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SOCIEDAD

Ética y política

Una reflexión a cargo de Armando Pérez de Nucci. Doctor en Filosofía y en Medicina. Diplomado en Geopolítica

SALTA (Armando Pérez de Nucci) – «Cuando murió Narciso, las flores del campo no encontraban consuelo y pidieron del río algunas gotas de agua para llorar por él !Oh!, respondió el río, si todas las gotas de agua fueran lágrimas, no me bastarían para llorar por Narciso. Lo amo”.

Oh! respondieron las flores del campo, ¿cómo podrías no amar a Narciso? Era hermoso. ¿Era hermoso?, preguntó el río. ¿Y quien lo sabría mejor que tú? Cada día al inclinarse sobre tu orilla, contemplaba su belleza en sus aguas. Si yo amaba a Narciso, respondió el río, era porque cuando se inclinaba sobre mis aguas, yo veía el reflejo de mis aguas en sus ojos” (Oscar Wilde, The Disciple).

Desde el mismo comienzo de esta reflexión, quedan marcadas las líneas que transitará la misma, tratando de mostrar una realidad que encaja- o al menos trata de que así sea- la realidad de la política actual y plantea algunas preocupaciones sobre lo que sucede en el cada día de la praxis que la rige, a veces muy alejada de la realidad que ella como teoría e intelección nos plantea.

Mucho se ha venido hablando y escribiendo los últimos meses sobre ética en política. Quien esto escribe ha venido dictando en Salta, desde hace unos años, una serie de charlas sobre el tema en instituciones públicas y privadas, siendo la primera de ellas para dirigentes de base de un partido político con una muy buena aceptación. El tiempo mejoró, pulió y definió los temas y los intereses y las prioridades, para completar un programa que satisficiera y enseñara a todos sobre temas cotidianos, a veces muy mencionados, pero poco analizados adecuadamente en la práctica y en los intereses cotidianos.

La ética es, con frecuencia, proclamada por instituciones y gobiernos, pero no aplicada en hechos concretos que reclama la ciudadanía y que, a mi entender, solicita moral de los políticos, de las políticas y de la política, traducidas en solicitudes de transparencia, equidad y justicia y futuro e inserción social respectivamente. Y esta demanda es debida, entre otras causas, a la vaguedad que en nuestra sociedad existe sobre el problema de la autonomía moral, base de una democracia participativa, uno de los temas al que quisiera referirme en estas breves líneas.

¿Qué es autonomía en moral? Significa que la elección por mí mismo de lo que voy a hacer, implica actuar de forma ética o moral. Solamente a través de mi acto, del que soy absolutamente responsable – de reproche o de elogio –, llego a elegir moralmente, lo que no quiere decir de modo alguno que esa elección sea la correcta, moralmente hablando. Y ello es debido a que la creencia puede ser equivocada, pero adquiere moralidad a través de la decisión autónoma, personal, no dirigida desde fuera por otros hombres que pudieran detentar otros valores. Will Kymlicka manifiesta a esto respecto que “una vida valiosa es aquella que se dirige desde dentro…”

Es función del estado, pues, mantener la forma participativa de gobierno y considerar al individuo común – y en esto radica el valor de la ética en política – como una verdadera persona humana, el real agente moral y propio legislador de su vida en el sentido kantiano del término. Ya hemos superado ampliamente en Argentina la época de los mesianismos y elitismos en política, traducidos en la práctica por los gobiernos autoritarios y los pretendidos «salvadores de la Patria”. Nuestro país requiere líderes maduros y preparados para gobernar, que tengan a su lado a especialistas en ética política que les ayuden. No solamente a tomar decisiones en pro del denominado bien común, sino que además los asesoren en aquellos problemas cotidianos y puntuales que hacen a la convivencia en comunidad, ya que vivir es – y ha sido siempre – con – vivir, vivir con los demás. Y que además se dediquen a formar los dirigentes del futuro en forma sólida y permanente.

Todo hombre es un fin en sí mismo, además de un sujeto autónomo y capaz de generar juicios de valor que le atañen en forma personal y social. Ética en política debería ser, a mi entender, acordar en desacordar, estar de acuerdo en no estar de acuerdo, lo que a mi entender, es sinónimo de gobernar para todos.

