SALTA (Redacción) – En línea con la consigna “cuidar a los que nos cuidan”, desde el inicio de la cuarentena por el coronavirus, el Estado está orientando todos sus esfuerzos para que tanto las fuerzas de seguridad como todo el sistema sanitario tengan garantizado un funcionamiento integral.
Además de ampliar el personal afectado y el equipamiento para prevenir y enfrentar la pandemia, el Gobierno también dispuso la gratuidad y exclusividad del transporte público para los trabajadores de la salud y la seguridad.
Sin embargo, hay también una inmensa cantidad de trabajadores de otros rubros exceptuados de la cuarentena. Cumplir todos los días con sus obligaciones se ha convertido en una verdadera odisea.
Supermercados y polirubros que están abiertos, ferreterías, drugstores y farmacias, estaciones de combustible, recolección de residuos, empresas de servicios públicos y de la indrustria alimenticia. Los trabajadores de estos comercios y empresas, entre otras vinculadas a los rubros esenciales, enfrentan día a día grandes dificultades y contratiempos para poder cumplir con sus tareas. Controles policiales excesivos, desvíos, demoras, falta de transporte público y de lugares donde poder quedarse sin volver a sus casas. La otra cara de la cuarentena: los que no pueden quedarse en casa.
1- Martín trabaja en una farmacia de la calle Deán Funes. Vive a más de 5 kilómetros, en el barrio Ciudad del Milagro. No tiene auto, moto y ahora tampoco transporte público. Llegar cada día a las 7 de la mañana a la farmacia se ha convertido en una odisea. Volver a su casa también. Las pocas veces que consiguió un taxi o remis gastó una fortuna. A veces logra combinar y que algún vecino lo lleve. Un par de veces también fue en bicicleta. En el camino, cada día, atraviesa hasta cuatro controles policiales y desvíos: en todos se demora al menos unos 10 minutos. En algunos,
2 – Elizabeth es cajera en un súper de la avenida Perón, al frente del barrio Grand Bourg. Su marido es policía y está afectado en la guardia en la comisaría del Portezuelo. Viven en el Intersindical. Hasta antes de la cuarentena decretada por la pandemia del Covid-19, ambos dejaban a sus hijos de 7 y 9 años en la escuela del barrio y se iban a trabajar. La abuela de los chicos, madre del policía, los buscaba y los llevaba a su casa. Cuando coincidían los horarios y turnos, volvían juntos. Cuando no, Elizabeth se quedaba con la moto y su marido volvía en colectivo. Al llegar al barrio, buscaban a los chicos de la casa de la abuela y se iban a su hogar. Ahora la situación se les complicó. Los chicos ya no van a la escuela y ellos no pueden quedarse a cuidarlos. Dejarlos con la abuela es un cruel peligro para toda la familia: por las tareas que realizan, Elizabeth y su marido son de los trabajadores más expuestos a los riesgos de contraer el virus, y por lo tanto su familia también.
3 – Carlos alquila un monoambiente interno en San Remo y trabaja en una conocida fiambrería de la avenida San Martín. Entra a las 8:30 de la mañana y sale a las 12:30. Luego vuelve a ingresar a las 16:30 y se queda hasta las 21. Antes de la cuarentena, Carlos almorzaba el menú diario de un bodegón de la calle Pellegrini, bodegón que frecuentaba junto a otros trabajadores del chaco salteño que llegaron a probar suerte y se establecieron en la ciudad. Después de almorzar, iba al gimnasio del club San Martín, donde entrenaba boxeo, se duchaba y hacía tiempo hasta la hora de regresar al trabajo. Hoy ni el bodegón ni el gimnasio están abiertos. Tampoco tiene colectivo para volver a su casa. Literalmente, come en la calle la vianda que compra en un local que hace delivery. Después, mira el celular y hace tiempo en la vereda de la fiambrería hasta que vuelve a abrir sus puertas. En la última semana, tres veces lo quisieron detener por estar en la vía pública.