(Por Diego Nofal) Alcira Figueroa es la menos política en el sentido dirigencial y la más política en el sentido humano de todos los parlamentarios de la provincia. Su vida transcurría entre mates y proyectos académicos y sociales en el norte de la provincia, cuando un día, entre gallos y medianoche, un escándalo la convirtió en diputada. Pese a ser partidaria de esta idea del antimérito, tal vez sea la más meritoria de las personas que hoy ocupan un escaño en el Congreso.
Sus antecedentes académicos, su militancia en su lugar de nacimiento, se reflejan en cada relato suyo. Cada paso de su vida como parlamentaria se registra, como en una bitácora, en sus redes sociales. “Antes que duerma les comento que fue un día agotador. Con mate y moringa todo es más llevadero. Hoy llego una hermana con una inmensa torta a saludar a Karina y a mí, hemos estado trabajando en cuatro proyectos que habían quedado sin respuestas”, relató parlamentaria en un emotivo posteo.
La ruta de Carboncito el camino de Algarrobito y los Gabiones de Río Blanco, la rotonda de Yrigoyen. Relevamos demandas de obras de municipios de Yrigoyen y Oran, armamos propuestas para agencias territoriales ambientales, participamos de reunión de presupuesto, elevamos varios pedidos”, enumeró la Alcira Figueroa. La misma que aún sueña con que una parte del Impuesto a las Grandes Fortunas, vaya a parar a las necesitadas poblaciones del norte argentino.
Su relato muestra que lejos de los lujos que ostentan varios políticos nacionales hay, al menos para ella, una cuota de profundo sufrimiento. “De Embarcación nos llegan noticias del agua contaminada, de los peces muertos, la detención de compañeros en Palpala, la situación de los vecinos asentados en Parque las Vega, la carpa de los despedidos del frigorífico de Pichanal, las fotos de los animales muertos por la falta de agua de La Unión, el cierre de la sala de recuperación de desnutridos en Tartagal y del centro de recuperación de adicciones de Yrigoyen los docentes que necesitan notebook y el crédito que nunca llegó, etc, etc”, cuanta casi como un sollozo digital.
“Mientras mi vecina acerca una espléndida comida, Felipe, mi pequeño sobrino vino con regalos. Ya a la nochecita me quedé sin comunicarme con muches, con otros hablamos de sueños, de proyectos, de la pasión que nos une. Me preguntó cómo seguir entera en medio de tantos dramas y sufrimientos, y vuelvo siempre la mirada hacia esa inmensa mayoría que es el pueblo, la cumbia y algún folklore rodeando las casas, envolviendo el aire y llevándose las penas”, se consuela Alcira.
“Luciano ( el perrito ) me mira, y en el veo a mi nieto a quien extraño entonces acaricio su pelaje y el mueve la cola agradecido. Y nos quedamos mirando el cielo, algunas estrellas y la luna aunque no se la ve, nos habla a los dos”, concluye, con esa humildad que le pone rostro humano a la política salteña, lejos de las internas, de la grieta, del contubernio y cerca, bien cerca de la cara sucia y de la pobreza de los niños salteños.
