SALTA (Redacción) – Todo comenzó en el Este, lejos según lo estipulan los mapas que conocimos en la primaria. A varias horas de vuelo, cruzando océanos, con un lenguaje que poco y nada entendemos. En China, más específicamente en Wuhan, ya se hablaba desde hace varios meses acerca de un virus que empezaba a tornarse en un dolor de cabeza para muchos. Luego, tendría carácter de pandemia.
De la noche a la mañana, los medios internacionales daban cuenta de una guerra mundial contra un enemigo invisible. Un diminuto y mortal virus que se reproducía a la velocidad de la luz sin reparo alguno. Lo conocimos como “Coronavirus”. Con su corona bien puesta sucumbió toda tierra a su paso e hizo temblar a los más altos líderes. No había plan A, B ni C.
En un abrir y cerrar de ojos los continentes se tiñeron de rojo dando cuenta de la evolución de los contagios. La pandemia era un hecho. Volvimos a ser la histórica “pangea”. Todos, una misma cosa. Las suma de las partes de un todo. Un mundo de iguales que quedaron expuestos desde la vulnerabilidad de la vida misma. Nos pusimos la misma camiseta y le dimos pelea. Le damos pelea.
Las vacunas continúan en la misma lógica: prueba y error. Sin ir más lejos, Argentina se enfila como uno de los países candidatos a experimentar con ella y dar en el clavo. A pesar de ello, los profesionales de la medicina y la ciencia coinciden en algo: debe pasar al menos un año para recién tener una vacuna efectiva que haya cumplimentando las fases de prueba obligatorias. Por ahora, no nos queda más que la distancia como remedio.
Los inicios de un escenario sin antecedentes
Nadie olvidará aquel histórico 20 de marzo del 2020 cuando el Presidente de la Nación, Alberto Fernández, anunció por una cadena nacional que daba inicio a la cuarentena preventiva y obligatoria en el país. Argentina se convertiría entonces en un ejemplo de todo lo que estaba bien. Parecía que teníamos la receta justa para sobrevivir y salir airosos de la pandemia.
Aprendimos sobre la matemática de la “curva de contagios” y que para controlarla habría que ajustarse a las medidas de prevención. Distancia de dos metros, tapabocas o barbijos e higiene de manos constante fueron parte de los hábitos que aún hoy continuamos tratando de asimilar en el marco de una “nueva normalidad” de la que tanto se habla y poco se sabe. Pero hay algo cierto, ésta llegó para quedarse.
Conocimos mucho sobre el alcohol en gel y sus propiedades, tanto como repasamos el lavado de manos, casi como un flashback a la infancia. Quédate en casa es una frase que sigue haciendo eco en nuestras cabezas y probablemente, perdure hasta siempre. Entendimos que lo que hacíamos por el otro también lo hacíamos por nosotros. Hoy por ti, mañana por mí. Aquel “enemigo” nos dejó claro que la solidaridad es la materia prima y que en realidad, podemos ser nosotros mismos nuestros peores enemigos si así lo queremos.
Salta: la cuarentena incipiente
Mientras tanto, la Provincia de Salta al igual que otras del interior miraban con preocupación y precaución lo que acontecía en Buenos Aires y alrededores. ¿Unitarios y federales otra vez? De hecho, la metrópoli sería en poco tiempo, el epicentro de la pandemia en Argentina. Por su parte, el Gobernador, Gustavo Sáenz, se alineó con los anuncios y la cuarentena se hizo sentir entre los salteños.
Tan linda que enamora, solíamos decir. De repente, tan vacía. En esas prematuras semanas las postales dirían más que mil palabras. Calles desiertas. Tiempo de sobra. El ladrido de un perro en zona sur podía escucharse en la otra punta de la ciudad. La conectividad saturada por los cientos de usuarios “en línea”. Las pantallas se habían convertido en auténticas conexiones.
Mientras tanto, los boliches no abrirían más sus puertas. Los cánticos del «Feliz Cumpleaños» resonaban con delay entre una computadora y otra. Los novios ya no podían planear con naturalidad ni romanticismo sus bodas. El clásico viaje de egresados, no pudo ser. Las chicas se conformaron con lo justo para sus fiestas de 15 años. Los adultos mayores, y lo digamos con amor, los abuelos, serían la prioridad. El amor que cabía en un abuelo o abuela se medía por la cantidad de día que ya no podríamos visitarlos.
Cada abrazo y beso que no regalábamos, una vida que salvábamos. Así los tantos, la vida se tornó en una rutina constante en la que la creatividad y el ingenio, las artes, resultaron el remedio más efectivo para sobrevivir al agotamiento puertas adentro. Los balcones fueron la mejor pasarela y el punto de encuentro más emotivo. Aplausos a doquier. Personal de la salud que al fin, sería reconocido y puesto en valor.
La otra cara de la moneda
A pesar de ello, una pava de agua hervía cada vez más y más. No tardaría en llegar a su punto de ebullición. La pandemia sacó a relucir nuestras miserias y virtudes. Todo aquello que estaba bien se potenció para mejor. Mientras tanto, las fisuras estructurales de nuestra idiosincrasia se profundizaron, dejando a la vista las materias pendientes que venían rebotando de Gobierno en otro.
A medida el virus se infiltraba progresivamente en nuestra geografía, mes a mes, crecía la crisis económica que finalmente deja a la Provincia a un paso del default. Hambre como moneda corriente, bolsillos flacos, billeteras famélicas, fronteras a la buena de Dios, comerciantes cerrando sus puertas, déficit habitacional en cada rincón, asentamientos repartidos a doquier, privilegios de unos pocos, protestas recurrentes, la inseguridad a la orden del día, abusos policiales y nuevos casos de corrupción.
La flexibilización de la cuarentena tuvo como motivo alivianar la carga y dinamizar el circuito social y económico. A medida se movilizaba la city, el interior de la Provincia se agitaba sin prisa pero sin pausa. El interior fue el detonante. La crónica anunciada de lo que terminaría por acontecer sin distinguir límites geográficos. Si miramos más allá, el colapso del sistema boliviano obligó a repensar nuestra soberanía nacional y la necesidad urgente de atar los cabos sueltos.
El Gobernador de la Provincia pidió públicamente ayuda al Presidente de la Nación, asumiendo la incapacidad para controlar las fronteras. Los pasos ilegales daban cuenta de la histórica postergación. El Ejército Nacional finalmente se hizo presente. Mientras tanto, el Palacio Legislativo ardía en llamas con las voces encontradas de los legisladores que finalmente, y aunque cueste creerlo, a duras penas, decidieron congelar sus abismales dietas.
Nadie olvidará la polémica de los repatriados y los camioneros. ¿Se quedan o se van? Todavía se debate la delgada línea entre los derechos y obligaciones de unos y de otros. Lo cierto es que todos somos tan víctimas como responsables de una enfermedad que hoy registra tres muertos por Coronavirus en Salta. Los domingos de asado en familia, se convirtieron en esperas extenuantes para conocer los anuncios del Gobierno. Cada paso que damos un protocolo que debemos agendar.
Los diarios, noticieros y micros radiales contabilizan muertes como quien cuenta monedas. Detrás de cada número, yace un rostro y una historia. La sociedad exige respuestas, demanda soluciones y reclama igualdad. «El pueblo quiere saber de que se trata». ¿1810? ¿2020? ¿Dónde estamos parados? Quizás sea el momento justo para dar el paso. Atravesar la crisis y constituirla en oportunidad.