Parece mentira que hace un siglo, el país asistía a la efervescencia de la inmigración, entre ellas la árabe y que después de tanto avance, tecnología y el notable progreso que constituyó la Carta de Declaración de los Derechos Humanos en 1948, hoy asistamos a otro hecho que nos conmueve, peor que el de inmigración, que es el de los refugiados. La tan mentada Paz no llega en el mundo, ni llegará mientras el ser humano dé rienda suelta a su ambición desmedida de poder y dinero y dinero y poder, que se retroalimentan mutuamente.
Y es que habitan en el hombre el ángel y el demonio. Y no siempre triunfa el ángel. La Psicología lo explica como la lucha entre los instintos de supervivencia y los de destrucción, amor y thanatos, vida y muerte. La religión y la ética los llama el bien y el mal y en la filosofía hay miles de explicaciones entre ellos la socrática, que asocia el bien con la virtud de la sabiduría y el mal con la ignorancia, y si pensamos en la importancia de la educación, vemos que indudablemente allí reside fundamentalmente, la base para un mundo mejor. Nadie lo puede negar, pero pocas políticas de estado le dan a la educación el lugar que se merece.
Respecto a los árabes ellos dejan sus países de origen por el desasosiego que les produce la situación en que viven, con la esperanza de encontrar en estas tierras, futuro y sobre todo paz, trabajo y justicia.
La mayoría de los que vienen a Salta a fines del Siglo XIX y principios del XX, son en su mayoría cristianos ortodoxos sirios y libaneses.
Ellos, están dominados y son perseguidos por los dominadores turcos otomanos, opresión que duró desde el siglo XVI hasta principios del siglo XX.
Si bien cualquier dominación es negativa, las características de ésta fueron aterradoras, ya que además de la falta de libertad y de seguridad personal, trajo aparejada empobrecimiento, atraso cultural, exterminación, tratos crueles, vandalismo y otra serie de prácticas cruentas que hicieron que la tierra, esa tierra roja y milenaria que les pertenecía, se vuelva adversa para la estancia, para la morada, para sostener un presente y un futuro dignos.
Los turcos reclutaban jóvenes de hasta 17 años para sus ejércitos, especialmente árabes cristianos. Eran carne de cañón y no regresaban más a sus hogares. Tanto es así que cuando un joven era reclutado, su familia lo velaba, se hacía un simulacro de velatorio. Es que del ejército turco no se volvía. Por ello las madres con el corazón desgarrado, preferían que los hijos emigraran.
La desintegración del grupo familiar se produce por la necesidad de que las generaciones jóvenes sobrevivan a la dominación turca, y luego por la destrucción causada por la guerra del 14, después de la cual Siria y Líbano estuvieron bajo mandato francés.
Aquellas tierras cuyos campos producían a granel trigo, algodón, olivos, naranjos y limoneros es asolada por el dominador otomano y los dueños de la tierra trabajaban sin desmayo para pagar sus tributos al recaudador del estado.
Ante un porvenir oscuro y de posibilidades frustradas, el grupo familiar se congregaba para reunir fondos y destinaban, generalmente al más joven y fuerte para emigrar.
Además, por obvias razones, los que emigran primero fueron hombres, lo que explica los datos estadísticos de la época de la inmigración que registra una mayoría importante de hombres jóvenes.
Las escasas noticias recibidas desde América por los primeros inmigrantes, se difundían rápidamente en el grupo cristiano. Debido a las persecuciones, este grupo se mantenía sumamente consolidado como medida de protección, y como consecuencia existía una profunda comunicación entre ellos.
Estas noticias causaban una verdadera conmoción. Además de trabajo libre y vida libre, se hablaba de una ganancia de 10 a 20 libras por mes (120 a 140 pesos argentinos).
Ante estas perspectivas y la situación reinante allí, se abre un horizonte y deciden emigrar.
Hay una puerta abierta: ¡Partir a América! ¡Venir a América!
La partida es dolorosa, muchos vienen con poquísimas pertenencia, sin dinero o con lo muy poco que toda su familia pudo recolectar. Al término del largo viaje que, generalmente, se hacía en muy malas condiciones, llegaban al puerto de Buenos Aires, donde regularizaban su situación, e intentaban conseguir trabajo y alojamiento.
Los paisanos que ya estaban afincados, parientes, amigos o conocidos hacían de conexión.
La gran paradoja se produce porque, para salir del país natal, necesitan papeles que son expedidos por los dominadores, es decir el Gobierno Turco, y entonces los llaman “turcos”, poniéndoles como mote el nombre de sus enemigos.
