Guillermo Fernández nació el 23 de noviembre de 1951 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, capital de la República Argentina. Es Profesor de Lengua, Literatura y Latín, egresado de la Escuela Normal Mariano Acosta, en 1985. En 2008 concluyó sus estudios de posgrado como Magister en Ciencias del Lenguaje, título otorgado por el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González.
Ejerció la docencia en los niveles medio, terciario y universitario. Ha desarrollado la investigación académica en el área de sociolingüística y especialmente en temas vinculados con la variación sintáctica. Colaboraciones suyas fueron difundiéndose, entre otros medios, en las revistas españolas “Universos” y “Revista Internacional de Lingüística Iberoamericana”. También participó en congresos de la especialidad. Publicó el libro de cuentos “Sólo razones” (2005) y las novelas “Nadie muere en un bello día” (2010), “El cielo de Lucy” (2012), “Polonio espía detrás del cortinado” (2016) y “Demonios en Jeppener” (2018).
1: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?
GF: Era joven. Fue una poesía de malevos y cuchillos. Todavía la impronta borgeana me invadía. Fue una herencia de mi padre, gran admirador de Jorge Luis Borges. En su biblioteca contaba con una carpeta llena de recortes de diarios sobre entrevistas realizadas a Borges.
2: ¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?
GF: Siempre las tormentas y la lluvia me generaron intimidad. La sangre me valió siempre para incluirla en mis relatos, plenos de seres marginales. Supongo que fue William Shakespeare quien me estimuló. La velocidad para mí está vinculada con la fluidez de la sintaxis. La contrariedad es la necesaria para el desarrollo de mis personajes.
3: “En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?…
GF: Más joven creía en esa escena muy de Gustave Flaubert. Hoy creo en el ejercicio, en la práctica. El oído es otra forma de visión mucho más sugestiva que la vista. Me interesa leerme a mí mismo, con esa voz interna que pide la relectura. En síntesis, la inspiración es volverse un sonido privado y solitario.
4: ¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?
GF: Los textos son meros avatares. Para citar como ejemplo: Edgar Allan Poe y Pascal Quignard. De Poe aprendí el clima de la imposibilidad y, en algunos casos, lo irremediable. En ese caso, texto y vida fueron de la mano. De Quignard, su respeto a la soledad, al silencio. También su vida es un retiro continuo.
5: ¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?
GF: “Ladran Sancho, señal que cabalgamos.” Para mí es el más significativo. La vida es acción constante. La única forma que poseemos para hacernos “ver” es desplazarnos en el ejercicio, en la práctica. La escritura es un deslizamiento del sonido sobre renglones. Siempre que se escribe se convoca a alguien.
6: ¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?
GF: Entiendo, como amante de lo clásico, que “Antígona”, de Sófocles,resume toda la obra literaria. El encuentro con Creón sacude por la terrible actualidad, como explicaría Italo Calvino en “Por qué leer los clásicos”. También, en la significatividad de Antígona sigo el texto “Antígonas. La travesía de un mito universal por la historia de Occidente”, de George Steiner. En esa dirección que señaló Sófocles, los parlamentos de Bruto y de Marco Antonio, en la tragedia “Julio César”, de Shakespeare, exponen el movimiento dialéctico y los argumentos seductores a los que la política nos acostumbró siempre.
7: ¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?
GF: Mis olvidos son frecuentes. He dejado llaves en cualquier lado y he tenido que recurrir a que me auxilien. En una ocasión tenía turno con el odontólogo. Llamé a mi hija para que me trajera su propio juego de llaves. En el momento en el que subo al taxi para llegar a la entrevista, advierto que las tenía en el bolsillo de atrás del pantalón. Igualmente, tuve que pedir un nuevo turno. Indefectiblemente, llegué tarde.
8: ¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?
GF: Todo lo que sucede después de esta línea de escritura.Creemos con ingenuidad que estamos en el presente, pero no es más que ilusión pasajera. Avanzamos con una cierta furia hacia lo que todavía no determinamos con certeza. Atrae lo que no programamos.
9: “¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?
GF: La consulta al médico. Los estudios, el diagnóstico. Además, nunca entender la letra con la que los profesionales prescriben la receta. No creo en la medicina. En mi novela “Nadie muere en un bello día” (2010), el personaje central, Alfredo Arecha, vive esa situación de angustia frente a los designios, disfrazados de probables, de los doctores. Como citaba Borges: “La salud es un estado precario”.
10: ¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.
GF: El estilo es una limitación, un condicionamiento. Opino que se debe mantener una marca personal en la escritura. Ahora bien, ese rasgo propio, nunca puede ser discusión con otro autor.
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