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CULTURA

Borges: una teoría de la novela

Este trabajo de apropiaciones, citas, borramientos y entrecruzamientos que enriqueció la narrativa contemporánea proviene de un trabajo de lectura y en particular, de la lectura borgeana.

Borges y Kodama - Fuente: Redes sociales

                  Por Liliana Bellone

Si bien es cierto que Borges no publicó novelas, llevó adelante las innovaciones narrativas propuesta por novelistas como Henry James, quien propicia la cuestión crucial del punto de vista  en la novela contemporánea, como así también siguió las enseñanzas seculares de Miguel de Cervantes respecto de lo que puede llamarse efecto de verosimilitud, a través de la transcripción de manuscritos imaginarios, de comentarios de otros textos pertenecientes a veces a autores reales o ficticios o de textos propios, como ocurre en el famoso escrutinio de los libros en el capítulo VI de la Primera parte del Quijote, donde se comenta La Galatea. De este modo, realidad y ficción aparecen involucradas: en varios de sus cuentos, Borges nombra  a personas de la realidad que pasan a formar parte del universo de la ficción, como ocurre con Bioy Casares, Enrique Amorim, Martínez Estrada, Alfonso Reyes y María Kodama.   

Este trabajo de apropiaciones, citas, borramientos y entrecruzamientos que enriqueció la narrativa contemporánea proviene de un trabajo de lectura y en particular, de la lectura borgeana. De este modo puede afirmarse que la novela contemporánea y la crítica literaria poseen una gran deuda con Borges. Sus propuestas y procedimientos narrativos están en los cuentos, donde prefiere el ordenamiento causal del fantástico y el policial. También en esa escritura de creación, está la crítica literaria.

Hay un artículo en Discusión (1932), “Bouvard et  Pécuchet” y su destino ejemplar sobre la novelística posterior. También en ese texto habla de Swift,  Kafka, Joyce y Wells. Estas reflexiones sobre novelas y novelistas muestran por cierto una ocupación y preocupación por esa forma más expansiva y menos aristocrática que es la novela.

En el prólogo de El informe de Brodie (1970), por ejemplo, alude a Kipling, Kafka y James, como artífices de relatos laberínticos (como la realidad de los sueños) y también a Roberto Arlt. Esta alusión no es casual, sobre todo en un prólogo, de los muchos en los cuales Borges ejercía su magisterio y que componía cuidadosamente, ya que en ellos vertía sus principios literarios y, no pocas veces, sus opiniones políticas generalmente poco afortunadas. Nombrar a Arlt en un prólogo junto a los grandes narradores europeos que habían marcado tanto su obra, implica una elección por una posición literaria. Dice:       

               Recuerdo a este propósito que a Roberto Arlt le echaron en cara su desconocimiento del lunfardo y que replicó: “Me he criado en Villa Luro entre gente pobre y  malevos, y realmente no he tenido tiempo de estudiar esas cosas”. (1998:10)

También en el mismo libro, en el cuento “El indigno”, se nombra a Arlt de manera velada, ya que el empleado del Departamento de Policía que atiende la denuncia del narrador-personaje posee el apellido Alt o Eald, desplazamientos fonéticos o síncopa de Arlt. Este cuento policial ha servido como pista a algunos estudiosos de la escritura de Borges para elaborar la hipótesis de que una novela, El enigma de la calle Arcos de Sauri Lostal, publicada como folletín en Crítica en la década del 30, pertenece a Borges ya que Sauri Lostal es un pseudónimo. Juan Jacobo Barjalía y Fernando Sorrentino, en 1997, sostuvieron, a través de La Nación y Clarín, un debate, donde el primero afirmaba que Borges era el autor de la mencionada novela (“La novela que Borges sí escribió”) mientras que el segundo afirmaba lo contrario en un artículo titulado: “La novela que Borges jamás escribió”. Lo cierto es que la idea de escribir una novela o fingir la existencia de una novela para contar las vicisitudes de su producción o reseñar el entramado de su acción es una tarea que Borges plasmó repetidas veces en sus ficciones.

Fernando Sorrentino en un brillante artículo publicado en Revista Proa, tercera época, en 1996, plantea el paralelo Borges-Arlt y considera que “El indigno” (El informe de Brodie) de Borges reelabora el tema de la última parte de El juguete rabioso (1926) de Arlt, donde aparece la cuestión de la traición encarnada  en Silvio Astier del mismo modo que en Fischbein, el personaje borgeano de “El indigno”.

Puede leerse en el poema “Francia” en Historia de la noche (1977):

                 No diré la tarde y la luna, diré Verlaine.                                                                   No diré el mar y las cosmogonías, diré Hugo
     (1989, 194)

La poesía y la novela aparecen nombradas en Verlaine y en Hugo respectivamente quienes sin duda identifican a Francia pero al mismo tiempo al universo poético y novelesco en el cual Borges había abrevado.

En otro poema, “Invocación a Joyce” en Elogio de la sombra (1969), el poeta rinde su homenaje al novelista irlandés (también poeta) que modula un mundo denso y laberíntico, pero profundamente poético. Hay que recordar que Borges tradujo el famoso monólogo de Molly Bloom del Ulises de Joyce.