Se dispersan en el interior del país sin un asesoramiento, sin un organismo oficial que oriente sus pasos y sus actividades. Eran conscientes de su indigencia, de su limitación y de la precariedad de sus recursos. Pero se entregan a la acción con fe y confianza desafiando escollos tan grandes como son: idioma, cultura, costumbres, moneda, falta de recursos. Y luchan tratando de vencer esos obstáculos.
Por informaciones recogidas, fue D. José Samson, de origen libanés, el primer árabe que pisó suelo salteño en 1880. Los primeros sirios que llegaron a Salta fueron los Fait y los Obeid.
Salta, Oran, Embarcación, Pichanal, Cachi, Cafayate, Molinos o cualquier otro punto de nuestra dilatada geografía provincial se convirtieron en espacio vital, lugar de arraigo, paisaje descubierto, donde se enraizaron y adoptaron una Patria, una tierra natal.
Ellos traen como bandera y espada la fe, esperanza, confianza. Y deben sortear la barrera del idioma. Son objeto de burlas por la pronunciación de las palabras.
Esta forma de hablar, se debe a la inexistencia del sonido bilabial sordo p. Al presentar dificultades en la discriminación auditiva pronuncian “b” por “p” (la lengua árabe no tiene el fonema p). Asimismo tienen problemas para discriminarlos auditivamente y se confundan las vocales e/i y o/u.
Se encuentran con distintas costumbres y algunos adoptan el:Donde fueres, haz lo que vieres. Otros más conservadores se cierran más en sus círculos.
Saben cultivar la tierra, pero casi todos se dedican al comercio.
Pero antes de instalar su negocio, ha tenido que sortear mil dificultades. Eran ‘kashish’, vendedor ambulante. El ‘kashi’ es el bulto que llevaban sobre sus hombros con la mercancía: géneros, peines, peinetas, cintas, telas y demás baratijas a los alejados rincones de la Provincia, y con ello, llevaban progreso y cultura.
Se internaban por los campos, durmiendo donde los tomara la noche. Se hacían entender por señas, expuestos no sólo a las inclemencias del tiempo y de la topografía, sino al engaño por el desconocimiento del idioma y la moneda, sin descanso, ni fiestas, ni domingos, arriesgando sus vidas.
Lo más notorio es su total adaptación.
Así es como en Salta era y es frecuente ver gauchos, domadores y guitarreros de gran fama descendientes de árabes.
Están tan compenetrados con esta tierra que ellos -y no digamos sus hijos- son tan argentinos como el criollo.
Participan en política, ocupan cargos públicos desde la primera generación, o sea los que llegan, y… fundan, construyen, instituyen, erigen, instauran.
Y así fundaron su Club, su Iglesia, sus círculos alcanzando una unidad en la diversidad.
Es de destacar que a muy pocos años de su llegada a Salta, los árabes fundaron su club, el ‘yamii’ (lugar de reunión). Exactamente el 11 de Julio de 1920, bajo la denominación de Unión Sirio Libanesa debido a que, como ya dijimos, la mayor parte de los que vienen a nuestra Provincia son sirios y libaneses. En el Acta N° 1 -de Fundación- consta que la reunión se efectuó en el «Hotel Salteño».
Como dice Juan S. Obeid. los árabes realizan un milagro que:
Si en la Patria del Cid levantó monumentos del arte, aquí cultivan identidades en los hijos que gestan para el porvenir argentino.
Los inmigrantes árabes que llegan después de esta oleada no es tema de este escrito, así que pegamos un salto a exactamente hoy:
Y AQUÍ ESTAMOS EN LA PUERTA MISMA DE LOS 100 AÑOS de este querido Club, de nuestra Institución, la Unión Sirio Libanesa de Salta, mayores, junto a tantas otras instituciones y colectividades existentes en la provincia.
Y para terminar, quiero expresar que no me parece propio decir que nos confundimos o que nos fusionamos como argentinos, no. Somos argentinos que constituimos y seguimos constituyendo con todo nuestro ser, esta Argentina hoy en crisis, con la llama viva de la esperanza que nos legaron nuestros mayores.
Empecé hablando del bien y el mal, de la sabiduría y la ignorancia, del instinto amoroso y el destructivo.
Estoy convencida que si cada cual cuida virtuosamente su espacio: en el trabajo, en su hogar, en su club, en su templo, en el lugar que le toca actuar, vamos a seguir constituyéndonos para tender a un mundo mejor y para honrar a quienes nos precedieron, porque como dice José Martí: honrar, honra. Nada más.