Decía en un artículo anterior, que existe, como un ámbito de reflexión en el campo de la filosofía política, el tratamiento de una serie de ambigüedades ya desde la misma definición de democracia, hasta el análisis de cada uno de sus componentes. Definida generalmente como gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, esta denominación abstracta que poco dice, el carácter de mutabilidad dinámica de ella solamente viene a ser caracterizable desde una perspectiva de una determinada teoría- sea ella elitista, participativa, realista, neocontracturalista -por citar algunas- y nos lleva de la mano a intentar definirla desde la dinámica concepción de las teorías elaboradas sobre ella. De esa manera podremos hablar de una democracia económica, neocontracturalista, participativa o elitista, según sea el enfoque dado a la cuestión. La idea es el concepto que de democracia se tenga y su realización en la práctica. Una de las tareas actuales de la filosofía y la ética políticas es decidir cuál modelo es practicable para la realidad de un determinado país, moralmente deseable y legítimo, en el que se reúnan realismo, atractivo moral, legitimidad y aplicabilidad en la práctica. Y esta condición de ambigüedad es especialmente marcada en los discursos de los diferentes candidatos a la presidencia de nuestro país, a que varían desde la derecha a la izquierda, pasando por los ya conocidos «centro”, que no hacen más que indicar una orientación hacia los ideales ya mencionados. Y su clarificación es tarea de expertos en el tema, que deberán colaborar en la tarea de mostrar a los hombres que «vivir como libres es una posibilidad por la que cabe optar con pleno sentido, mientras que vivir como esclavos es también una opción, pero inhumana…” (Cortina). Esta misma autora propone para la ética política una tarea concreta, que consiste en saber describir su objeto con la ayuda de las ciencias y del análisis lingüístico, concebirlo – que significa expresarlo en conceptos-, dar razón de él – fundamentarlo- , y verificar su aplicabilidad en la práctica concreta.

En este criterio, ética política significa un conjunto de valores y comportamientos individuales y sociales institucionalizado, que viabilizan el establecimiento y desarrollo de un orden político en el que se garantiza la igualdad de derechos y obligaciones de toda una sociedad. Jürgen Habermas propone para esta situación una metodología comunicativa, un dialogo orientado a la aceptación de un consenso social que debe cumplir con los siguientes principios: igualdad de todos los participantes, sinceridad y seriedad de los dialogantes y aceptación de una regla de dialogo.

La Iglesia Católica, en su Doctrina Social propone tres principios fundamentales, que son la dignidad y priorización de la persona humana, la solidaridad con los más necesitados y la subsidiariedad.

Es necesario pues, que cada integrante de la sociedad pueda exponer en forma franca sus opiniones , renunciando a cualquier otra forma de poder, que lo hagan convencidos de lo que exponen, renunciando al engaño o al ocultamiento de sus opiniones reales , haciendo públicas las razones y escuchando y evaluando la de sus oponentes, aceptando lo que considere correcto .En este contexto, la dignidad de la persona es fundamental, como así también la solidaridad con los más necesitados, ya que no hay que olvidar que sin los pobres no se puede hablar de equidad, solidaridad, justicia, desarrollo y distribución.

Por último, hay que tener en cuenta lo que he denominado «el síndrome del espejo”, patentizado en la frase que encabeza estas reflexiones y que está referido a Narciso y a su erróneo concepto, que al verse reflejado por las aguas, veía y solo pensaba de su propia belleza, pero el agua que se reflejaba en sus ojos era la de ella misma y no la del protagonista que se miraba en ellas. Con mucha frecuencia, en los políticos sucede lo mismo. En los otros, los ciudadanos que los acompañan y los votan, suelen mirarse a sí mismos, confundiendo sus deseos y necesidades con los propios, alejándose de la realidad y de los deseos de la gente, lo que les hace desdeñar o ignorar la realidad y endiosarse a sí mismos.

De esta manera se considera al partido al que pertenecen primero y luego a la Nación que gobiernan, como una cosa personal de pertenencia y los cuales hay que hacer notar quien manda y quien decide cual debe ser su futuro y sus aspiraciones. El político pasa a encarnar la República y pierde objetividad al considerar que el «todo” es suyo y puede disponer de ello a su manera. El viejo camino de la generalidad del «bien público”, al individual «personalismo egoísta”, ese el paso de la mayoría de los políticos, salvo algunos muy honrosas excepciones.

Habré de regresar con más reflexiones sobre este último tema.

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