Ya en el prólogo a Ficciones (1944), había dicho:

               Desvarío laborioso y empobrecedor el componer vastos libros, el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta composición oral cabe en unos pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que los libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario (…) Más razonable, más inepto, más haragán, he preferido la escritura de notas de libros imaginarios. Estas son ”Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” y “Examen de la obra de Herbert Quain”.  

En el mismo libro puede rastrearse la relación entre los cuentos  y la novela en “El jardín de senderos que se bifurcan”, donde se equipara la construcción de una novela con la de un laberinto, ardua labor que implica no solamente dedicación sino tiempo (trece años en el cuento)y en “Pierre Menard, autor del Quijote”, en el cual las iniciales P. M del legendario y a la vez poco difundido autor francés, pueden revertirse en las iniciales de ese grande de la novela que es Marcel Proust. Escritura-palimpsesto, como en  En busca del tiempo perdido, el cuento de Borges remite a la concepción de una escritura infinita. Hay otras claves en estos cuentos, por ejemplo el nombre de uno de los personajes de “El jardín de senderos que se bifurcan”, Stephen Albert, que remite a los lectores inmediatamente a Stéphane Mallarmé, el poeta de las selvas verbales y a Stephen Dédalus, el joven y simbólico personaje del laberinto joyceano que comparte el protagonismo del viaje alrededor del día, con Leopold Bloom.”El jardín de senderos que se bifurcan” es por cierto un laberinto literario y metafísico dentro de una trama policial. Por eso Dédalus reaparece con toda su fuerza simbólica en ese enigmático y personal jardín borgeano; Proust y Joyce entrelazados en la lectura-escritura de Borges.

Otras claves y señales acercan también el mundo poético de Borges al mundo novelesco. En uno de sus primeros libros, Luna de enfrente (1925), hay una poesía: “Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad”, que articula magistralmente la poesía, en este caso vigorosos versos libres marcados por altivas versalitas, con el cuento del maestro indiscutible: Poe, pues “Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad” remite indefectiblemente al famoso relato del maestro estadounidense: “Manuscrito hallado en una botella”. La evocación de Conrad, el novelista, cuyo libro ha cobijado el  poema de Borges, el manuscrito tal vez olvidado y encontrado, denuncia el secreto del poeta que admira las novelas.

           El procedimiento borgeano de simular la existencia de libros, novelas y piezas dramáticas, para comentar, glosar, anotar y resumir, señala una teoría sobre la  literatura, que, sin duda, parte de las enseñanzas de Macedonio Fernández y , por supuesto, del grande e inmortal Cervantes. Así, el personaje-narrador borgeano de “Examen de la obra de Herbert Quain” en Ficciones, razona tenazmente acerca de la novela  remitiendo al lector a los nombres de Flaubert,  Henry James,  Shakespeare, Cervantes,  mientras teje una trama puramente literaria en la que analiza los textos de Quain y sus planes de escritura. El narrador analiza las supuestas novelas de Quain, una novela policial laberíntica que permite un lector-detective mientras que la segunda, desarrollada desde una temporalidad heterodoxa, April March, se organiza de acuerdo con un tiempo regresivo y ramificado, composición narrativa que encontramos en novelistas como James Joyce o Julio Cortázar.

Desdeña Borges la novela rioplatense e inclusive la novela latinoamericana. Ninguna mención hay en él de la Novela de la Tierra o de la novela de la Revolución Mexicana, olvida nombres tan representativos como Gertrudis Gómez de Avellaneda, Ciro Alegría, José María Arguedas, Rómulo Gallegos,  Alejo Carpentier, José Lezama Lima y aun la novela argentina, en especial la surgida dentro de las concepciones del realismo y el naturalismo (tendencias estéticas que aglutina a la llamada generación del 80 en la Argentina), desde Eduardo Gutiérrez  a Roberto J. Payró, pasando por Eugenio Cambaceres y Lucio Vicente López. De este modo un libro como La gran aldea, de López, ese fresco de la sociedad porteña finisecular que contextualiza una amarga historia teñida de ironía e injusticia, paradigma de la mezquindad y de la estupidez humana, asentada sin duda en las enseñazas de Balzac y Flaubert, pasa inadvertido para Borges. En la producción narrativa de la generación del 80 puede leerse lo que luego será una constante en la literatura argentina: el europeismo, el gusto por lo anglosajón y lo francés, sinónimos de elegancia y  buen gusto en aquella Buenos Aires en cuyos teatros, clubes y salones se baila el vals, se escucha ópera y se habla en francés. Europeismo cultural que, paradójicamente, va de la mano con una marcada xenofobia, expresada en el rechazo de los hijos de las familias patricias hacia el aluvión inmigratorio que cambia la fisonomía del  país. Borges, perteneciente a la alta burguesía, descendiente de viejas familias argentinas, es heredero de esa ideología pero pretende alejarse de la novelística del 80. Por pertenencia social, Borges es hijo del 80, su propio padre es contemporáneo de los escritores del 80. Sin embargo, y pese a la visión desvalorizadora del género novelesco en la Argentina y América Latina, elogiará de un modo notable las novelas de dos amigos de su clase: Ricardo Güiraldes, autor de Don Segundo Sombra (1926) y Adolfo Bioy Casares, autor de La invención de Morel (1940), libro al cual prologa.

