabor le da gusto a mi vida.

En este caso, Il Sapore tiene que ver también con la familia. Anastasia tiene ascendencia italiana y lo deja claro a primera vista. «Además el nombre italiano está ligado nada más ni nada menos que al Tiramisú. Inicialmente sólo iba a vender Tiramisú por lo que quise darle ese tinte. El slogan era «fatto con amore»», aclara.

Si bien su nombre inicial derivó en otro, lo de -hecho con amor- se conserva por dentro y fuera. «Somos como dos personas que nos amamos. Vivo para «Ilsa» e «Ilsa» vive para mi. Realmente lo amo taaanto. Fue mi mejor logro. Cambió muchas cosas en mi vida para bien», subraya con el orgullo inflándole el pecho y la alegría atravesándole sus ojos. Ese mismo amor se traduce en la dulzura, los colores y las dimensiones de sus postres y tortas.

Creatividad, libertad e intuición

Se trata de un emprendimiento dedicado a aquellos que les gusta lo diferente, fuera de lo tradicional. Los distingue la abundancia y la calidad. «Nos dedicamos a hacer tortas (o tartas como prefieren llamarlas algunos) modernas, con galletas y chocolates. Esta destinado principalmente a chicos y jóvenes, pero también enamorando a los más grandes», explica.

«Además de salir de lo común de las tortas con bizcochuelo que encontrás en todos lados, me gusta ponerle muuucho de todo. Siempre odié esas tortas/tartas con una lamida de dulce de leche», admite Anastasia, dejando entrever parte de su talento, pero me aclara que, así como cada mago tiene su truco, cada pastelero tiene el suyo.

«Mi truco es hacer las cosas con muchas ganas y agregarle un poquito más de cada ingrediente. Eso de que la pastelería es exacta no aplica para mi criterio. Siempre desafío las reglas», asegura con una sonrisa picaresca. Me ánimo a decirles que todavía veo a esa niña que metía el dedo en la crema o en el pote de dulce de leche y lo saboreaba hasta no dar más (una habilidad compartida por todos).

«Principalmente tenés que tener buena mano. Aunque digan que uno aprende en el proceso, para mi se nace con el don que querés que te diga. Yo empecé haciendo sin saber nada y las cosas me salían ¡de pe los!», asevera, sin dejar de lado el valor de la práctica, el día a día, el prueba y error. «Acá posta que la práctica hace al maestro. Aprendes desde decorar mejor hasta jugar al tetris para poder hacer lugar en la heladera y que entre todo», resume.

Cada porción, un permitido de libertad

Cuando uno paseando se cruza con el local, éste no pasa desapercibido. Entre los grises propios del cemento de la ciudad y algún que otro color de un árbol o algún local cercano, aparece. Con colores pasteles y dibujos que me invitan, Il Sapore entra por los ojos. Hay tanto que apenas puedo elegir. Antes de decir «Hola», se me hace agua la boca y estoy al borde de un pico de glucemia.

Es el lugar que elegiría para mimarme. Cada bocado, representa un «me quiero», un «me acepto», el descanso, el goce y el encuentro con el otro.

«Aunque muchos tienen la falsa creencia de que los postres engordan, yo creo todo lo contrario. Son necesarios para sentirse bien. Siempre recomiendo comer una porción moderada, aunque sea una vez a la semana. ¡Vamos!, la vida es una sola y hay que disfrutarla. Las porciones de Ilsa son mega grandes, pero no fomentamos el consumo excesivo ni obesidad. Más bien el tamaño tiene otro fin: reunirse, dejar de lado el teléfono por un rato y compartir un rico postre», reflexiona.

Ese mismo ímpetu contagió al Universo, al que no le quedó otra que devolverle un bocado de gratitud a Anastacia haciéndole realidad su sueño. En sus palabras: «comencé a creer en mí y no paro de crecer».

Tal vez las mejores recetas no figuran en el libro de Doña Petrona. Quizás provengan de un recóndito lugar, tan íntimo y revelador como aquel momento en el que se dejó ser, se aceptó con sus mochilas y salió a rockear el mundo. La tentación en estos casos es válida. Lejos de ser un pecado, nos incita a comernos el mundo, en sentido figurativo.

“Cuando mi madre nos daba el pan repartía amor”. Joël Robuchon

Anastacia es adicta a la torta Elena, la cual lleva ese nombre en honor a su bisabuela. También de la Banana Split y el flan de dulce de leche. Sin embargo, no le hace asco a nada, hablando en criollo. «Amo todo», confiesa mientras larga una carcajada. Y aunque parece un chiste al pasar, en ese pedacito me doy con la certeza de este emprendimiento. El amor. Un ingrediente que tal vez descubrió Dios cuando cocinaba la vida y se dio cuenta que todavía le faltaba ese «algo».

El amor es nuestra identidad. Es el huevo uniendo la mezcla. Es la harina leudante dándole volumen a la masa. Es el dulce que baña al postre y nos permite tener una de las mejores sensaciones de la vida. El amor es la mejor porción de la torta o el dedo índice que untó todo lo que quedaba en la olla. El amor es la lengua saboreando la comisura de los labios.   Fue ella misma quien descubrió la belleza de lo simple y lo volvió mayúsculo. Por eso hablamos de repostería de autor.

«Ama lo que haces y lo que haces te amará aún más», concluye. Su análisis escapa a la física. La ley de Anastacia nos viene a decir que no hay comida sin postre, y no hay postre sin corazón. Mientras tanto, el silencio se apodera de mi visita y los mordiscos gustosos se hacen escuchar. Buen síntoma.

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