Por Ricardo Federico Mena
SALTA (El Intransigente) – El Intransigente se complace en presentar hoy al doctor Edmundo Del Cerro, distinguido profesional de la psiquiatría y escritor, destacado en el campo de la literatura. Es autor de dieciséis títulos de autoría propia y dieciocho en co-autoría dentro del espacio de la medicina. Es además poeta de versos memorables, y por si algo faltara, también novelista. Recientemente ha presentado en el Círculo Médico de esta ciudad su libro Bitácora de hotel, del cual expresa, que es un conjunto de cuentos “dirigido a rescatar desde lo simple la profunda búsqueda de lo incomprensible”. Comenzaremos entonces con este reportaje, haciéndole unas cuantas preguntas que el doctor responderá.
E.I-¿Cómo fueron tus inicios como escritor?
E.D.C-Los inicios como escritor, yo diría que no comencé a plantearme la conciencia de tenerlo, recién, diría hasta que publiqué, casi alrededor de los cuarenta años, mi primer libro de cuentos: yo comencé a escribir a los quince años de manera espontánea, posiblemente por influencia en ese tiempo del boom del folklore, donde este por suerte en esa época estaba en los grandes puestos tanto nacional como provincial. Esos poetas hicieron que todo el país cantara conjuntamente con las grandes letras que ellos compusieron. Siguiendo un poco ese ritmo, es cuando comienzo a hacer los primeros torpes versos hasta que al pasar el tiempo me doy cuenta de que la verdadera condición no está en la poesía, sino en la forma de expresar los pensamientos, las ideas o el concepto de la vida.
E.I. Esto contesta otra pregunta que pensaba hacerte, si está incluida alguna persona o alguna situación en particular. Ya me contestaste esto…
E.D.C– Lo que sí puedo decir, como una picardía estudiantil, un atrevimiento, siendo alumno de 3er año del Colegio Nacional, siendo profesor de literatura el doctor Gustavo Leguizamón, me atreví a decirle que yo escribía poesía. O sea, obviamente un gran atrevimiento ante una gran persona, y el doctor Gustavo Leguizamón me dijo: «Está muy bien. Pasá al frente y escribí una cuarteta». Y no me acuerdo cómo era la cuarteta, pero sí me acuerdo de una frase, porque era una frase que rescató. La frase, que es la única que me acuerdo, decía: «Te miré pasar la tarde» y el doctor Leguizamón me dijo: «Esa frase tiene importancia, seguí escribiendo».
E.I. ¿Y en qué lugar de tu casa te gusta escribir?
EDC– No quiero caer en los lugares comunes, como volver a caer en Borges o en Cortázar o en Vargas, pero los grandes escritores o los grandes maestros, ya lo dijeron, no hay una forma de escribir. Uno tiene una idea, uno tiene una sensibilidad. Y en función de esa sensibilidad uno se expresa. No en horarios. Borges en un último reportaje que escuché en estos aniversarios que le hicieron homenaje decía que el escritor no era un oficinista que está de 8:00 a 12:00 y de 2:00 a 6:00 de la tarde escribiendo, sino que está todo el día, todo el tiempo. Él lo hace extensivo al músico, al pintor, al escultor, al sensible que hace cosas. Y bueno, el estímulo, si es que la sensibilidad existe, impacta de alguna manera, y al impactar de alguna forma, se expresa.
E.I–Y vos a tu lugar de trabajo, por ejemplo, ¿lo ambientás de alguna manera que te dé placer?
EDC– Yo tengo una profesión, que es una profesión muy particular, soy médico psiquiatra. Al ser médico psiquiatra tengo el oficio de haber aprendido a escuchar, o sea, porque yo tengo que trabajar con el oído, escuchando los conflictos de los terceros desde hace 46 años. Entonces, de alguna manera hay una selectividad en la precisión de recibir informaciones, historias, conceptos, vivencias, locuras, que de alguna manera yo las voy, llamémosle, transformándolas, hasta que de alguna forma nacen en forma de narración o quizás en algún haiku que alguna vez escribí.
E.I-Ya me dijiste que comenzaste a escribir desde muy temprana edad. ¿Cuál fue el motivo, el disparador de eso?
EDC– El disparador de eso creo que fue el folklore. El folklore donde, recién decía, los grandes maestros, y son los grandes maestros de la poesía, en este caso, creo, salteña.
E.I.-Poesía musicalizada.
E.D.C-La poesía musicalizada, la poesía, digamos, que viene de los verseros españoles, la poesía de los grandes poetas de Salta. O sea, no voy a nombrar ninguno porque me quedarían varios en el tintero y entonces creo que están todos incluidos, todos que han sido grandes, grandes poetas y que han sido musicalizados por grandes músicos.
E.I.¿Cómo fueron las respuestas de tus padres a tu inclinación literaria?