El gusto por lo fragmentario y misceláneo y el cultivo de la ironía del autor de Fervor de Buenos Aires proviene de aquellos preclaros padres literarios, de aquellos ilustres escritores, diplomáticos y políticos del 80. Dialécticamente, la escritura y la posición ideológica de Borges, proviene de la generación del 80 que sistemática niega. 

Obsesionado por la poesía, la épica y el ensayo, géneros más afines a su ideología,  Borges no vacila en reducir la producción literaria argentina del sigo XIX al Martín Fierro de José Hernández y al Facundo de Sarmiento e ignora la producción narrativa y novelística hispanoamericana y española. En cambio será asiduo y cautivo lector de los narradores ingleses y norteamericanos.

El multitudinario mundo novelesco y su extensas fronteras, provocan algunas afirmaciones borgeanas que no dejan de traslucir una abrumadora certeza, la certeza de la imposibilidad de decirlo todo, como en “El Aleph”, limitación para la cual la poesía pareciera estar más dotada, por su condición de revelación,  de vaticinio, de sutil mensaje muchas veces cifrado.

Las traducciones que hizo el autor de Ficciones de célebres novelas, muestran también que la lectura que hiciera de este género no fue tan fracasada como pretendió hacernos creer. Por la delicada pluma de su traducción pasaron al castellano  Orlando de Virginia Woolf, Las palmeras salvajes de Faulkner, La metamorfosis de Kafka y el célebre monólogo de Molly Bloom del Ulises de Joyce.             

  A pesar de no haber escrito novelas, Borges marca un antes y un después en la novelística latinoamericana como dice Emir Rodríguez Monegal en Narradores de esta América (1974), cuando hace referencia a Carpentier con El reino de este mudo, a Cortázar con Rayuela, a García Márquez con Cien años de soledad, a Carlos Fuentes en La región más transparente,  a Guillermo Cabrera Infante en Tres tristes tigres,  a Juan Carlos Onetti en La vida breve y a Ernesto Sábato en Sobre Héroes y tumbas, en quienes es posible encontrar la huella de Borges.

En El otro el mismo (1967) los poemas dedicados a Joyce,  Stevenson,  Conrad,  Wilde, Henry James, Dickens, este último preferido de su madre Leonor Acevedo, revelan cierta predisposición por los novelistas. En Nueve ensayos dantescos (1982) alude especialmente a Melville, Dostoievski, Dumas y  Cervantes.

Es importante señalar que en un cuento fundamental como “El otro” (El libro de arena, 1975), el joven Borges que dialoga con el Borges maduro, afirma no sin vanidad” que el libro que aprieta entre las manos es nada menos que Los poseídos o Los demonios de Dostoievski, el maestro, dice, que ha penetrado más que nadie en alma eslava . (1989:13).         

En  “Deutsches Réquiem” (El Aleph, 1949), la increíble moral individual del personaje lo lleva a decir que la empresa de Napoleón fue menos ardua que la de  Raskolnikov,  el protagonista de Crimen y castigo, sin duda por la elección terrible del asesinato y luego la de asumir el acto y cargar con la culpa, esto es asumirse como criminal y sobrevivir con esta identidad, aunque sabemos que Raskolnikov se redime, pues en Dostoievski aparece finalmente la Fe, como señala Freud en “Dostoivski y el parricidio”(1927).

Hay personajes novelescos en los cuentos de Borges como Emma Zunz, en el cuento homónimo que pertenece a El Aleph, por ejemplo, con perfil psicológico notable o esas dos mujeres desdichadas de “El duelo”, encorsetadas en su arte y en sus prejuicios: la hispánica Marta Pizarro y la altiva y alta y de fogoso pelo rojo, Clara Glencain de Figueroa, de ascendencia escocesa, enfrentadas en un secreto e imperceptible duelo de mujeres  y deseos femeninos, digno de una novela o como bien señala el mismo narrador-personaje-Borges que “dicta” este relato: Henry James (…)le hubiera dedicado cien páginas de ironía y ternura( 1970:69). Borges marca muy bien los elementos de la novela: ternura, ironía, episodios, situación causal y caracteres. Sin duda, la ternura siempre subyace y es constitutiva de toda obra mayor, en este caso, la novela, esa novela que Borges nunca escribió.

4-  A pesar de no haber escrito novelas, Borges marca un antes y un después en la novelística latinoamericana como dice Emir Rodríguez Monegal en Narradores de esta América (1974), cuando hace referencia a Carpentier con El reino de este mudo, a Cortázar con Rayuela, a García Márquez con Cien años de soledad, a Carlos Fuentes en La región más transparente,  a Guillermo Cabrera Infante en Tres tristes tigres,  a Juan Carlos Onetti en La vida breve y a Ernesto Sábato en Sobre Héroes y tumbas, en quienes es posible encontrar la huella de Borges

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