(Por Matilde Serra)– El inicio de la cuarentena cumple un año y la fecha marca el inicio no solo de un tiempo restrictivo donde el sistema sanitario tocó límites de colapso sino que además representa el inicio de una forma de pensar la vida en sociedad. Hoy, nos preguntamos porqué la educación en Salta camina hacia el fracaso.
Con la pandemia, el sistema educativo sintió el golpe más duro. De pronto, desapareció el establecimiento, el patio, el recreo y su convivencia, la maestra y los contenidos se hicieron virtuales. Hasta la señora del quiosco pasó a ser historia.
Durante este año la naturaleza siguió su curso apropiándose de los espacios mientras el deterioro de los establecimientos exponía que el abandono era la nueva política “de educación”, mientras más de 20 mil docentes quedaban al garete, librados a sus posibilidades para dictar clases. ¿El resultado? El caos y la depreciación académica de decenas de miles de alumnos.
Durante el sabático impuesto por la crisis ni siquiera pudieron pensar en reemplazar los puestos del personal de maestranza en su mayoría en edad de riesgo. Tampoco se invirtió en materia de sanitarios ni agua potable, esenciales para la prevención.
Un regreso sin gloria
Se ofreció como un triunfo el regreso a la presencialidad y ahora ha comenzado a ocurrir lo que era esperable, los establecimientos comienzan a suspender clases por la aparición de casos de Covid, mientras la improvisación, el desconcierto y la mala organización son los únicos que tienen asistencia perfecta en los establecimientos.
En las condiciones actuales la caída de la calidad educativa será irremediable. Para salvar la ineptitud se han propuesto acciones como la “promoción acompañada” que no es otra cosa que regalar alegremente un año a los estudiantes.
Los que no tienen ningún tipo de promoción ni acompañamiento de la Gestión son los docentes a quienes no se capacita para adquirir nuevas habilidades. El gobierno ejecutó el ancestral rito de cerrar números en un dudoso mejoramiento salarial como toda solución a la tragedia educativa que ha generado.
Nadie pensó en ejecutar una política sanitario-educativa, donde ambos ministerios cooperaran en una solución social sustentable como recomienda la más elemental escuela epidemiológica.
Mientras todo esto sucede, el ministro de Educación, Matías Cánepa, se mantiene impávido, montado en su espacio cual monje anacoreta pontificando desde su púlpito mientras el siglo se lo fagocita, lo cual no sería un problema sino es porque su ceguera e inmovilidad están causando un daño del que costará muchos años resarcirse. Simplemente porque es sabido que siempre solucionar el deterioro es mucho más costoso que invertir para enfrentar una nueva etapa en la historia.-