EDC– Ahí se ha dado un fenómeno extraño, porque si bien el estímulo primario comienza con una guitarra regalada por mi papá cuando yo tenía quince años -y ahí empiezo en un oficio torpe y grosero de aprender de oído como Dios me ayude, viendo cómo tocan los demás, cómo creo que son todos los guitarreros. No pasé de ser eso, un torpe guitarrero- Mis padres no vieron absolutamente nada de esto porque fallecieron antes de que yo apareciera como escritor, porque yo aparezco como escritor después de que me recibo de médico, después que hago mi residencia, después que yo, digamos, esto no significa que no haya intentado una búsqueda artística, sino que siempre estuve estudiando, pero no convencido de lo que estaba haciendo, estudiando en un sentido estético. Creo que eso recién lo planteo cuando me establezco en mi profesión, me caso, formo una familia y busco el lugar donde vivir y quizás donde morir también.
E.I- Claro. ¿Vos tenés idea de cuál fue tu mejor escrito y por qué?
E.D.C.-Yo creo que todos los escritos míos, desde un haiku hasta un ensayo o una novela, todo tiene mi impacto emocional. Y aquí volvemos de nuevo a la gran discusión de qué es el escritor, si el escritor viene porque es la sensibilidad pura o es la intuición o es la magia, o son los duendes, o es el trabajo del artesano que tiene que estar todos los días con el cincel en la mano esculpiendo, y es un trabajo de orfebrería manejar el vocabulario y el idioma. Yo considero que hay estímulos, y ese estímulo tiene que ver con actos vivenciales, sin ese acto vivencial no hay un disparador.
En este caso, la pregunta puntual, yo me preparé profesionalmente para ser un médico psiquiatra. Me preparé para eso, y por circunstancias del destino me nombraron médico de policía, para ser psiquiatra de la policía, y la jefatura decidió que yo tendría que a ser médico de policía, hacer autopsias, levantar cadáveres, detener ebrios, hacer de comisario. Por suerte puede renovar el contrato y me fui a mi casa muy contento porque fue la primera vez que tuve gastritis a consecuencia de las presiones emocionales que tenía.
En una de esas presiones emocionales, tuve que hacer una autopsia en donde sabía con toda conciencia que no me sentía con la profesionalidad suficiente como para tener la fortaleza de decir: «Estoy realizando un acto profesional correcto”. Entonces, hago una autopsia con otros profesionales, y ahí me di cuenta de que evidentemente lo mío era la psiquiatría y no tenía absolutamente nada que ver con otro tipo de actividades que no fueran exclusivamente las que yo había preparado. Y de ese resultado tan traumático, diría yo, porque lo consideré así, hice un soneto que se llama La autopsia, que no me acuerdo porque no me acuerdo ningún poema ni ningún trabajo mío.
Esto último me gratifica de alguna forma porque Borges dice que él no vuelve a leer sus cosas o decía que nunca volvía a leer las cosas que él había escrito. Y ahí me entero con este descubrimiento de los reportajes que yo sin querer hacía y hago exactamente lo mismo. Una vez que termino una etapa, la termino, y supongo, que no vuelvo atrás. Eso no lo puedo decir yo, ni lo puedo aseverar. Pero creo que trato, por lo menos, de no repertirme sino de seguir adelante en lo que la vida me proponga.
E.I.-¿Cómo surgió la idea de Bitácora de hotel y en qué te basaste para escribirlo?
EDC- Justamente, Bitácora de hotel, o sea, todo el mundo sabe que la bitácora vendría a ser el cuaderno o el libro de los navegantes, donde el navegante – escribe todo lo que sucede en la travesía, los vericuetos de lo que sucedía en los viejos veleros, no ahora que lo maneja una computadora, pero cuando los hombres tenían que manejar velas y tenían que manejar brújulas y manejarse quizás con las estrellas, era distinta la problemática y todos se colocaban en este cuaderno donde llevaba una historia de la travesía y gracias a esto se pueden conocer muchas cosas de la historia, gracias a estos cuadernos de bitácora.
Y Bitácora de hotel es porque en un tiempo se transformó la casa familiar en un hotel, y ese hotel fue regenteado por mi mujer durante diez años. Y durante esos diez años, ella me fue contando anécdotas, historias, narraciones de lo sucedido, y sobre esas narraciones hice doce cuentos que son las “Bitácoras de hotel”.
E.I. ¿Qué hay de vos en los protagonistas del libro?
Si me preguntan a mí, yo voy a decir que yo no estoy adentro de los libros. Ahora, evidentemente el que escribe libros soy yo, así que debo estar de alguna manera adentro del libro. No estoy protagonizándome yo en ninguno de mis escritos, por lo menos, que yo me identifique, salvo que sea algo sumamente íntimo, como poemas de amor o responso a un hijo o alguna cosa personal muy privada, pero por lo general, en las narraciones, en los cuentos, en las novelas, soy un observador de afuera que voy relatando lo sucedido de los personajes a donde por lo menos yo de manera consciente no soy ninguno de los personajes.
