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SOCIEDAD

Domingo de Ramos: Pasión, Poder y Servicio

Compartimos con nuestros lectores una columna del prestigioso periodista Ernesto Bisceglia

Catedral de Salta
Catedral Basílica de Salta

SALTA (Ernesto Bisceglia) – La doctrina cristiana señala el inicio de la Semana Santa con un evento que se conoce como el “Domingo de Ramos”, jornada en la que Jesús ingresó a Jerusalén montado en un burro. Ya lo había dicho el profeta Zacarías: “Es un rey diferente, no llega con armas o insignias de poder, no impone tributos, elige ser transportado en el animal más humilde y servicial”.

Aquel pueblo judío vio en el arribo de Jesús la llegada de un líder, aquel prometido que los salvaría, pero no comprendieron exactamente cuál era el sentido de “salvar”. Pensaban en un conductor que los liberaría del yugo romano.

La situación comienza a tomar cierta analogía con nuestra realidad. Pensemos que aquel Jesús venía precedido de un antecedente como el haber dado de comer a toda una multitud a título gratuito, hablaba de liberación, sanaba a los enfermos y ¡hasta había resucitado a un muerto! ¿Podía buscarse mejor postulante para ser rey?

Aquella multitud le ofrece coronarlo como rey; obviamente, se Jesús aceptaba se terminaban muchos de los problemas que los acuciaban, sin contar con que los principales líderes del nuevo reinado pasarían de dominados a dominadores. La cosa comienza a tener similitudes con nuestros días.

Pero Jesús rechaza este ofrecimiento y huye al monte a orar y preparar su Paso advirtiéndoles que “Mi reino no es de este mundo”.

Es decir que Jesús rechaza el poder y se inviste de autoridad.

Esta es la diferencia que los hombres actualmente no comprenden, todos corren detrás del poder y de los puestos que como migajas les dan los que se sientan en los sillones principales: “Somos gobierno”, se escucha decir.

Pero ni siquiera el del sillón principal en ocasiones adquiere autoridad, porque aquella autoridad de la que hablamos es primero moral, luego de servicio. La autoridad debe entender esencialmente como servicio. Al rechazar Jesús el poder se inviste de la autoridad del Cristo –el Ungido-, enseñando que la primer condición del elegido es el servicio a los demás.
Si Jesús aceptaba aquella mañana investirse en rey se hubiera convertido en un líder al estilo de Espartaco quizás, que hubiera comandado una revuelta contra los romanos. Hoy, dos mil años más tarde la historia nos contaría de que bajo el imperio de Tiberio, cuando Pilatos gobernaba la provincia de Judea, las legiones romanas aplastaron una rebelión de las tribus comandadas por al tal Jesús.

Sin embargo, aquella autoridad de que se inviste el Cristo hace que hoy, dos mil años más tarde el mundo siga aceptando su naturaleza divina o discutiéndola.

Es la moraleja de un día como hoy en que los hombres se afanan por lidiar con el poder, buscarlo, operar para que fulano llegue y luego mantenerlo. Los menos afortunados van por las migas que caen de la mesa aunque sea. Pero pocos son los que asumen la condición de transformar al poder en un verdadero servicio al pueblo.

En tiempos tan críticos como los actuales, es recomendable mirar al Jesús de Jerusalén y comprender que sin humildad y servicio, ninguna sociedad futura será viable. Menos en esta época de cambios tan profundos como los que se aproximan.

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