E.I.-¿Qué estás leyendo por ahora, en estos días?
Yo soy un lector, digamos, disperso. No tengo una disciplina de decir: «Ahora lo voy a empezar a leer a Hemingway de principio a final» o «ahora tengo las obras completas de Shakespeare». No, o sea, en este momento estoy leyendo un libro sobre la historia de Pilatos, por ejemplo. Estoy leyendo conjuntamente La trilogía de Nueva York de Paul Auster. Y esas cosas que uno encuentra en los libros usados, una colección de poemas inéditos de Julio Cortázar que salieron hace muchísimos años y que por razones que se desconocen no llegaron al país. Entonces, estoy leyendo lo que estaba guardado en una cómoda donde la viuda le dice: «Che, ahí hay unos papeles que escribió Julio», y bueno, esos papeles son el residual de las obras que él la consideró desechables que ahora están publicadas, y por supuesto, tiene la misma calidad que siempre tuvo Cortázar.
E.I.-Y vos, como gran escritor, ¿qué autores recomendarías leer?
EDC– Si me preguntan, a un novel lector, me quiero referir a eso, alguien que decide empezar a leer, si vamos a hablar de lectura de autores argentinos, yo diría que lo leyeran el Martín Fierro, porque es aparentemente un libro de poesía, en sextillas, pero no es un libro de poesía, es una novela sumamente fácil de leer, fácil de recordar, con muchas anécdotas, con muchos refranes y con una gran enseñanza.
Creo que la lectura por razones que es desconocimiento de todos nos ha llevado a un estado que prácticamente me sorprendí hace un mes, a donde el 80% de los estudiantes del curso de ingreso de la Universidad de Buenos Aires de la Facultad de Medicina no comprende lo que está leyendo. O sea, no hay una comprensión del texto, no sabe lo que está leyendo, no saben lo que están estudiando. Indica que hay una falencia que el mismo doctor Gustavo Leguizamón y hace 60 años cuando iba al Colegio Nacional nos decía: «Ustedes tienen que aprender a leer, por lo menos lean el diario». Y bueno, yo creo que esa lectura de por lo menos el ejercicio de leer el diario, esa ejercitación hoy se ha perdido, porque lo audiovisual ha ganado y casi el 90% de la actividad humana gira alrededor de lo audiovisual, si lo audiovisual está unido en la robótica o en el manejo de la informática a través de Internet y de los celulares.
E.I.-Para vos ¿existe algún libro famoso que te hubiera gustado escribir?
E.D.C-Yo creo que hay libros que el hombre, según la temática del hombre, ya sea a través de la filosofía, ya sea a través de la literatura, siempre ha buscado quizás los mismos temas, siempre son los mismos temas, los temas éticos, los temas de la guerra, los temas del amor. Siempre ha buscado lo mismo con distintas voces, con distintas resonancias, con distintas repercusiones. Lo que escribió Homero en La Ilíada y en La Odisea, o sea, de alguna forma está dicha de otra forma en los distintos escritores que hicieron o dijeron que esa obra se llamaba Las mil y unas noches, o sea, dicen lo mismo de distintas formas, donde los personajes casi tienen las mismas conductas. Casi. Y estamos hablando de dos culturas diferentes, una es griega y la otra es absolutamente islámica.
E.I. Contáme algo acerca de los cuentos que están redactados en Bitácora de hotel, por ejemplo, El viajante, El enfermo, El viaje con amigos, digamos, generalizando la temática del libro.
EDC-Yo, o sea, invitado por la temática de libro, diría que tomaría la invitación, no para hablar de mi libro, sino para hablar de algo que sí considero que es importante, por lo menos con esto que tiene que ver…
E.I.-Con la cultura…
E.D.C- Con la lectura y con el conocimiento. O sea, hay una frase de Samuel Thomas (T.S) Eliot, un premio Nobel de Literatura, escritor con una obra famosa, célebre, Tierra Baldía, a donde él refiere que se perdió la sabiduría por el conocimiento y se perdió el conocimiento por la información. Hoy estamos viviendo en un mundo híper informado. Estamos bombardeados de información, sobra la información, o sea, hoy hace cinco minutos ya pusieron una bomba, recién iban a poner una bomba en Río de Janeiro y descubrieron que los terroristas fueron encontrados, etc. Y eso fue hace cinco minutos. Entonces, ese bombardeo hace que la concepción del mundo sea una concepción del mundo diferente y distinto a la concepción del mundo de que, por lo menos, no lo hemos tenido nosotros, la generación a la cual representamos nosotros. Estamos formados en un criterio donde es el criterio el contenido. Y acá, creo que no hay contenido o los contenidos son muy superfluos o muy livianos.
Yo considero que debido a este proceso que comenzó hace exactamente veinte años con la masificación universal de los celulares y la aplicación general de todos los sistemas cibernéticos, informáticos, de Internet, absolutamente todo está sistematizado en esos sistemas a través de los satélites. Considero que este nuevo siglo XXI que ya nos agarra, por lo menos a mí, en una tercera edad a donde no creo que tenga mucho tiempo para seguir recorriéndolo, no creo, como para poder decir. «¿Qué pasará de acá al 2045?», creo que esa suposición es como dice Manuel Castilla en su poema célebre donde describiendo el almacén de campo, donde en el suelo están los panes de sal, y esperando que la lengua del buey la lama y haga desaparecer a la sal. «Cuando eso suceda – dice Castilla- yo ya no estaré sobre esta tierra». Entonces, creo que ese proceso yo no lo voy a poder vivir cuando termine, sí creo cuál es el diagnóstico de situación de hoy. Yo personalmente creo que hoy, no la República Argentina, sino occidente, que es lo que conocemos -no sé cómo será la cultura en Pakistán, en Nepal o en Filipinas, eso no lo sé, pero sí el occidente nuestro que sí lo conocemos y que tiene raíces judeo-cristianas y que de alguna manera tenemos aproximadamente una misma concepción filosófica-, estamos viviendo lo que yo consideraría una nueva Edad Media.
Estamos en una alta Edad Media. La Edad Media es una edad que duró históricamente mil años, a donde en esta Edad Media vivían los ricos en los castillos y los pobres y la gleba a merced de lo que podía ser resultante de los señores feudales. Y hoy estamos exactamente lo mismo, o sea, existen los countrys, los grandes complejos de los señores que tienen sistema de seguridad cerrado, protección, cámaras de televisión, y tienen la gente que está entretenida con la información, con la televisión, con Internet y que de alguna manera lo importante, lo que puede pasar por el resultado de lo que puede ser la sensación de compromiso con lo afectivo y con lo profundo, llamémosle patria, llamémosle un otro, llamémosle respeto al tercero, está ausente, por lo consiguiente, el entretenimiento que antes, en la Edad Media, venía con los circos, con los saltimbanquis, y con los juglares y los trovadores, los troveros que cantaban y que divertían a la gente, ahora la gente se divierte sola prendiendo un aparato y no le hace falta salir a la calle.
Y antes, cuando existían los castillos, que hoy no existen, existen los museos, existían las abadías y existían los monasterios. Pero en los monasterios no estaban los monjes guardando dinero robado, como parecería que hoy algunos pueden existir, sino que las abadías y los monasterios eran sacerdotes que guardaron el conocimiento humano a través de los libros que transcribían en pergaminos, en pergaminos de Pérgamo, ciudad de enlace menor donde fabricaban un cuero excepcional casi tan fino como el papel.
Esto lo describe muy bien Humberto Eco en “El nombre de la rosa”, y creo que ese custodio de la cultura que durante mil años cuidaron los monjes en las abadías, hoy están muy descuidados porque nadie los usa, nadie los busca, las bibliotecas están vacías, nadie consulta nada, nadie tiene interés por nada, nada más que para tener esta cultura del naufragio para salvarse de un apocalipsis, y pienso que el consumismo nos ha llevado a este tipo de confrontación.
E.I-Ahora, te querría preguntar, para finalizar la entrevista, cómo puedes conciliar tu profesión de psiquiatra con la de escritor y poeta.
EDC- Esa pregunta me la hice cuando empecé a estudiar medicina, esa misma, misma pregunta, porque yo sabía que tenía que tener un camino y tener una búsqueda. Sabía que la medicina era el camino, pero curiosamente, al final del camino, cuando voy cursando el sexto año de medicina, al final -psiquiatría está en el último año de la carrera después de seis años- cuando curso sexto año de medicina, inclusive rindo libre y la apruebo con buena nota, en un apunte mínimo y exiguo de lo que puede ser la psiquiatría, ahí me doy cuenta de que la psiquiatría es el único punto de unión que hay entre la medicina y la humanidad del hombre, porque el resto entra en la patología, no en la creación, no en el espíritu. Lo único que se puede investigar para poder profundizar el alma, si el alma es la psiquis de los griegos, es a través de la antropología, pero no a través de la locura. La locura es justamente la descomposición de esa alma. Entonces, hay que estudiar la locura para poder estudiar después que un alma es sana, un alma no enferma. Y el único punto de unión, el único eslabón que une la medicina con el espíritu del hombre, que no sea la patología del hígado, del riñón, del ojo, de la traumatología de los huesos, es el espíritu de amor que lo estudia la psiquiatría.